jueves, 29 de agosto de 2013

Volver a empezar

No me gusta esta España, que algunos pronuncian con acento en la P y tiene estelades colgadas en el Paralelo. No me gusta esta época de tormenta perfecta, en la que la caja de Pandora de nuestro cainismo, cultura del pelotazo y "yo lo valgo" está más abierta que nunca. No me gusta esta carencia de liderazgo a todos lo niveles que nos hace añorar a cualquiera por aquello de que cualquier cosa pasada, en efecto, fue mejor. 
Me da miedo ver a miembros de Nuevas Generaciones con el brazo adelante y al diputado estrella del Comando Sugus mirando al tendido sin condenar los desmanes del comunismo, tan bello en el papel como nefasto en la práctica. Me inquieta que hablemos de emigración a Europa como una cuestión de adrenalina juvenil, que se nos vayan los cerebros a malvivir en los dominios de la Merkel, que del presidente del Gobierno sólo sepamos que esttá de vacaciones desde hace un mes y el principal partido de  la oposición ande ERE que ERE. No me gusta que con el grito de "Gibraltar español" se de por solucionado un problema generado por el hastío de siglos.
No soy optimista. Nos falta mirarnos a nosotros mismos; sobran viceversas y cagamientos de verano y nos falta mirar en nuestra historia. Me ha deleitado recientemente la lectura de  "La frontera dormida", de José Luis Galar, y el homenaje a tantos españoles con un compromiso cívico que les valió el anonimato en vida y  salvar a  miles de refugiados del horror de la guerra. Que, con lo que le gusta a nuestro cine recrearse en cierta fase -dolorosa- de la historia, no tengamos películas sobre Propper de Callejón o Angel Sanz Briz es para hacérnoslo mirar. A este país le hace falta un reseteo, que comenzó un 15 de mayo, sin tensiones ni histrionismo.
Y a todo esto, llegará el momento en que tengamos que librar una nueva guerra de Independencia. Más sibilina -y por tanto, difícil de ganar- que las anteriores. Será contra el poder financiero, contra esa Europa del Norte que no sólo tiene más dinero sino que ya directamente institucionaliza el insulto al Sur, proponiendo vender el patrimonio griego a cambio de un nuevo plan de ¿rescate?. Europa nació en Grecia, se hizo grande en Roma y dominó el mundo desde España y Portugal. Igual, la historia debe tender a repetirse y el Mediterráneo emerger sólo como un espacio abierto e independiente de lo que un día fue Europa y hoy es el IV Reich. Dos mil años después, latinos contra bárbaros. La historia, a fin de cuentas, es un contínuo volver a empezar.

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