lunes, 26 de mayo de 2014

El gato que se asusta ante el espejo

No sé si ustedes han convivido alguna vez con un gato. Si no es así, se lo recomiendo encarecidamente. Así podrán reirse, por ejemplo, cuando el animal se pone delante de un espejo, se le hincha la cola y se asusta de lo que ve hasta el punto de que puede empezar a maullar o gruñir a su propio reflejo. Sin ser consciente de que lo que está viendo es su imagen.
Algo parecido le ocurre a Europa. Se mira hoy ante el cristal y da un salto hacia atrás en medio de agudos alaridos. Sin percatarse ni asumir que lo que está viendo es el reflejo de un modelo caduco, anclado en 1968 y que no ha asumido aún que el centro del mundo en este siglo no está en el Viejo Continente, sino en el Pacífico. Inocencio Arias daba por buena hace algunos años en una entrevista en Ceuta en la Onda la teoría de que el tradicional teléfono rojo tendría dos extensiones más, Brasilia y Pekín, en el siglo XXI. Ninguna, como ven, en Europa, la antigua evocadora y hoy desilachada Europa.
Que Francia, campeona de los derechos cívicos en el último medio siglo, se entregue a los herederos del nazismo es preocupante. Pero quita el sueño saber que el Frente Nacional ha arrasado con el voto obrero y de la emigración como parte fundamental. Qué el Reino Unido, líder de una heróica resistencia contra los fanatismos registre un apoyo del 22% a partidos de extrema derecha, descoloca. Y en Grecia, cuna de la civilización, Samaras se diluye entre comunistas y neonazis. Sólo resiste con dignidad Angela Merkel. El resto de los gobiernos europeos muerden la lona o celebran seguir de pie. Se habla con normalidad de triunfos de la extrema derecha y casi es noticia que los europeístas hayan ganado unas Europeas en Holanda. 
Y España. En un país tan condicionado por los dictados de Bruselas, el 55% decide que tiene cualquier cosa mejor que hacer que ir a votar. Lo que nos deja una peligrosa fractura entre política y ciudadanos que ni siquiera el auge de nuevas formaciones puede disimular.
Y el 45% de los ciudadanos que si hemos ido a ejercer nuestro derecho al voto, dibujamos un panorama ciertamente ingobernable. El PP gana, si, pero por incomparecencia de un rival qué parece entregarse a ir de derrota en derrota hasta la victoria final. El PSOE no tiene un problema de vendedor. Lo tiene de producto. No les bastará sólo con "susanar" errores. La autocrítica puede ser dolorosa, pero es la única opción que les queda a los socialistas si no quieren enfilar el camino de la UCD de modo irreversible. 
Las Elecciones Europeas nos dejan un preocupante mapa en Cataluña. Es cierto que el 44% vota por formaciones proclives a la independencia. Quizá, por la tradicional ambigüedad del cuerpo electoral de CiU, habría que reducir el porcentaje. Bien es cierto que, pese al ascenso de los electores, el 54% de los catalanes se queda en casa, y que ni sumando los votos de republicanos y coaligados se puede hablar de una amplia mayoría. Pero queda claro que dar por bueno esto y ponernos a silbar sería como dar aspirinas contra la metástasis. Algo se debe hacer en Cataluña, más cuando PP y PSC firman resultados ridículos que son deprimentes si vemos la proyección a generales. La teoría del  incendio por exceso de combustión que parece haber acuñado Rajoy se revela errónea. Llega el momento de los sibilinos: o la tercera vía o confiar en que la gestión desmonte la ideología en el caso de un eventual gobierno de Junqueras, toda vez que Mas aparece amortizado, sin estar muy convencido de ir donde dice querer y sabiendo que no puede dar marcha atrás.
Las elecciones europeas nos dejan además a partidos que crecen por debajo de sus expectativas, como UPyD o IU, que tendrán que coaligarse o asumir el frenazo con Ciudadanos o Podemos, respectivamente. Y de Pablo Iglesias, decir que habrá que darle el beneficio de la duda. Es joven y rezuma carisma, más ese aire de bolchevismo y sus contínuos guiños al mundo abertzale recomiendan prudencia. Pero eso sí: ha enterrado la campaña clásica y demostrado que, sabiendo manejar las redes sociales y posicionarse en los medios, se llega más lejos que repartiendo sobrecitos en el mercado o buscando el puerta a puerta. para atiborrar al personal de  mecheros y globitos. Pese a que la Ley D'Hont y la -nada descartable- posibilidad de que Municipales, Autonómicas y Generales coincidan el próximo año reforzarán al bipartidismo en esos comicios. 
Como a la mítica Casandra, al escribano le queda el consuelo de decir "lo advertimos". El buenismo, y hoy Europa me da la razón, es el principio del fascismo.

sábado, 24 de mayo de 2014

La Décima en cinco puntos

1) Cuando un equipo asume que es mejor celebrar triunfos propios que derrotas ajenas, firma un contrato con el éxito. Cuando se recuperan valores de club, los laureles reverdecen. Ese es el éxito del Atlético: campeón de Liga y subcampeón de Europa. Que estén de vuelta en la élite es de celebrar
2) Eso mismo es válido para un Real Madrid demasiado acomodaticio en los últimos años. En algún lugar de ese vestuario, entre caras gominas y fichajes multimillonarios, aún vivía la forja del barro en la que se cimienta su leyenda
3). Magistral el Atlético como Ancelotti en los cambios. Isco dió más circulación al balón y Marcelo obligó al Atlético a renunciar a las bandas. Morata necesita madurar, pero esta final demuestra, pese a la victoria, que Benzemá no es jugador para el Madrid
4) El Atlético dejó respirar a su rival cuando este besaba la lona. Dejó a Modric suelto, aflojó en defensa y trató de perder tiempo durante toda la segunda mitad. Caro y excesivo lujo para un Madrid que jugaba, a fin de cuentas, su competición.
5) Finalmente, Ancelotti es el domador de fieras que nos vendieron hace un año. Yo dudaba, y ahora me retracto, sobre si era o no el entrenador adecuado. Ahora bien: la historia de 10 Copas de Europa no merece numeritos como el de Cristiano enseñando los músculos -marcó, de penalti, cuando el partido estaba ganado; no apareció antes- ni el de Florentino cual hincha en el palco. La mujer del César no sólo debe ser honrada, sino parecerlo
PD: Lástima que Gales no vaya al Mundial. Porque, a día de hoy, el Balón de Oro debería estar entre Gareth Bale y Diego Costa. 

martes, 13 de mayo de 2014

Confieso que he llorado

No nos engañemos. No me hacía especial ilusión que vinieras, porque daba por hecho que me encariñaría contigo y tendría que vivir tu partida. Pero también sabía que eras parte innegociable de un pacto de convivencia suscrito hace casi dos años y que, más que una coalición, lo nuestro sería un tripartito.
Tal y como lo temía, te fuiste. Casi sin darnos tiempo a despedirnos, y fiel a ti mismo, a ese carácter altivo y luchador que mantuviste hasta el final de tu camino. Y se que no te puedo mentir: nos has visto llorar como niños desde ese rincón del cielo al que siempre llegáis vosotros y rara vez los banqueros.
No pienses, querido amigo, que hemos tratado de sustituirte. Sabes que sería y será imposible. Pero hubo algo que me convenció: una foto de un semejante tuyo, de apenas tres meses, que necesitaba un hogar. No ha transcurrido el suficiente tiempo para cerrar la herida, pero hay que seguir adelante como hubieras querido que lo hiciéramos.
El nuevo y nosotros aún andamos de adaptación. No es fácil y lo sabes, porque tu también lo viviste. Pero quiero que sepas que lo hemos hecho como nuestro mejor homenaje a ti: darle a otro la vida de cuidados y atenciones que disfrutaste y merecías.
Me dedico a una profesión que, en ocasiones, puede ser muy desagradable. Cuento, y veo a diario, historias de desahucios, de gente que lo pierde todo, de asesinatos, de injusticias, de fenómenos naturales,  de trinques y trincones; del odio y las vísceras hechas ideales políticos. Me preocupa, sinceramente, mi futuro y el de los que vendrán.
Por eso, lejos de encallecerme, sabes bien que eras el ratito de esa ternura que todos necesitamos y es terapéutica para el alma. Tú, y tu carácter agriado, que nos hacían reír tanto. Se que pensabas que te lo quite todo. Pero espero que ahora entiendas que no fue así.
Si, confieso que he llorado. Como un niño, pese a mis casi cuarenta años y casi dos metros de altura. Y no me da vergüenza: si pierdo la capacidad de extrañar al mejor gato del mundo, no sería yo. Como suena: no se si parece frívolo en medio de estos años de histeria, pero es así.
No te preocupes, que al otro lo cuidaremos como a ti. Y algún día se que os veréis. Y espero que coincidáis en que tanto tu como el habéis tenido la mejor vida: con respeto, sin excentricidades, pero con todas las atenciones. Hasta siempre, Mischi. Bienvenido, Don Vito.