jueves, 25 de agosto de 2011

Nueva York se muere de hambre

Imaginen, por un momento, que la ciudad de Nueva York aparece llena de cadáveres. 13 millones de personas, en la Quinta Avenida, Queens o Chinatown, han fallecido de golpe y porrazo. Sólo han sobrevivido unas cuantas personas, pertenecientes a la Cruz Roja internacional que venían advirtiendo de las consecuencias de no tener en cuenta sus avisos.
Imaginen, por un momento, que un grupo de tipos de esos con corbata y a los que no conoce nadie salen ahora encogidos de hombros, cariacontecidos y dicen que "efectivamente, hemos hecho todo lo que hemos podido. Nos hemos reunido, por lo menos, dos veces en un mes".
Imaginen, por un momento, que a alguien le da por culpar a esos tipos de que hayan muerto 13 millones de personas. Seguramente, ese alguien sería tildado de antisistema, de loco o de terrorista e, inmediatamente, alguien saldrá hablando de la amenaza para la paz y la seguridad mundial que suponían los 13 millones de neoyorquinos muertos.
Ahora imaginen que no hablamos de Nueva York. Ni de muertos, pero si de agonizantes: pieles hinchadas, ojos a punto de reventar, niños famélicos. Imaginen que existen. Qué se están muriendo ahora. Y que son de Kenia, Somalia o Sudán del Sur. Da igual. "Llevan toda la vida así", dirá alguno.
Trece millones de personas, la población de París o Nueva York, corren el riesgo de morir como consecuencia de una hambruna. Probablemente, en lo que yo tardo en escribir esto y ustedes en leerlo muchos hayan muerto. Gente como usted y como yo, de piel marrón. Eso si: la ONU -organismo dedicado a la paz mundial, y que en su existencia no ha conocido un sólo día sin guerras- y la FAO -organización alimentaria, y mejor me callo- se han reunido, y hasta han emitido un comunicado solidarizándose con las víctimas.
Efectivamente. El ser humano da asco.