jueves, 21 de febrero de 2013

San Siro, otra vez...

Siempre me impresionó San Siro. Sobre todo desde aquella noche abrileña de 1989, en la que un Real Madrid hambriento de triunfos europeos y al que el campeonanto doméstico se le había quedado pequeño, recibió una de las mayores humillaciones de su historia. Los tres holandeses mágicos, más Donadoni e Ancelotti, dejaron a la altura de la caricatura al equipo que, un año antes, se había quedado por pura mala suerte a las puertas de su séptima Copa de Europa. Aquel año nació un mito, una leyenda: el Milán de Sacchi, hasta un par de años antes zapatero de profesión que parecía hubiese guardado en una caja de manoletinas el secreto, la esencia, el bálsamo de Fierabrás.

Van Basten supera a Chendo en el 5-0
A aquel equipo lle cayeron tres entorchados continentales, siendo capaz en pleno camino de regenerarse de duros golpes como las idas  y venidas entre Milán y Génova de Ruud Gullit, el maldito tobillo derecho de Van Basten o la digna batalla que le planteaban la Juventus de Baggio, el Nápoles de Maradona o el Parma de Brolin en casa y el Barcelona de Cruyff o el Estrella Roja de Belgrado en el Viejo Continente. Y hubo un momento en el que los dos equipos más punteros de Europa, italianos y catalanes, coincidieron para deseo de muchos en una final. Y en ese momento, como si de una maldición se tratase, acabó el ciclo de los dos. El "Dream Team" blaugrana feneció entre goles de Savicevic y Desailly, el excesivo ego de su entrenador y los cantos de sirena a Laudrup, que meses después comandó una manita blanca en el Bernabéu mortal de necesidad para el "cruyffismo". Los milanistas fueron vencidos un año después por el Ajax merced al gol de un imberbe Patrick Kluivert y ahí comenzó su declive hasta mediados de la pasada década.

Zubizarreta, tras el 4-0 de Atenas
Los dioses viven ocasos. La vida es cuestión de relevos, de alternativas, de ciclos que se acaban para volver a regenerarse y empezar. Pasa con la política, pasa con el fútbol. Quizá el Barcelona pase esta eliminatoria y gane la Champions; el mejor equipo del siglo XXI es capaz de eso y más. Seguramente gane la Liga y muy probablemente la Copa si supera la mina antipersona que siempre supone el Madrid de Mourinho.
Pero la sensación que anoche me dejó el Barcelona, como el Madrid hace veinticuatro años, es que resulta mortal, humano, terrenal. Aquel Madrid acabó ganando Liga y Copa, y su vestuario aún aguantó cohesionado una campaña más para ganar la Liga. Pero nada volvió a ser igual desde aquella noche milanesa. ¿Sucederá lo mismo al Barça?. Como persona poco o nada afecta a la causa blaugrana, lo deseo. Como aficionado al fútbol, espero que no: pese a mi importante ramalazo blanco, nunca dejaré de admirarme de esta máquina que ensambló Rikjaard, perfeccionó Guardiola y ahora conduce con acierto el tándem Tito/Roura. De la arquitectura perfecta de Xavi Hernández, del reto permanente a la velocidad de Messi o del trabajo sucio hecho, como pocas veces desde el Seedorf blanco, por Sergio Busquets.
Por cierto: para los que me pregunten por qué insisto en que el mejor jugador del mundo es de Fuentealbilla y no de Rosario, un detalle. Revisen el partido de anoche, fíjense a quien marcaban los italianos con más insistencia y cuantas veces apareció el cuatro veces balón de oro...

miércoles, 13 de febrero de 2013

He escuchado que el amarillo...

La noche del pasado sábado fue una noche de intensas emociones y coplas. Emociones con el homenaje a gente como Manuel Pardeza "Mané", Juan Sierra o Rafael García "Cardíaco", que lo han sido todo en el carnaval. Sin desdeñar a personas como Juan Sánchez Bagglieto, Alberto Mateos o Pepe Pozo. Emocíones que, en el caso de Javier Chellaram y muchos de los presentes, se tornaron en lágrimas escuchando las coplas de Imagineros 25 años después en el Revellín, mientras me cantaba  el hermoso homenaje que entonces, y al son de La Balada de la Trompeta, tributaba la comparsa de Chiqui al desaparecido Miguel Bao. Emotivo fue también el recuerdo de un hombre bueno, como Maimón Abdelkrim, que allá donde ande -seguro que con el uniforme mal puesto y abroncando a algún paciente quejoso- se llevó el mayor de los aplausos de la noche. Por no hablar de la guasa de Dudú y su burro y de un ejemplo de coherencia y dignidad llamado José Borja González "Niño del Sardinero", que paladea en vida las mieles de ser profeta en su tierra.
Eran todas las que estaban, pero no estaban todas las que eran. Sigo defendiendo la necesidad de semifinales y final, aunque ello suponga el trago amargo -que podría haber recaído en cualquiera- de que alguna agrupación se quede sin cantar. El carnaval, como la vida, es una noria que da vueltas sobre si misma y seguro que el próximo año nos alegraremos por los que estén y echaremos de menos a los que no pasen el corte del Jurado.
                                          Pregón de Imagineros (Foto: Quino/El Faro) 
La presentación de Manolo Casal y Modesto Barragán fue un auténtico espectáculo: independientemente de la gran valía profesional de ambos, se nota cuando alguien está a gusto en un sitio. Como lo hicieron el Sheriff, hiperactivo como siempre sobre el escenario, y su gente. Será que uno va para viejo y a la Tacita de Plata la quiere, y no sólo en carnaval, pero también muchas de esas coplas pegaron el pellizco.
Qué si el Vaporcito del Puerto, que si "Yo admiro el doble sentido" -letra para enmarcar-, que si el estribillo de "Tres notas musicales". Y, como no, el inmortal himno del Cádiz compuesto por Manolo Santander para "Los hermanos Peperoni" en 1998.
El himno habla de una afición que sabe que nunca celebrará títulos ni apenas nada que no sea ver a su Cádiz otra semana más en el Carranza. El himno es de un equipo que forma parte de mi imaginario en aquellos años en los que te aficionas al fútbol de manera que esas alineaciones te quedan más recientes que las del pasado domingo. Szendrey, Carmelo, Cortijo, Barla, "Chico" Linares -impagable la guasa de  esa pancarta de "No te vayas al Milán" dirigida a el-, los Mejías, José González, Manolo Villa y el mejor jugador que ha pasado por España: Mágico González. Me retrotrae a aquellos finales 80 en que deje de ser niño, España se sentó delante del televisor para ver la boda de Cristal , acojonarse con la invasión de Kuwait y  oir hablar por primera vez de algo que se llamaba corrupción.
Pero inmediatamente, me vino a la memoria otro pasodoble. Que tomaba como referencia el himno -no oficial- del Cádiz. Y que habla de otra afición menos acostumbrada a celebrar nada. Y cada vez más minoritaria. Y por ello irreductible.

Mi equipo, mi verdadero equipo, nunca jugó en Primera. Mi equipo, el de verdad, apenas nos ha dado alegrías. Entre todos lo mataron y el solito se murió. Pero yo he visto a Sandro Marqués, Silas o  Gilson Silva, y a Pedro Iarley antes que La Bombonera. Aún recuerdo el penalti fallado por Pedro Ríos frente al Mallorca, el aplauso del Murube al gran Carles Puyol y la carta heráldica de Pérez Riverol, autor de la mayor infamia -y he visto unas cuantas- perpetrada por un árbitro. Y cuantas veces no me habré preguntado como habría cambiado la historia si Javi Navarro dispara un segundo antes o Rafa Ponzo se tira un segundo después una triste tarde en Girona.
Mi equipo, el Ceuta, se diluyó entre deudas, intrigas, cainismo y errores de cálculo. Y tuve que pasar, hace doce meses, el mal trago de ser el primero en hablar de impagos, deudas y de una situación inhumana: gente que trabajaba en el bar del cuñado o en la urbanización del padre como jardinero para poder sobrevivir esperando un sueldo que tardaba en llegar.
Mi equipo, el que representa a Ceuta, es ahora el Atlético, como la Asociación heredó el hueco de esa Agrupación de Almagro, Cerezo, Manolo Pérez Santana o Jorge Antelo. A mi equipo, el de Chicha, Mezquini, Crespo o Paco Anta se le han caído, incomprensiblemente, las rayas rojas de la equipación y sufre los desaires de una guerra absurda de la que solo saldrá perjudicado el fútbol. Porque otros dirigentes llegarán a todos los estamentos, pero el balón seguirá rodando.  Pero mientras sea el de Ceuta, será mi equipo. Y con todo mi cariño a Cádiz y al Cádiz, que se queden allí con Manolo Santander y su magnífico pasodoble. El mío, el que escribió Josemi Romero, termina pidiendo "y en Ceuta también se grite: vivan los Caballas, vivan sus cojones". Pues eso....

lunes, 11 de febrero de 2013

El barrendero de Dios

Demetrio Madrid se disponía a dar una rueda de prensa en el Parador "La Muralla" sobre su participación en la semana de actos culturales de la Casa de Castilla-León en Ceuta cuando, a golpe de sms, los periodistas dejamos al ex presidente socialista de la Junta plantado delante de los micrófonos. Recuerdo que me dió tiempo a ver la cara de poker del antecesor de Constantino Nalda en el gobierno regional mientras recorrimos, casi a paso legionario, los escasos metros que nos separaban de la cafetería. Ahí nos apiñamos para ver algo novedoso para los hijos de la transición: la fumata blanca en la Plaza de San Pedro. Era un 19 de abril de 2005, y el protodiácono Medina Estévez anunciaba al mundo que el sucesor del carismático Juan Pablo II era su mano derecha. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI.
Hoy, en la crónica de su renuncia, me ha venido a la memoria una frase del entonces vicario general de Ceuta, Francisco Correro, que nos advertía a un par de informadores que "tuviésemos cuidado con los papados de transición", en referencia a la avanzada edad del nuevo sucesor de Pedro. "Suelen dar -nos decía- más sorpresas de lo esperado".
De transición fue considerado el papado de Juan XXIII,  que sin embargo fue capaz de convocar un Concilio para meter a la Iglesia en el Siglo XX. Y ahora, la realidad da la razón a "Curro" Correro.
Imagen de "Reuters" publicada por elmundo.es

La imagen pública de Ratzinger ha sido apenas una sombra de su carismático antecesor. Sin embargo, el papa alemán será recordado como un sólido intelectual, como un hombre que fue capaz de preferir el retiro discreto a la agonía televisada. El aún Papa se ha tenido que enfrentar a varias ciclogénesis perfectas durante su Pontificado. La mayor crisis financiera que se recuerda desde la II Guerra Mundial, la revelación de varios secretos por parte de su mayordomo y, sobre todo, el estallido de los casos de pederastia y la vomitiva sensación del silencio durante años y años que le llevaron a pedir perdón y a iniciar -nunca sabremos si por convicción o desbordado por las circunstancias- una "limpia" interna que le llevó a disolver en la práctica a los poderosos Legionarios de Cristo. Añádanle que la Europa cristiana camina hacia el laicismo y la secularización mientras otras tendencias religiosas van ganando peso; es el mismo reto al que se enfrenta la Iglesia Católica con los evangelistas en América Latina, donde todavía brillan rescoldos de la Teología de la Liberación y el crecimiento del islamismo radical en Africa y  piensen que esto ha estado en manos de un señor octogenario y con problemas renales antes de calzarse las Sandalias del Pescador. Su papado de transición incluye también encontronazos con el Islam, una incómoda foto con el uniforme de las Juventudes Hitlerianas y haber abierto si no ventanas al menos rendijas sobre las finanzas vaticanas y relajar el mensaje oficial en torno a cuestiones como la homosexualidad, el preservativo o el SIDA.  Por no hablar de una encíclica de hace un par de años sobre la crisis económica muy merecedora de leerse con detenimiento. Desde luego, demostraba más apego a la realidad que muchos elegidos por legiones de parados.
Sólo Ratzinger sabrá cuales son los verdaderos motivos que le han llevado a renunciar. Pero como decía el entrañable ex vicario ceutí, los papados de transición suelen dejar más sorpresas y motivos para la Historia de lo que se presupone. Benedicto XVI no fue nunca simpático ni carismático, pero nadie podrá negarle nunca haber dado el paso más dificil en muchos caminos: el primero. Y al final dimitió, dejando una lección a quien quiera interpretarla: si no se está en condiciones de ejercer un cargo tan importante como el suyo -teóricamente, habla en nombre de Dios a 1.200 millones de personas- lo mejor es echarse a un lado. Que  cada cual recoja el guante a su manera.
El barrendero de Dios deja la Sede Vacante, esperando andar el final de su camino vital entre las sombras de la plegaria. Desde la inexistencia mediática. Posiblemente,  en los próximos días veremos, si no lo hemos hecho ya, su última imagen en vida. A su sucesor, necesariamente joven, le corresponderá continuar los tímidos pasos emprendidos por el. La Iglesia necesita, más que nunca, un golpe de efecto y el mundo buenas dosis de liderazgo. Apuesten, pues, por Filipinas o América latina como origen del nuevo sucesor de Pedro. El barrendero de Dios ya ha limpiado parte de la suciedad. A su sucesor queda ahora terminar la tarea y sacarle brillo para que hasta los que nos fuimos por la hedionda peste a mercaderes nos planteemos volver algún día al templo.

lunes, 4 de febrero de 2013

No quiero ser finlandés

No me pregunten por qué, pero creo en este país. Qué es tanto como afirmar que creo en nosotros mismos: un país no es sólo el gobernante de turno, sino también la sociedad que lo compone. Y esta ha dado suficientes muestras de fortaleza, de cohesión y de madurez en los últimos años cómo para convencernos a todos de que este no es mal sitio.
Ha sido la sociedad civil española la que se ha movilizado, como nunca, para recoger ropas y víveres de primera necesidad para ayudar a la gente que esta pasándolo mal. Quizá porque muy pocos no ven como cierto el riesgo de verse algún día como desempleado sin hogar, quizá porque más que la imagen de contenedores ardiendo y piedras volando gustará mucho a algunos, pero la gente ha preferido ir a lo práctico.
Creo en este país, porque nuestros son los mejores científicos -enumerarlos, afortunadamente, sería tan larga como los Reyes Godos- y porque seguimos siendo líderes en donación de órganos. Creo en este país porque la generación, ya pensionista, que antecede a la mía da una enorme muestra de abnegación, sacrificio y dignidad estirando cada vez más una pensión corta y recortada.
Creo en España, porque la historia demuestra que cuando esta sociedad diversa, cainita y ecléctica mira en una dirección, es imparable. Y no sólo hablo del fútbol o el baloncesto, efectivamente ejemplares para generaciones de españoles.
No quiero ser finlandés, por muy de moda que esté pedir la nacionalidad finesa en las redes sociales tras el último reportaje de un comunicador enorme, como Jordi Évole. Está de moda criticar a los políticos, el enchufismo, la corrupción y todo lo que se mueva. Pero ¿nos hemos parado a pensar que los que gobiernan no lo hacen por ciencia infusa, sino que los elegimos nosotros?.
Creo en este país porque el movimiento del 15-M -más hermoso cuanto menos perrofláutico- ha conseguido interesantes logros: los desahucios no son ya terreno abonado para banqueros sin escrúpulos. Creo en este país por mil y una historias. No: no quiero ser finlandés. No deserto de España: sólo pido que meter la mano en caja común sea saldado con la cárcel, sin fianza ni reducción de condena, y que no sean flexibles con los ladrones del cuello blanco las leyes ni quienes las aplican. Más que nada, para que la gente no tenga la tentación de medrar, trincar, pasar unos añitos a la sombra si te pillan y luego disfrutar de pingües beneficios y de cierta notoriedad social. Porque ¿cuantos de estos que quieren ser finlandeses apagaron la televisión cuando concedieron jugosas -y caras- entrevistas Luis Roldán, Violeta Santander o Julian Muñoz?. Por ahí se empieza...