Conociendo al personaje, no hay un sólo motivo para pensar que José Mourinho seguirá la próxima temporada en el Real Madrid. Con la Liga sentenciada por parte del eterno rival, caben dos finales de campaña para los blancos. Una: completar el desastre con una eliminación ante el Manchester y un K.O. copero. Y la siguiente, hacer bueno lo que viene rumiando el madridismo desde hace meses: que las tres Champions de la quinta de Raúl llegaron en años en los que el club blanco ofrecía una imagen deplorable en Liga. En cualquiera de los dos supuestos, insisto, se justificaría que el portugués tomara rumbo hacia Italia o -lo más probable- de nuevo al Reino Unido.
Mourinho no es el típico individuo al que cualquiera invitaríamos a cenar por navidad, pero hay que decir que el "talibanismo antimou" está cometiendo excesos de bulto. Por muy entrenador del Real Madrid que sea, por muy desagradable que resulte en el trato con la prensa, por muy altanero que sea con sus rivales, tiene derecho a su privacidad y a que el rostro de sus hijos siga siendo anónimo.
Ante el abandono de Mou -por éxito o fracaso, sonados ambos-, cabe preguntarse que andará en la cabeza de Florentino Pérez para reemplazar al de Setúbal. Primará la excelencia, dirán en la zona noble de Concha Espina, pero esa misma excelencia la habían vendido en otras ocasiones y resultaron ser auténticos petardazos: Carlos Queiroz o Vanderlei Luxemburgo como casos más sonados, para un club que no perdonó a Pellegrini ser segundo con ¡¡96 puntos!! en la clasificación.
Al Madrid le hace falta, pues, un hombre de club. Qué tampoco garantiza nada, pero que sea un símbolo para los blancos. Qué consiga que el jugador que entre en el vestuario tenga respeto sólo de verlo. Qué no necesite que nadie le explique la tradición de remontadas, lucha hasta el final y pertenencia a unos colores porque el, y más que nunca, haya sido cocinero antes que fraile.
Eso funciona: Guardiola en el Barça, Simeone en el Atlético, Mel en el Betis o Manolo Jiménez en el Sevilla lo han demostrado recientemente, como lo hizo Pochettino en el Espanyol hasta que se enfrentó con más jugadores de la cuenta mientras le iban desmantelando cada vez más la plantilla. O, por qué no decirlo, Pablo Laso en la resurgida sección de baloncesto.
Un entrenador que no tenga que ganarse al Berbanéu, porque en cada asiento haya alguien que lo haya visto jugar u oído hablar de el. Defenestrado Míchel en el Sevilla, podría parecer la mejor opción. Pero si de mi dependiera, entre Hugo Sánchez y Laudrup andaría el juego. Han hecho cosas interesantes como entrenadores, han sido santo y seña del madridismo. Conocen mejor que nadie las rivalidades y odios que genera el club blanco: en su época de jugador, uno vino del Manzanares y el otro del Nou Camp. Igual no son excelentes o galácticos, pero desde luego nadie les va a tener que explicar para que luego se lo transmitan a sus jugadores que, como diría Juanito, "noventa minutos en el Bernabéu son molto longui".
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