miércoles, 13 de febrero de 2013

He escuchado que el amarillo...

La noche del pasado sábado fue una noche de intensas emociones y coplas. Emociones con el homenaje a gente como Manuel Pardeza "Mané", Juan Sierra o Rafael García "Cardíaco", que lo han sido todo en el carnaval. Sin desdeñar a personas como Juan Sánchez Bagglieto, Alberto Mateos o Pepe Pozo. Emocíones que, en el caso de Javier Chellaram y muchos de los presentes, se tornaron en lágrimas escuchando las coplas de Imagineros 25 años después en el Revellín, mientras me cantaba  el hermoso homenaje que entonces, y al son de La Balada de la Trompeta, tributaba la comparsa de Chiqui al desaparecido Miguel Bao. Emotivo fue también el recuerdo de un hombre bueno, como Maimón Abdelkrim, que allá donde ande -seguro que con el uniforme mal puesto y abroncando a algún paciente quejoso- se llevó el mayor de los aplausos de la noche. Por no hablar de la guasa de Dudú y su burro y de un ejemplo de coherencia y dignidad llamado José Borja González "Niño del Sardinero", que paladea en vida las mieles de ser profeta en su tierra.
Eran todas las que estaban, pero no estaban todas las que eran. Sigo defendiendo la necesidad de semifinales y final, aunque ello suponga el trago amargo -que podría haber recaído en cualquiera- de que alguna agrupación se quede sin cantar. El carnaval, como la vida, es una noria que da vueltas sobre si misma y seguro que el próximo año nos alegraremos por los que estén y echaremos de menos a los que no pasen el corte del Jurado.
                                          Pregón de Imagineros (Foto: Quino/El Faro) 
La presentación de Manolo Casal y Modesto Barragán fue un auténtico espectáculo: independientemente de la gran valía profesional de ambos, se nota cuando alguien está a gusto en un sitio. Como lo hicieron el Sheriff, hiperactivo como siempre sobre el escenario, y su gente. Será que uno va para viejo y a la Tacita de Plata la quiere, y no sólo en carnaval, pero también muchas de esas coplas pegaron el pellizco.
Qué si el Vaporcito del Puerto, que si "Yo admiro el doble sentido" -letra para enmarcar-, que si el estribillo de "Tres notas musicales". Y, como no, el inmortal himno del Cádiz compuesto por Manolo Santander para "Los hermanos Peperoni" en 1998.
El himno habla de una afición que sabe que nunca celebrará títulos ni apenas nada que no sea ver a su Cádiz otra semana más en el Carranza. El himno es de un equipo que forma parte de mi imaginario en aquellos años en los que te aficionas al fútbol de manera que esas alineaciones te quedan más recientes que las del pasado domingo. Szendrey, Carmelo, Cortijo, Barla, "Chico" Linares -impagable la guasa de  esa pancarta de "No te vayas al Milán" dirigida a el-, los Mejías, José González, Manolo Villa y el mejor jugador que ha pasado por España: Mágico González. Me retrotrae a aquellos finales 80 en que deje de ser niño, España se sentó delante del televisor para ver la boda de Cristal , acojonarse con la invasión de Kuwait y  oir hablar por primera vez de algo que se llamaba corrupción.
Pero inmediatamente, me vino a la memoria otro pasodoble. Que tomaba como referencia el himno -no oficial- del Cádiz. Y que habla de otra afición menos acostumbrada a celebrar nada. Y cada vez más minoritaria. Y por ello irreductible.

Mi equipo, mi verdadero equipo, nunca jugó en Primera. Mi equipo, el de verdad, apenas nos ha dado alegrías. Entre todos lo mataron y el solito se murió. Pero yo he visto a Sandro Marqués, Silas o  Gilson Silva, y a Pedro Iarley antes que La Bombonera. Aún recuerdo el penalti fallado por Pedro Ríos frente al Mallorca, el aplauso del Murube al gran Carles Puyol y la carta heráldica de Pérez Riverol, autor de la mayor infamia -y he visto unas cuantas- perpetrada por un árbitro. Y cuantas veces no me habré preguntado como habría cambiado la historia si Javi Navarro dispara un segundo antes o Rafa Ponzo se tira un segundo después una triste tarde en Girona.
Mi equipo, el Ceuta, se diluyó entre deudas, intrigas, cainismo y errores de cálculo. Y tuve que pasar, hace doce meses, el mal trago de ser el primero en hablar de impagos, deudas y de una situación inhumana: gente que trabajaba en el bar del cuñado o en la urbanización del padre como jardinero para poder sobrevivir esperando un sueldo que tardaba en llegar.
Mi equipo, el que representa a Ceuta, es ahora el Atlético, como la Asociación heredó el hueco de esa Agrupación de Almagro, Cerezo, Manolo Pérez Santana o Jorge Antelo. A mi equipo, el de Chicha, Mezquini, Crespo o Paco Anta se le han caído, incomprensiblemente, las rayas rojas de la equipación y sufre los desaires de una guerra absurda de la que solo saldrá perjudicado el fútbol. Porque otros dirigentes llegarán a todos los estamentos, pero el balón seguirá rodando.  Pero mientras sea el de Ceuta, será mi equipo. Y con todo mi cariño a Cádiz y al Cádiz, que se queden allí con Manolo Santander y su magnífico pasodoble. El mío, el que escribió Josemi Romero, termina pidiendo "y en Ceuta también se grite: vivan los Caballas, vivan sus cojones". Pues eso....

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