lunes, 16 de diciembre de 2013

Avenida del General Escobar


Que nadie malinterprete lo que van a leer a continuación: ni una sola objeción a la propuesta de Caballas para que la Plaza de la Manzana del Revellín lleve, desde fechas próximas, el nombre de Nelson Mandela. El ejemplo de este hombre debe trascender –ya lo ha hecho- su propia vida y país, y no parece mal honrar la memoria de uno de los grandes líderes mundiales de todos los tiempos en tiempos en los que, quizá con la excepción de Obama o el Papa Francisco, andamos escasitos de ellos. En Europa Hollande, Cameron, Rajoy o Enrico Leta presiden sus países, si, pero más que líderes parecen encargados de la planta de caballeros de unos grandes almacenes. La figura de Madiba, en tiempos en los que todo parece fracturarse, puede ser evocadora no sólo en los suburbios de Ciudad del Cabo, Pretoria y Johannesburgo, sino en cualquier parte del mundo.
Pero me gustaría, precisamente por esos valores de nobleza y generosidad, sugerir modestamente dos nombres al siempre complicado debate del callejero. Uno de ellos nació en Ceuta y el otro a miles de kilómetros de distancia, pero si somos personas amantes de la democracia y la dignidad encontramos muchos lazos de unión entre ambas figuras. Por diferentes motivos, ahora verán, son figuras de cierta vigencia en estos tiempos.

Años después de que muriera en las cercanías de la Iglesia de Los Remedios Agustina de Aragón, nació en ese mismo edificio Antonio Escobar Huertas. Perteneciente a una familia militar, era muy de derechas y muy católico, de los de misa diaria. Un 18 de julio de 1936, le llegan noticias de la sublevación en la tierra que le vio nacer. Escobar estaba al mando de la Guardia Civil en Barcelona y mandó formar a todos los efectivos disponibles para recorrer la Via Laietana, que conecta el puerto con el corazón de la Ciudad Condal. Ahí mando llamar al presidente Lluis Companys, que muerto de miedo y sudoroso recibió al mando de la Benemérita. Supongo que Companys estaba preparado para todo menos para aquel guardia se le cuadrara con un “A sus órdenes, señor presidente”. Escobar, que ideológicamente se parecía tanto a  Companys como un gato  a un piano, prefirió seguir adelante con su código militar y permanecer fiel al mando al que debía obedecer. Años más tarde, ambos compartirían destino: los dos únicos fusilados en el castillo de Montjuich por orden del general Franco. Escobar, irónicamente,  con honores y pidiendo que no hubiera rencor sino perdón cristiano para aquellos que le quitaban la vida. Supongo que al Bello Artur no le han contado, o quizá no quiera recordar, esta historia. Pero ese es un capítulo que aún está por escribir.
Antonio Escobar

El otro, probablemente, no sabría situar Ceuta en el mapa. Pero gracias a el salvaron su vida ceutíes como Antonia Castillo –primera mujer médico colegiada tanto en la Ciudad Autónoma como en la provincia de Burgos- o su esposo, el catedrático Luis Abad Carretero. Posiblemente también Manuel Martínez Pedroso, diputado en Cortes en el momento de la guerra incivil y que siguió ejerciendo como tal en el exilio. Se llamaba Lázaro Cárdenas Del Río, fue presidente de Méjico y nadie como el contribuyó tanto a salvar la vida de tantos y tantos españoles que tuvieron que huir de su país por ser republicanos o haber sido señalados como tales. Mandó enterrar a Azaña envuelto en la bandera mejicana, para que el entierro de un Jefe de Estado tuviera tal dignidad ante la negativa de la Francia de Vichy a hacerlo envuelto en la bandera republicana.
Mandela, por supuesto, pero por el ejemplo de uno y la deuda moral que siempre tendrá este país con Méjico por el excelente trato dado a ciudadanos españoles -independientemente de su ideología-, en la próxima lista de nombres para calles de Ceuta podría incluirse, ¿qué se yo?, la Avenida del General Escobar o la calle de Lázaro Cárdenas.

lunes, 21 de octubre de 2013

Mi compromiso

Yo, Juan José Coronado Navarrete, ciudadano español nacido en Ceuta el 18 de noviembre de 1977, quiero por la presente expresar lo que a continuación sigue:
1) Mi más rotundo rechazo a la decisión del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. No se trata de odiar, se trata de Justicia. Y hoy siento que con las víctimas de más de 70 terroristas y violadores no la ha habido. Y que no se vea esto como un avance o una "buena noticia".  Es una humillación, por mucho que las leyes lo digan, en toda regla a la dignidad de un país.
2) Ni quiero ni puedo perdonar. Afortunadamente, no me encuentro entre las personas que han tenido que llorar el secuestro y violación de una hija o hermana, ni me han llamado nunca diciendo que un familiar mío es un héroe por tener la mala suerte de comprar en Hipercor o estar destinado en Vic. Si los familiares de alguna víctima o una de estas lo quiere hacer, entiendo que son los únicos moralmente capacitados para hacerlo, tanto como para pedir justicia. Decidan lo que decidan, tienen mi apoyo.
3) Algo me dice que tengo que seguir confiando en las leyes y el estado de Derecho, aunque en esta ocasión hayan hecho renacer tantos momentos de llanto. Jueces valientes y decididos los hay. Pero me comprometo, también, en caso de reincidencia a recordar a quienes han firmado la sentencia y a los que los han jaleado aquellos versos de Víctor Jara tras la matanza de Puerto Montt: señor, su conciencia la enterró en un ataúd y no limpiarán sus manos toda la lluvia del sur.
4) Reniego públicamente de opciones tan deleznables como la pena de muerte como de los extremistas que tratan ahora de pescar en río revuelto. Pero pido a los representantes del pueblo que sigan adelante con las reformas que permitan a tipos como estos estar encarcelados de por vida. Si hace falta firmar, donde y cuando quieran.
5)  Si esto lo lee alguien con el alma partida desde una maldita jornada, entiendo que hoy es una jornada de derrota y de decepción. También lo es para mi, como para muchos millones de personas. Por eso sabed una cosa: estáis tristes, pero no estáis  solos. Es a lo más que me puedo comprometer: a no olvidaros, nunca, mientras la salud me lo permita. Ni a vosotros ni a los que faltan.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Ceuta 2024

Barcelona tuvo sus olimpiadas. Madrid ha tenido ya tres opciones seguidas, y Sevilla también lo intentó. España necesita unos Juegos Olímpicos y Ceuta un acontecimiento internacional que acabe con el mito de la España Inédita y la Bella Desconocida. Y encima, tenemos la aprobación del PGOU a la vuelta de la esquina, con la conocida afición de estos del COI por construir. La ocasión la pintan calva.
Habrá que darse prisa, pues ya nos han salido duros competidores. Por ejemplo, en Cádiz meditan una candidatura en base a que tienen los cinco aros: el "aro picha", el "aro chocho" y el "aro, aro, aro". Pero aquí en Ceuta también tenemos nuestras opciones.
Que tiemble Berlín, que se olvide Roma y que se preocupe París. No nos hacen falta voluntarios; ya los tenemos en las calles con el peto amarillo desde hace meses en una continua práctica de deportes tan arriesgados como aguante de farolas, vigilancia de Murallas y triple relaxing cup of café con leche. La ceremonia de inauguración deberá tener, además, un toque original y cercano a las calles más duras de las grandes ciudades.  Danny Boyle cogió a siete niños con trozos de antorcha que parecían un cenicero de los chinos. Aquí nos vamos a montar una  colectiva, entre coches, contenedores y sedes de partidos políticos que va a ser para fliparlo. Una ciudad entera como pebetero.  Luego podemos hacer una carrera popular con obstáculos: comprar algo en cierto centro de oportunidades sorteando carros de la compra, camisetas del Betis y señoras cogiendo dieciocho corbatas y cincuenta pantalones de pinza con dos manos es algo que no está a la altura ni del mismísimo Usain Bolt. Nuestra arraigada tradición de voleibol -fardo por encima de  la valla va, fardo por encima de la valla viene- nos ayudaría también en las legítimas aspiraciones olímpicas.
Natación. ¡Qué gran deporte! ¡Qué gran fiesta!. Yo es que estoy ya viendo a los nadadores compartiendo calles en las siete piscinas de veinticinco metros. Pero lo flipante va a ser en aguas abiertas: sorteando buques de las navieras -total: no habría problema porque llegaran una vez más tres cuartos de hora tarde-, kayaks y bolsas de plástico. Serían unos Juegos en los que igual batimos récords del mundo: conseguiremos sacar un certificado en menos de un cuarto de hora. 
El fútbol fomentaría, además, la convivencia no sólo entre deportistas sino entre periodistas: doscientos en la misma cabina del Murube, en la misma esquina del Benoliel o en el mismo pupitre de madera del 54. El éxito de la maratón popular y del ciclismo está garantizado: conozco el caso de cierto hijo de la Alhambra cuya sola presencia puede hacer que la gente se pegue patadas en salva sea la parte y cumpla los horarios a tiempo. El transporte de los atletas es nuestro principal hándicap, pero también podemos solucionarlo con unos camiones que me han dicho están amortizados, con nuestros autobuses en los que habitualmente va gente hasta colgada del pasamanos los podemos llevar desde la Villa Olímpica Miguel De Luque hasta las distintas instalaciones. La bandera olímpica la izamos en La Marina: quitamos la de España y aprovechamos las infraestructuras construidas. Tenemos el 80% de mástiles levantados.   Si tenemos suerte y nos llueve -y si no, pegamos tres manguerazos de los buenos- podemos aprovechar las losetas del Revellín para el patinaje, modo trompazo sobre loseta.
Ese estadio Olímpico ubicado en La Puntilla, donde habitualmente entrena buena parte de las delegaciones de Argelia o Camerún en la modalidad de "lleving  el carring of the Day", vibrando con la entrada del Gato Camacho como último relevista tras recoger la antorcha en el puerto a bordo del Desnarigado y el público cantando "El Novio de la Muerte" con las bolsas de Mercadona a voz en grito tras la danza de las cuatro culturas y la actuación del cuarteto del Téllez harían las delicias de todo el mundo viendo estos Juegos Olímpicos. Olimpiada que sería -aquí chamullamos bien el inglés- Little, sweety and saylor. Tiemble, Monsieur Delanoe...


domingo, 8 de septiembre de 2013

Una lección para aprender

Lo primero que quiero decir es que me siento profundamente orgulloso de tener una capital como Madrid. Vaya por delante que yo quería que ganara, que me quedé petrificado durante cinco minutos cuando el sujeto que preside el COI contó que nos eliminaba Estambul y que si creo que la Villa y Corte ha sido un poco el "pim pam pum" del movimiento olímpico. Me apena que este sea un país que celebra sus propias derrotas y que haya gente que se alegre de la decepción que millones de personas se han llevado sólo porque no les gusta el Gobierno de turno. Conste que no soy un profeta, pero me hubiera encantado equivocarme cuando dije que el factor turco -que Estambul evitase una derrota humillante y luego los delegados votasen a quien les daba la gana-influiría o que la sospecha de que cuanto más haya que construir mejor le irá a una candidatura esté cada vez más fundada. Y que quede  claro que el COI debe cambiar algunas cosas: si la puñetera rotación de continentes es tan importante, que acoten cada elección a una zona del mundo -como ha hecho la FIFA- y santas pascuas. Dicho lo cual, celebraré la derrota de la capital francesa para el 2024 con las mismas ganas que hubiese celebrado ayer la victoria española. Espero que New York, Ciudad del Cabo o Jerusalén -¿qué mayor canto a la confraternización?- se animen.
Dicho todo esto, la derrota de Madrid debe servir para extraer varias conclusiones. La primera de ellas, es que Madrid no debe volver a intentarlo. Ahora llega el momento de amortizar las infraestructuras -campeonatos del mundo, finales de Champions o Euroliga, torneos continentales, etc- porque la capital no será ciudad olímpica en la primera mitad del siglo. Pero ni Madrid ni ninguna ciudad española: Sevilla lo intentó en 2004 y 2008 y no le auguro ninguna fortuna a Valencia o Bilbao, por poner ejemplos. En ese sentido, no me importaría que los Juegos de Invierno fueran en Barcelona-Pirineos, pero no me quiero ni imaginar las preguntas del COI con el informe Ribó, el caso ITV o el proceso separatista como añadidos a los seis millones de parados o la lucha contra el dopaje. España debe ver las próximas siete u ocho elecciones olímpicas con la tranquilidad del ajeno. No sólo Bárcenas; el cainismo español también cruza fronteras. 
¿Por?. Sencillamente, porque no tenemos peso diplomático. Sencillamente, porque tenemos muchas lecciones por aprender: gobierno, y ciudadanos. Desde la más elemental -si no se habla un buen inglés, es mejor expresarse en castellano que hacer el ridículo internacional- hasta otras de calado más profundo. Rajoy gritó y mitineó, diciendo  ante el COI lo mismo que hubiera podido decir cualquier mañana de domingo en el encuentro para afines de turno. Pilar de Borbón hablaba ante los periodistas de que lo de ayer era un paripé, en contraste con la perfecta presentación japonesa.
España es un gran país, pero necesitado de un gran reseteo. Hasta que no seamos capaces de arbitrar medidas y aplicar unas cuantas sentencias ejemplares contra la corrupción. Hasta que los ciudadanos de a pie prefiramos quedarnos en casa y mandar a la mierda a la empresa que nos ofrece la ilusión a créditos antes que irnos de vacaciones con un préstamo rápido. Hasta que no veamos como algo extraordinario, sino normal, que un presidente o el alcalde de una ciudad importante hable al menos un idioma al margen del materno. Hasta que no nos olvidemos de tener lo mismo que el vecino -sea el coche o sea la universidad o el aeropuerto- sin preguntarnos primero si podemos pagarlo o hasta que no nos demos cuenta de que se ha sembrado la cultura del odio entre compatriotas para que se mantengan los de siempre, no estaremos en condiciones. Y mientras los gobiernos regionales más corruptos sigan siendo, también, los más votados, debemos quedarnos calladitos y en casa. Podemos hacer grandes cosas, pero primero nos lo tenemos que hacer mirar. 
Por cierto: enhorabuena a Tokio. Sinceramente, me alegro por ellos

sábado, 7 de septiembre de 2013

Difícil convivencia

Desde hace varios meses, se ha instalado en mi casa. Y no es una convivencia fácil: discutimos a todas horas, pese a mis frustrados intentos por convivir. Yo nunca pensé que me vería obligado a tener que andar con cuidado por mi propio hogar a la hora de no molestar, que alguien intentara echarme de la casa que tantas noches de desvelo y un largo matrimonio con el BBVA me ha costado.
En la rutina del día a día, encontramos algo de paz. Yo me voy por la mañana, vuelvo casi de noche, y los roces son menores por que pasamos poco tiempo juntos. Pero los fines de semana la situación es casi insostenible: me implora que, o haga el favor de morirme, o al menos me vaya a trabajar.
A veces, lo reconozco, entre tanto reproche me he sentido culpable. Pero ¿qué coño?. Esta es mi casa, yo la he pagado, y no tengo la culpa de no tener terraza o vistas al mar. Me gustaría que las cosas fueran mejor, pero he hecho -y sigo haciendo- todo lo humanamente imposible por ello.
Incluso rascándome el bolsillo. No falta el fin de semana en que trate de limpiar asperezas mediante una buena cena, no falta el día en que llegue del trabajo y no haga un mimo, una caricia. Para recibir una bordería a continuación. Y sufrir sus celos. Y aguantar las coñas de la gente sobre su gordura.
A fin de cuentas, no me quejo. Y lo entiendo. El no tiene culpa de que su dueña y yo hayamos iniciado un proyecto de vida en común. Y no se preocupen por esto: el no lo entenderá. Se llama Mischi, es un atigrado de once años, y no se lo digan porque lo que me haría falta es que intuyera un mínimo de debilidad. Pero ese canalla me tiene engolfado...

jueves, 29 de agosto de 2013

Volver a empezar

No me gusta esta España, que algunos pronuncian con acento en la P y tiene estelades colgadas en el Paralelo. No me gusta esta época de tormenta perfecta, en la que la caja de Pandora de nuestro cainismo, cultura del pelotazo y "yo lo valgo" está más abierta que nunca. No me gusta esta carencia de liderazgo a todos lo niveles que nos hace añorar a cualquiera por aquello de que cualquier cosa pasada, en efecto, fue mejor. 
Me da miedo ver a miembros de Nuevas Generaciones con el brazo adelante y al diputado estrella del Comando Sugus mirando al tendido sin condenar los desmanes del comunismo, tan bello en el papel como nefasto en la práctica. Me inquieta que hablemos de emigración a Europa como una cuestión de adrenalina juvenil, que se nos vayan los cerebros a malvivir en los dominios de la Merkel, que del presidente del Gobierno sólo sepamos que esttá de vacaciones desde hace un mes y el principal partido de  la oposición ande ERE que ERE. No me gusta que con el grito de "Gibraltar español" se de por solucionado un problema generado por el hastío de siglos.
No soy optimista. Nos falta mirarnos a nosotros mismos; sobran viceversas y cagamientos de verano y nos falta mirar en nuestra historia. Me ha deleitado recientemente la lectura de  "La frontera dormida", de José Luis Galar, y el homenaje a tantos españoles con un compromiso cívico que les valió el anonimato en vida y  salvar a  miles de refugiados del horror de la guerra. Que, con lo que le gusta a nuestro cine recrearse en cierta fase -dolorosa- de la historia, no tengamos películas sobre Propper de Callejón o Angel Sanz Briz es para hacérnoslo mirar. A este país le hace falta un reseteo, que comenzó un 15 de mayo, sin tensiones ni histrionismo.
Y a todo esto, llegará el momento en que tengamos que librar una nueva guerra de Independencia. Más sibilina -y por tanto, difícil de ganar- que las anteriores. Será contra el poder financiero, contra esa Europa del Norte que no sólo tiene más dinero sino que ya directamente institucionaliza el insulto al Sur, proponiendo vender el patrimonio griego a cambio de un nuevo plan de ¿rescate?. Europa nació en Grecia, se hizo grande en Roma y dominó el mundo desde España y Portugal. Igual, la historia debe tender a repetirse y el Mediterráneo emerger sólo como un espacio abierto e independiente de lo que un día fue Europa y hoy es el IV Reich. Dos mil años después, latinos contra bárbaros. La historia, a fin de cuentas, es un contínuo volver a empezar.

jueves, 25 de julio de 2013

Humildemente, señor Landaluce

A Jesús Melgar le nacieron donde reside la de Gibraltar, intentó abrirse camino como DJ en ese norte y en aquellos años donde si eras del sur y no cantabas flamenco te miran igual de raro que un boticario a Lance Armstrong y lució palmito y estrenos periodísticos entre cuevas y oasis. No se fue al desierto en principio -eso vendría mas tarde-, sino que simplemente cruzó el charco: en la Ceuta que fue, de finales de los 70 y mediados de los 80, entre La Cueva de Serafín Becerra y El Oasis de Ramón Pouso, que andarán sirviendo copas y harera en algún lugar de por ahí arriba.
Jesús Melgar descubrió que la radio era lo mejor que se podía hacer de madrugada con la ropa puesta; al fin se fue al desierto, el de verdad, cuando el mundo descubría a Sadam Hussein y se ha dedicado a mil y una cosas: desde editar un periódico en la Feria de Sevilla a recopilar martilleantes canciones con las que rellenar una Webería diaria o enseñarnos al mejor Reguera pasando por escaparse menos de lo que nos gustaría a algunos en la búsqueda de un atardecer en San Antonio por estos lares. Sin olvidar su enorme contribución a la versatilidad lingüística: conversar con el es estar buscando permanentemente sinónimos: decir cebolla, calzones, Minessotta, cinco, capote o marrano en su presencia es acabar con cara de póker. Y hasta aquí, como mi admirada Mayra, puedo leer….
Se que ahora tiene un nuevo amor: es una Harley Davidson de la que lleva años hablándome y de la que no me pidan les de más referencia, puesto que como vendedor de vehículos servidor tendría tanto futuro como un caracol en un espejo. Y siempre le animo a que cruce el charco con su nueva "nena" para que disfrutemos de el. Y entonces, aparece la frase clave "Cuando baje a Algeciras, a ver si me escapo".
Porque Jesús Melgar es, ante todo, algecireño, de crianza y vocación. Siempre hay una anécdota, una curiosidad, un dato, una fecha que, por una cosa o la otra, acaba teniendo algún reflejo en Algeciras.
Haber nacido en una ciudad sin metro y ser periodista te convierte, sin quererlo ni evitarlo, en una suerte de embajador de ese lugar en cada sitio que pisas. Créanme si les digo que se de lo que hablo. Y, como la patria se hace fuera de las fronteras, les doy fe de que Melgar es algecireñismo puro y duro, por los cuatro costados: siempre con la Bahía, Isla Verde o La Menacha en la boca. Y se que se escapa hasta el mirador del Estrecho, ve esto y quiere volver, pero en vez de un barco coge un bache por la Plaza Alta o el Secano –ahora habría cantado bingo- y nos deja para otra ocasión. Desde el respeto a este lado del Estrecho, permítame, alcalde Landaluce, que apoye humildemente su reconocimiento de Hijo Adoptivo de la Ciudad de Algeciras.

lunes, 27 de mayo de 2013

La hora de la normalidad

José Mourinho se va llevándose razón en algunas cosas y dejando mil demonios. La presencia del técnico de Setúbal en el banquillo de Concha Espina ha sido positiva si medimos que en las dos primeras hubo título, que el Madrid ha vuelto a competir hasta el final y que el trauma que suponía jugar contra el Barça ha pasado a mejor vida. Lo peor es la relación calidad/precio: una Liga, una Copa y una Supercopa son poco rédito para tanto gasto en fichajes, para haber dinamitado un vestuario. De la imagen del club no hablo. El señorío, el convertir en religión las historias que cuentan los abueletes a pie de obra, es cuestión del palco. No de un tipo al que se le contrata para que gane y recorte diferencias con el Barça.
Ahora parece que llegarán Jupp Heynckes o Carlo Ancelotti. El italiano parece estar en línea de salida; es amigo del presidente blanco y tiene cierta experiencia domando "starlettes". Otra cosa es que, como me temo también ha ocurrido en el caso del portugués, estas estrellas no tengan el menor reparo en tirar de teléfono para desestabilizar el vestuario desde la zona de moquetas. Lo del alemán es una maniobra desesperada: volverle a traer, cuando aún recordamos el enorme vacío que el club hizo a su entrenador esperando a Camacho y el desprecio con el que le pagaron traer la Copa de Europa al Bernabéu 32 años después. Dificilmente, el técnico alemán querrá regresar, sabiendo que con el gol de Robben ponía el mejor epílogo posible a una carrera tan respetable como dilatada.
Llega, pues, la hora de la normalidad. El Madrid debe desprenderse, si o si, de eternas promesas que no acaban de explotar-lease Benzema-, de viejas glorias en busca del mejor retiro y deshacer camarillas. Y dar sangre fresca, de abajo, a un equipo que tiene una urgencia histórica mayor que La Décima: conquistarla con gente del club.
Se me antoja que ante este panorama, llega la hora de "volverse loco". De firmar a tipos jóvenes, o que propongan algo diferente a los modismos. De gente que no genere una catársis y construir desde lo que deja Mou. Cualquiera le mete esto en la cabeza  al "mourinhismo", pero me da que el Madrid tiene más opciones que el alto pedigrí. Con un poco de paciencia, puede ser la hora de leyendas blancas como Zidane, Laudrup o Hugo Sánchez, o de fajadores como Unai Emery, Quique Sánchez Flores o Joaquín Caparrós. Continuísmo en el estilo -o lo que quiera que tenga el Madrid-, y capaces de trabajar con la cantera. ¿Qué no han ganado nada?. Ya lo dijo Tácito: es poco atractivo lo seguro. En el riesgo, está la esperanza.

jueves, 2 de mayo de 2013

Barça: El atril y el conejo

"Nada hay que guste más a la gente de los héroes  que verlos caer". La frase, más o menos en esa literalidad, es de Willem Defoe en Spiderman. Pero representa a la perfección la injusticia con la que en las últimas horas s eestá tratando al Barça de Villanova, y en particular a este último, por la humillante y dolorosa derrota ante el Bayern de Münich en semifinales de la Champions.
De entrada, decir que ya en la ida tuve la sensación de que el conjunto muniqués es imparable, salvo a partido único. Le metió cuatro al Barça, pero en un correcalle de ida y vuelta no creo que le hubiera ido mejor a otro equipo que no fuera el equipo culé. Un conjunto temeroso, desdibujado, agarrotado. Sin fuerzas. Sin ánimos ni imaginación para reinventarse; una y otra vez maravillando con lo mismo hasta que, como el payaso olvidado, el truco ha dejado de tener gracia o todo el mundo ha descubierto que el conejo salía de un doble fondo tras el atril.
Ante esto, a Tito Vilanova se le pueden hacer reproches: una errónea preparación física que le ha servido para atesorar una impresionante renta en la primera vuelta, pero para llegar sin fuerzas y con la lengua fuera al tramo decisivo de la temporada. Y el mérito de la primera vuelta blaugrana es, no lo olvidemos, en comandita con el Real Madrid: cuatro derrotas en cuatro viajes a Andalucía en un club con un vestuario ardiendo por un quítame allá esos egos.
Pero visto con perspectiva, el barcelonismo podrá vender que fue eliminado por Bayern y Real en Champions y Copa, pero en semifinales y que el aplazamiento de La Décima hace menos doloroso el golpe. Que, a fin de cuentas, resultó campeón pese al escaso fondo de armario. Y todo ello en medio de la tormentosa situación personal de Vilanova; al igual que Johan Cruyff en su primera Liga, ausente buena parte de la temporada debido a una enfermedad afortunadamente superada o en trámites de.
Yo tampoco hubiera sacado a Messi contra el Bayern: arriesgarse a una rotura total del jugador para unos cuantos meses por intentar remontar un ¡4-0! al equipo alemán hubiera sido arrojarse a los pies de los caballos. Que a nadie le quepa duda de que si la gesta hubiera sido de menor calado o el Barça se va con 2-0 al descanso, Messi hubiera jugado. Y tanto.
La injusticia en el caso de Vilanova, como ocurrió con Cruyff o el Madrid de los galácticos, es que el público culé está demasiado bien acostumbrado. En los últimos veinte años, han pasado al final de Les Corts de ser un equipo que salvaba temporadas ganando el clásico en el Nou Camp o una Copa de vez en cuando a coleccionar Copas de Europa. Tiene a un vestuario con tipos que lo han ganado absolutamente todo; ya somos felices ¿ahora que hacemos?, dice el poema. Y me da la impresión de que nunca confiaron excesivamente en el; que quisieron prolongar el guardiolismo sin Guardiola.
Y dejo, para el final, una perversa reflexión. Cuando Juan Pablo II murió, el Cónclave eligió a Joseph Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio, como su sucesor.Muchos vieron (vimos) en el cardenal alemán a un mero continuista de la gestión de su antecesor en la Silla de Pedro. Pero Benedicto XVI demostró tener inquietudes e ideas propias, incluso distintas a las de su venerado antecesor. Posiblemente ello le enfrentó a la Curia. El final del pastor alemán lo conocemos todos. Vilanova, cual Papa emérito, también tiene su estilo de hacer las cosas. Y, como a Ratzinger, su falta del carisma ante la imagen de su predecesor le ha enfrentado a parte de la parroquia. ¿Habrá un momento Benedicto de Tito?. El tiempo lo dirá.
Fdo: Un bético con un marcado ramalazo merengue

sábado, 6 de abril de 2013

El loco que se colgaba del aro

Conozco a Reduan Fadel desde antes que nacieran muchos de los que hoy son sus jugadores. Me tocó sufrirlo a mediados de los noventa como defensor: daba igual si jugaban al contragolpe atacaban en estático, si los marcabas en zona o individualmente. Sabías que enfrentarte al C.B. Ceuta, era una aventura de incierto final porque Reduan siempre iba a hacer alguna de las suyas. E interiorizabas que aquel sujeto, además de que siempre iba a llegar un segundo antes que tu a cualquier balón, se iba a colgar  del aro en tu cara esbozando media sonrisa. En aquella liga, ganamos con el Lope de Vega, pero el "loco" que saltaba desde donde menos te lo esperabas nos hizo pasar las de Caín en semifinales.  Antes de que alguien piense que me las estoy dando de vieja gloria, que quede clara una cosa: afortunadamente para el Lope, yo era suplente.
La familia que entonces era el baloncesto ceutí se exterminó. Hubo alguna meritoria experiencia de la U.A. Ceutí en Liga Andaluza, pero entre el aburrimiento de algunos y ese Talón de Aquiles que siempre ha sido para el deporte ceutí la Universidad -o falta de la misma- desapareció la Liga Senior, toda representación en categoría nacional y aquello se quedó para pachangas de amigos en los llanos de la Marina y mucho trabajo en la base. Pero el loco que se colgaba del aro ni tiró la toalla ni se iba a quedar de brazos cruzados.
Nació entonces el C.B. Juventud. Un club que apenas alcanza los cinco años de vida, pero que lleva tres de ellos representando a Ceuta en la Delegación Gaditana de baloncesto. Con resultados que hablan por si solos: tres play off por el título, con dos campeonatos y un segundo puesto. Y con la llama del baloncesto otra vez encendida, gracias al trabajo silente y paciente de Fadel y los suyos. Y de sentido común: cuando el San Agustín decidió que su equipo cadete desapareciera, se dejaron  de un lado los personalismos y Juanma Delgado, tras toda una vida al principio de Antíoco, no tuvo ningún problema en llevar jugadores y aficionados al Juventud.
La mezcla, evidentemente, era buena. Y hoy se ha vuelto a demostrar: un nuevo título, con un pabellón prácticamente lleno y un buen ambiente de camaradería y deportividad. Y tres equipos venidos de fuera, tres aficiones, animosas y entregadas. Tres aficiones que debían sumar, más o menos, 200 personas. Lástima que las semifinales y final se hayan disputado en un sólo día, porque hemos dejado escapar a 200 personas durmiendo, comiendo, cenando, desayunando, comprando, etc. Vamos, lo que se llama turismo.
La historia ha tenido final feliz: un precioso partido ante un dignísimo rival acaba con el Juventud como campeón. No importa que la casualidad haya querido tristemente que la agenda de todos y cada uno de los 25 diputados de la Asamblea estuviera hoy tan llena como el Pabellón y que hubiera apenas una tímida representación de la Federación. Da igual que, según me cuenta mi enano infiltrado, los padres de los jugadores hayan tenido que hacer un esfuerzo económico para que la final se disputase en Ceuta. Nada importa que hace un par de años, cuando se cometió la injusticia de dejarlos sin ascender a la máxima categoría juvenil "porque no eran andaluces" se quedaran más solos que Robinson Crusoe. Tengo la sensación de que gracias a gente como Fadel o Delgado, pero también de Osman, Javier Martí, José María Alba, Jorge Sánchez y tantos otros que seguro me dejo en el tintero, esto no ha hecho más que empezar. Aunque los vean como un deporte insignificante y minoritario en nuestra ciudad y en conclusión de cuatro locos, no hay problema. El principal de ellos, como todos los que le acompañan, sabe lo que se trae entre manos y lleva toda la vida colgándose del aro. Y, siempre, con media sonrisa.

miércoles, 20 de marzo de 2013

No conozco Ceuta

La radio, ese invento que consiste en perpetuar el trabajo de aquellos druidas que contaban historias alrededor de la hoguera o de los pregoneros romanos que informaban de las andanzas del general Marco Antonio, ofrece a quien la tiene como oficio y pasión interesantes oportunidades. De conocer a gente a la que pedirías un autógrafo, a la que le cuesta trabajo andar por la calle sin despertar miradas de admiración o evitar hacerse fotos con quinceañeras. Sea el entrenador de moda, el cantante de éxito o el actor guaperas, y sin ser servidor más que un humilde trabajador, si es cierto que muchas veces se es consciente de que muchas personas quisieran usar el micrófono verde que me acompaña cada mañana para dar rienda suelta al fan que todos llevamos dentro.
Cuando hace algunos años se puso en marcha Ceuta con... -cada viernes a las 12.30-, se hizo con la intención de convertir la primera parte del programa del último día de la semana en una especie de alfombra roja, de galería del famoseo. Ojo: nunca del famoseo petardo, sino de gente que fuese conocida por una actividad y por un mérito mayor que el haberse acostado con la prima hermana de la vecina del quinto de algún concursante del reality que lidera la audiencia.
Algunos nombres tienen, en efecto, lustre propio y apenas necesitan presentación. La radio me ha dado la oportunidad de hablar de política con Mariano Rajoy o José Bono; música con Juan Perro, Pasión Vega o Ismael Serrano, religión con Carlos Amigo Vallejo,  fútbol con Javier Clemente o Andoni Zubizarreta o de literatura con Alberto Vázquez-Figueroa o María Dueñas. Entre otros.
Con todos disfruté, y alguno me contó anécdotas sabrosas. Pero hubo uno que me dejó profundamente marcado, por algo que todos predicamos pero sólo está reservado, cual condición innata, a los más grandes. La humildad. La modestia. La serenidad que da nacer en lugares pequeños,a lo que apeló Reagan en su histórica conversación con Gorbachov para iniciar el fin de la guerra fría.
Posiblemente, nunca firmará autógrafos y podrá comprar el pan cada mañana sin tener una nube de fotógrafos detrás. Seguramente, millones de personas no sabrán su nombre, pero tal vez muchas de esas personas estén enfermas de leucemia. Y, aunque no lo conozcan y tengan que preguntar o irse a Google cuando oigan hablar de el, su trabajo constituye una esperanza.
Me tocó, ciertamente, las narices cuando confesaba en antena estar emocionado porque un periodista de Ceuta le llamara para una entrevista, en la que se disculpó dos o tres veces por no conocer la ciudad. "Tiempo habrá para eso, profesor", le dije una y otra vez. Y me planteaba, mentalmente, que tipo de país estábamos construyendo para que alguien como el se ilusionase porque un insignificante locutor le llamase, cuando la lógica indica que debería ser justo al revés.
Hoy he vuelto a saber de él. Un trabajo que ha coordinado con su equipo -siempre en su boca- permite relacionar el cáncer con fallos en la protección de los cromosomas. Hace un par de años charlábamos sobre la secuenciación del genoma de la leucemia, algo así como descubrir los números de la caja fuerte de esa enfermedad. Estoy seguro que no será portada en los informativos, pero a alguien que le extraña que le llame una radio no le importa lo más mínimo. Si les interesa de quien hablo, sepan que se llama Carlos López-Otín. Y aunque no lo crean, se sentía avergonzado por no conocer la ciudad desde la que le llamaban. Definitivamente, a estos científicos no hay quien los entienda...

jueves, 21 de febrero de 2013

San Siro, otra vez...

Siempre me impresionó San Siro. Sobre todo desde aquella noche abrileña de 1989, en la que un Real Madrid hambriento de triunfos europeos y al que el campeonanto doméstico se le había quedado pequeño, recibió una de las mayores humillaciones de su historia. Los tres holandeses mágicos, más Donadoni e Ancelotti, dejaron a la altura de la caricatura al equipo que, un año antes, se había quedado por pura mala suerte a las puertas de su séptima Copa de Europa. Aquel año nació un mito, una leyenda: el Milán de Sacchi, hasta un par de años antes zapatero de profesión que parecía hubiese guardado en una caja de manoletinas el secreto, la esencia, el bálsamo de Fierabrás.

Van Basten supera a Chendo en el 5-0
A aquel equipo lle cayeron tres entorchados continentales, siendo capaz en pleno camino de regenerarse de duros golpes como las idas  y venidas entre Milán y Génova de Ruud Gullit, el maldito tobillo derecho de Van Basten o la digna batalla que le planteaban la Juventus de Baggio, el Nápoles de Maradona o el Parma de Brolin en casa y el Barcelona de Cruyff o el Estrella Roja de Belgrado en el Viejo Continente. Y hubo un momento en el que los dos equipos más punteros de Europa, italianos y catalanes, coincidieron para deseo de muchos en una final. Y en ese momento, como si de una maldición se tratase, acabó el ciclo de los dos. El "Dream Team" blaugrana feneció entre goles de Savicevic y Desailly, el excesivo ego de su entrenador y los cantos de sirena a Laudrup, que meses después comandó una manita blanca en el Bernabéu mortal de necesidad para el "cruyffismo". Los milanistas fueron vencidos un año después por el Ajax merced al gol de un imberbe Patrick Kluivert y ahí comenzó su declive hasta mediados de la pasada década.

Zubizarreta, tras el 4-0 de Atenas
Los dioses viven ocasos. La vida es cuestión de relevos, de alternativas, de ciclos que se acaban para volver a regenerarse y empezar. Pasa con la política, pasa con el fútbol. Quizá el Barcelona pase esta eliminatoria y gane la Champions; el mejor equipo del siglo XXI es capaz de eso y más. Seguramente gane la Liga y muy probablemente la Copa si supera la mina antipersona que siempre supone el Madrid de Mourinho.
Pero la sensación que anoche me dejó el Barcelona, como el Madrid hace veinticuatro años, es que resulta mortal, humano, terrenal. Aquel Madrid acabó ganando Liga y Copa, y su vestuario aún aguantó cohesionado una campaña más para ganar la Liga. Pero nada volvió a ser igual desde aquella noche milanesa. ¿Sucederá lo mismo al Barça?. Como persona poco o nada afecta a la causa blaugrana, lo deseo. Como aficionado al fútbol, espero que no: pese a mi importante ramalazo blanco, nunca dejaré de admirarme de esta máquina que ensambló Rikjaard, perfeccionó Guardiola y ahora conduce con acierto el tándem Tito/Roura. De la arquitectura perfecta de Xavi Hernández, del reto permanente a la velocidad de Messi o del trabajo sucio hecho, como pocas veces desde el Seedorf blanco, por Sergio Busquets.
Por cierto: para los que me pregunten por qué insisto en que el mejor jugador del mundo es de Fuentealbilla y no de Rosario, un detalle. Revisen el partido de anoche, fíjense a quien marcaban los italianos con más insistencia y cuantas veces apareció el cuatro veces balón de oro...

miércoles, 13 de febrero de 2013

He escuchado que el amarillo...

La noche del pasado sábado fue una noche de intensas emociones y coplas. Emociones con el homenaje a gente como Manuel Pardeza "Mané", Juan Sierra o Rafael García "Cardíaco", que lo han sido todo en el carnaval. Sin desdeñar a personas como Juan Sánchez Bagglieto, Alberto Mateos o Pepe Pozo. Emocíones que, en el caso de Javier Chellaram y muchos de los presentes, se tornaron en lágrimas escuchando las coplas de Imagineros 25 años después en el Revellín, mientras me cantaba  el hermoso homenaje que entonces, y al son de La Balada de la Trompeta, tributaba la comparsa de Chiqui al desaparecido Miguel Bao. Emotivo fue también el recuerdo de un hombre bueno, como Maimón Abdelkrim, que allá donde ande -seguro que con el uniforme mal puesto y abroncando a algún paciente quejoso- se llevó el mayor de los aplausos de la noche. Por no hablar de la guasa de Dudú y su burro y de un ejemplo de coherencia y dignidad llamado José Borja González "Niño del Sardinero", que paladea en vida las mieles de ser profeta en su tierra.
Eran todas las que estaban, pero no estaban todas las que eran. Sigo defendiendo la necesidad de semifinales y final, aunque ello suponga el trago amargo -que podría haber recaído en cualquiera- de que alguna agrupación se quede sin cantar. El carnaval, como la vida, es una noria que da vueltas sobre si misma y seguro que el próximo año nos alegraremos por los que estén y echaremos de menos a los que no pasen el corte del Jurado.
                                          Pregón de Imagineros (Foto: Quino/El Faro) 
La presentación de Manolo Casal y Modesto Barragán fue un auténtico espectáculo: independientemente de la gran valía profesional de ambos, se nota cuando alguien está a gusto en un sitio. Como lo hicieron el Sheriff, hiperactivo como siempre sobre el escenario, y su gente. Será que uno va para viejo y a la Tacita de Plata la quiere, y no sólo en carnaval, pero también muchas de esas coplas pegaron el pellizco.
Qué si el Vaporcito del Puerto, que si "Yo admiro el doble sentido" -letra para enmarcar-, que si el estribillo de "Tres notas musicales". Y, como no, el inmortal himno del Cádiz compuesto por Manolo Santander para "Los hermanos Peperoni" en 1998.
El himno habla de una afición que sabe que nunca celebrará títulos ni apenas nada que no sea ver a su Cádiz otra semana más en el Carranza. El himno es de un equipo que forma parte de mi imaginario en aquellos años en los que te aficionas al fútbol de manera que esas alineaciones te quedan más recientes que las del pasado domingo. Szendrey, Carmelo, Cortijo, Barla, "Chico" Linares -impagable la guasa de  esa pancarta de "No te vayas al Milán" dirigida a el-, los Mejías, José González, Manolo Villa y el mejor jugador que ha pasado por España: Mágico González. Me retrotrae a aquellos finales 80 en que deje de ser niño, España se sentó delante del televisor para ver la boda de Cristal , acojonarse con la invasión de Kuwait y  oir hablar por primera vez de algo que se llamaba corrupción.
Pero inmediatamente, me vino a la memoria otro pasodoble. Que tomaba como referencia el himno -no oficial- del Cádiz. Y que habla de otra afición menos acostumbrada a celebrar nada. Y cada vez más minoritaria. Y por ello irreductible.

Mi equipo, mi verdadero equipo, nunca jugó en Primera. Mi equipo, el de verdad, apenas nos ha dado alegrías. Entre todos lo mataron y el solito se murió. Pero yo he visto a Sandro Marqués, Silas o  Gilson Silva, y a Pedro Iarley antes que La Bombonera. Aún recuerdo el penalti fallado por Pedro Ríos frente al Mallorca, el aplauso del Murube al gran Carles Puyol y la carta heráldica de Pérez Riverol, autor de la mayor infamia -y he visto unas cuantas- perpetrada por un árbitro. Y cuantas veces no me habré preguntado como habría cambiado la historia si Javi Navarro dispara un segundo antes o Rafa Ponzo se tira un segundo después una triste tarde en Girona.
Mi equipo, el Ceuta, se diluyó entre deudas, intrigas, cainismo y errores de cálculo. Y tuve que pasar, hace doce meses, el mal trago de ser el primero en hablar de impagos, deudas y de una situación inhumana: gente que trabajaba en el bar del cuñado o en la urbanización del padre como jardinero para poder sobrevivir esperando un sueldo que tardaba en llegar.
Mi equipo, el que representa a Ceuta, es ahora el Atlético, como la Asociación heredó el hueco de esa Agrupación de Almagro, Cerezo, Manolo Pérez Santana o Jorge Antelo. A mi equipo, el de Chicha, Mezquini, Crespo o Paco Anta se le han caído, incomprensiblemente, las rayas rojas de la equipación y sufre los desaires de una guerra absurda de la que solo saldrá perjudicado el fútbol. Porque otros dirigentes llegarán a todos los estamentos, pero el balón seguirá rodando.  Pero mientras sea el de Ceuta, será mi equipo. Y con todo mi cariño a Cádiz y al Cádiz, que se queden allí con Manolo Santander y su magnífico pasodoble. El mío, el que escribió Josemi Romero, termina pidiendo "y en Ceuta también se grite: vivan los Caballas, vivan sus cojones". Pues eso....

lunes, 11 de febrero de 2013

El barrendero de Dios

Demetrio Madrid se disponía a dar una rueda de prensa en el Parador "La Muralla" sobre su participación en la semana de actos culturales de la Casa de Castilla-León en Ceuta cuando, a golpe de sms, los periodistas dejamos al ex presidente socialista de la Junta plantado delante de los micrófonos. Recuerdo que me dió tiempo a ver la cara de poker del antecesor de Constantino Nalda en el gobierno regional mientras recorrimos, casi a paso legionario, los escasos metros que nos separaban de la cafetería. Ahí nos apiñamos para ver algo novedoso para los hijos de la transición: la fumata blanca en la Plaza de San Pedro. Era un 19 de abril de 2005, y el protodiácono Medina Estévez anunciaba al mundo que el sucesor del carismático Juan Pablo II era su mano derecha. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI.
Hoy, en la crónica de su renuncia, me ha venido a la memoria una frase del entonces vicario general de Ceuta, Francisco Correro, que nos advertía a un par de informadores que "tuviésemos cuidado con los papados de transición", en referencia a la avanzada edad del nuevo sucesor de Pedro. "Suelen dar -nos decía- más sorpresas de lo esperado".
De transición fue considerado el papado de Juan XXIII,  que sin embargo fue capaz de convocar un Concilio para meter a la Iglesia en el Siglo XX. Y ahora, la realidad da la razón a "Curro" Correro.
Imagen de "Reuters" publicada por elmundo.es

La imagen pública de Ratzinger ha sido apenas una sombra de su carismático antecesor. Sin embargo, el papa alemán será recordado como un sólido intelectual, como un hombre que fue capaz de preferir el retiro discreto a la agonía televisada. El aún Papa se ha tenido que enfrentar a varias ciclogénesis perfectas durante su Pontificado. La mayor crisis financiera que se recuerda desde la II Guerra Mundial, la revelación de varios secretos por parte de su mayordomo y, sobre todo, el estallido de los casos de pederastia y la vomitiva sensación del silencio durante años y años que le llevaron a pedir perdón y a iniciar -nunca sabremos si por convicción o desbordado por las circunstancias- una "limpia" interna que le llevó a disolver en la práctica a los poderosos Legionarios de Cristo. Añádanle que la Europa cristiana camina hacia el laicismo y la secularización mientras otras tendencias religiosas van ganando peso; es el mismo reto al que se enfrenta la Iglesia Católica con los evangelistas en América Latina, donde todavía brillan rescoldos de la Teología de la Liberación y el crecimiento del islamismo radical en Africa y  piensen que esto ha estado en manos de un señor octogenario y con problemas renales antes de calzarse las Sandalias del Pescador. Su papado de transición incluye también encontronazos con el Islam, una incómoda foto con el uniforme de las Juventudes Hitlerianas y haber abierto si no ventanas al menos rendijas sobre las finanzas vaticanas y relajar el mensaje oficial en torno a cuestiones como la homosexualidad, el preservativo o el SIDA.  Por no hablar de una encíclica de hace un par de años sobre la crisis económica muy merecedora de leerse con detenimiento. Desde luego, demostraba más apego a la realidad que muchos elegidos por legiones de parados.
Sólo Ratzinger sabrá cuales son los verdaderos motivos que le han llevado a renunciar. Pero como decía el entrañable ex vicario ceutí, los papados de transición suelen dejar más sorpresas y motivos para la Historia de lo que se presupone. Benedicto XVI no fue nunca simpático ni carismático, pero nadie podrá negarle nunca haber dado el paso más dificil en muchos caminos: el primero. Y al final dimitió, dejando una lección a quien quiera interpretarla: si no se está en condiciones de ejercer un cargo tan importante como el suyo -teóricamente, habla en nombre de Dios a 1.200 millones de personas- lo mejor es echarse a un lado. Que  cada cual recoja el guante a su manera.
El barrendero de Dios deja la Sede Vacante, esperando andar el final de su camino vital entre las sombras de la plegaria. Desde la inexistencia mediática. Posiblemente,  en los próximos días veremos, si no lo hemos hecho ya, su última imagen en vida. A su sucesor, necesariamente joven, le corresponderá continuar los tímidos pasos emprendidos por el. La Iglesia necesita, más que nunca, un golpe de efecto y el mundo buenas dosis de liderazgo. Apuesten, pues, por Filipinas o América latina como origen del nuevo sucesor de Pedro. El barrendero de Dios ya ha limpiado parte de la suciedad. A su sucesor queda ahora terminar la tarea y sacarle brillo para que hasta los que nos fuimos por la hedionda peste a mercaderes nos planteemos volver algún día al templo.

lunes, 4 de febrero de 2013

No quiero ser finlandés

No me pregunten por qué, pero creo en este país. Qué es tanto como afirmar que creo en nosotros mismos: un país no es sólo el gobernante de turno, sino también la sociedad que lo compone. Y esta ha dado suficientes muestras de fortaleza, de cohesión y de madurez en los últimos años cómo para convencernos a todos de que este no es mal sitio.
Ha sido la sociedad civil española la que se ha movilizado, como nunca, para recoger ropas y víveres de primera necesidad para ayudar a la gente que esta pasándolo mal. Quizá porque muy pocos no ven como cierto el riesgo de verse algún día como desempleado sin hogar, quizá porque más que la imagen de contenedores ardiendo y piedras volando gustará mucho a algunos, pero la gente ha preferido ir a lo práctico.
Creo en este país, porque nuestros son los mejores científicos -enumerarlos, afortunadamente, sería tan larga como los Reyes Godos- y porque seguimos siendo líderes en donación de órganos. Creo en este país porque la generación, ya pensionista, que antecede a la mía da una enorme muestra de abnegación, sacrificio y dignidad estirando cada vez más una pensión corta y recortada.
Creo en España, porque la historia demuestra que cuando esta sociedad diversa, cainita y ecléctica mira en una dirección, es imparable. Y no sólo hablo del fútbol o el baloncesto, efectivamente ejemplares para generaciones de españoles.
No quiero ser finlandés, por muy de moda que esté pedir la nacionalidad finesa en las redes sociales tras el último reportaje de un comunicador enorme, como Jordi Évole. Está de moda criticar a los políticos, el enchufismo, la corrupción y todo lo que se mueva. Pero ¿nos hemos parado a pensar que los que gobiernan no lo hacen por ciencia infusa, sino que los elegimos nosotros?.
Creo en este país porque el movimiento del 15-M -más hermoso cuanto menos perrofláutico- ha conseguido interesantes logros: los desahucios no son ya terreno abonado para banqueros sin escrúpulos. Creo en este país por mil y una historias. No: no quiero ser finlandés. No deserto de España: sólo pido que meter la mano en caja común sea saldado con la cárcel, sin fianza ni reducción de condena, y que no sean flexibles con los ladrones del cuello blanco las leyes ni quienes las aplican. Más que nada, para que la gente no tenga la tentación de medrar, trincar, pasar unos añitos a la sombra si te pillan y luego disfrutar de pingües beneficios y de cierta notoriedad social. Porque ¿cuantos de estos que quieren ser finlandeses apagaron la televisión cuando concedieron jugosas -y caras- entrevistas Luis Roldán, Violeta Santander o Julian Muñoz?. Por ahí se empieza...

martes, 15 de enero de 2013

Un hombre de club

Conociendo al personaje, no hay un sólo motivo para pensar que José Mourinho seguirá la próxima temporada en el Real Madrid. Con la Liga sentenciada por parte del eterno rival, caben dos finales de campaña para los blancos. Una: completar el desastre con una eliminación ante el Manchester y un K.O. copero. Y la siguiente, hacer bueno lo que viene rumiando el madridismo desde hace meses: que las tres Champions de la quinta de Raúl llegaron en años en los que el club blanco ofrecía una imagen deplorable en Liga. En cualquiera de los dos supuestos, insisto, se justificaría que el portugués tomara rumbo hacia Italia o -lo más probable- de nuevo al Reino Unido.
Mourinho no es el típico individuo al que cualquiera invitaríamos a cenar por navidad, pero hay que decir que el "talibanismo antimou" está cometiendo excesos de bulto. Por muy entrenador del Real Madrid que sea, por muy desagradable que resulte en el trato con la prensa, por muy altanero que sea con sus rivales, tiene derecho a su privacidad y a que el rostro de sus hijos siga siendo anónimo.
Ante el abandono de Mou -por éxito o fracaso, sonados ambos-, cabe preguntarse que andará en la cabeza de Florentino Pérez para reemplazar al de Setúbal. Primará la excelencia, dirán en la zona noble de Concha Espina, pero esa misma excelencia la habían vendido en otras ocasiones y resultaron ser auténticos petardazos: Carlos Queiroz o Vanderlei Luxemburgo como casos más sonados, para un club que no perdonó a Pellegrini ser segundo con ¡¡96 puntos!! en la clasificación.
Al Madrid le hace falta, pues, un hombre de club. Qué tampoco garantiza nada, pero que sea un símbolo para los blancos. Qué consiga que el jugador que entre en el vestuario tenga respeto sólo de verlo. Qué no necesite que nadie le explique la tradición de remontadas, lucha hasta el final y pertenencia a unos colores porque el, y más que nunca, haya sido cocinero antes que fraile.
Eso funciona: Guardiola en el Barça,  Simeone en el Atlético, Mel en el Betis o Manolo Jiménez en el Sevilla lo han demostrado recientemente, como lo hizo Pochettino en el Espanyol hasta que se enfrentó con más jugadores de la cuenta mientras le iban desmantelando cada vez más la plantilla. O, por qué no decirlo, Pablo Laso en la resurgida sección de baloncesto.
Un entrenador que no tenga que ganarse al Berbanéu, porque en cada asiento haya alguien que lo haya visto jugar u oído hablar de el. Defenestrado Míchel en el Sevilla, podría parecer la mejor opción. Pero si de mi dependiera, entre Hugo Sánchez y Laudrup andaría el juego. Han hecho cosas interesantes como entrenadores, han sido santo y seña del madridismo. Conocen mejor que nadie las rivalidades y odios que genera el club blanco: en su época de jugador, uno vino del Manzanares y el otro del Nou Camp. Igual no son excelentes o galácticos, pero desde luego nadie les va a tener que explicar para que luego se lo transmitan a sus jugadores que, como diría Juanito, "noventa minutos en el Bernabéu son molto longui". 

martes, 8 de enero de 2013

Esperando el Clausura

Siempre me ha resultado llamativo que en Sudamérica, sobre todo en Argentina y Uruguay,  el campeón de Liga quede en un segundo plano. Lo importante es el ganador del Apertura y del Clausura; es decir, de la primera y segunda vuelta. Algo en España meramente anecdótico y raramente reflejado en los medios de comunicación salvo para cuatro estadísticas frikis. Es cuestión de tradiciones y raigambres que, desde el respeto, nunca entenderé. Como tampoco  me termina de llenar aquello de que un equipo pierda la categoría no por estar entre los últimos de la clasificación sino por la media ponderada de las últimas cinco temporadas. En fin: Argentina sabrá y River seguirá herido para los restos.
Sin embargo, pienso que este año sería más operativo que en España tuviéramos un Apertura y un Clausura. Porque si no es por eso, lo que resta de Liga va a ser un auténtico sopor. Un Barcelona que en diciembre es prácticamente campeón -¿le suena eso de algo, señor Valdano?-, un Atlético que no acaba de llegar y un Real Madrid aferrado a la épica de la Champions como única manera de tapar una temporada vergonzosa en lo liguero.
Mirando a la Casa Blanca, todo parece reducirse a la plena incertidumbre. La misma que llevó a Florentino Pérez a ser candidato de nuevo a la presidencia tras los dos años de Ramón Calderón. Por cierto, con una inversión menor en fichajes y el mismo número de títulos -tres- en menos tiempo. Sin embargo, la guerra civil no declarada entre Mourinho y Casillas convierte al cuadro blanco en un esperpento que amenaza con llevarse, también, por delante al "ser superior".
No creo en los niños bonitos ni en el vedettismo. No creo  que nadie sea eterno. De ahí que lo escandaloso de la suplencia de Casillas no sea el "jarabe de banco" recetado por el portugués, sino la humillación tanto al capitán del equipo como a un portero, Adán, nervioso, cuestionado y que aparece como menor y culpable ante el Santiago Bernabéu. Hubiera resultado, quizá, más lógico el fichaje de un portero joven y de garantías -Andrés Fernández, Roberto, Guaita- a principios de temporada para ir moderando poco a poco la salida del arquero de Móstoles. Mourinho ha encumbrado, aún más, a Casillas y ha hundido al bueno de Adán, que pasaba por ahí.
Con Casillas o Adán, el Madrid adolece del mismo defecto:  porteros ágiles, inseguros por arriba y horrorosos con los pies, pero de igual modo una defensa fallona, que sigue encajando goles a balón parado y tras jugadas de estrategia domingo si, domingo también. El debate de la portería no puede tapar el resto: el club blanco ha preferido a gente como Esssien o Modric antes que jugadores como Carvajal o Granero. Menos dinero en caja y la misma o menor calidad en el campo.
Mourinho es un enamorado del fútbol directo: de la defensa a la delantera sin estar en el medio más tiempo de lo necesario. Es decir: de  un juego en el que el talento pasa a un segundo plano ante la fuerza o la velocidad. Es un buen estilo, pero pretender llevarlo a cabo con gente como Ozil o Benzemá, confiado al estado de gracia de Cristiano Ronaldo y con jugadores como Xabi Alonso con tendencia a recrearse parece, como mínimo, contradictorio. Afortunadamente, al Madrid le queda Khedira. Inconmensurable.
Posiblemente, porque soy de la generación que vió hacerlo al PSV, el Chelsea o el Madrid de Karanka, Conceicao y Geremi, este Madrid pueda ganar La Décima. Pero tanto si lo consigue como si no, lo mejor para el Madrid será que al día siguiente se produzca una limpia en toda regla. Qué, por cierto,  no se debe quedar en el vestuario o el banquillo.
Respecto al Balón de Oro: nadie duda de que Lionel Messi es un formidable jugador. Pero ello no calma la injusticia que supone que no lo haya ganado, aún, Iniesta: Cannavaro lo ganó a Ronaldinho y Sammer a Ronaldo por el hecho de haber sido campeones de algo con su selección.  Y para los que hablan a las claras de que La Pulga es el mejor de la historia, un dato. Tiene 25 años, y cuatro balones de oro, si. Pero con su edad, Diego Maradona y Pelé ya habían sido campeones del mundo, en dos ocasiones el brasileño. Y en aquella época, los sudamericanos no aspiraban a la pelota dorada..