martes, 15 de enero de 2013

Un hombre de club

Conociendo al personaje, no hay un sólo motivo para pensar que José Mourinho seguirá la próxima temporada en el Real Madrid. Con la Liga sentenciada por parte del eterno rival, caben dos finales de campaña para los blancos. Una: completar el desastre con una eliminación ante el Manchester y un K.O. copero. Y la siguiente, hacer bueno lo que viene rumiando el madridismo desde hace meses: que las tres Champions de la quinta de Raúl llegaron en años en los que el club blanco ofrecía una imagen deplorable en Liga. En cualquiera de los dos supuestos, insisto, se justificaría que el portugués tomara rumbo hacia Italia o -lo más probable- de nuevo al Reino Unido.
Mourinho no es el típico individuo al que cualquiera invitaríamos a cenar por navidad, pero hay que decir que el "talibanismo antimou" está cometiendo excesos de bulto. Por muy entrenador del Real Madrid que sea, por muy desagradable que resulte en el trato con la prensa, por muy altanero que sea con sus rivales, tiene derecho a su privacidad y a que el rostro de sus hijos siga siendo anónimo.
Ante el abandono de Mou -por éxito o fracaso, sonados ambos-, cabe preguntarse que andará en la cabeza de Florentino Pérez para reemplazar al de Setúbal. Primará la excelencia, dirán en la zona noble de Concha Espina, pero esa misma excelencia la habían vendido en otras ocasiones y resultaron ser auténticos petardazos: Carlos Queiroz o Vanderlei Luxemburgo como casos más sonados, para un club que no perdonó a Pellegrini ser segundo con ¡¡96 puntos!! en la clasificación.
Al Madrid le hace falta, pues, un hombre de club. Qué tampoco garantiza nada, pero que sea un símbolo para los blancos. Qué consiga que el jugador que entre en el vestuario tenga respeto sólo de verlo. Qué no necesite que nadie le explique la tradición de remontadas, lucha hasta el final y pertenencia a unos colores porque el, y más que nunca, haya sido cocinero antes que fraile.
Eso funciona: Guardiola en el Barça,  Simeone en el Atlético, Mel en el Betis o Manolo Jiménez en el Sevilla lo han demostrado recientemente, como lo hizo Pochettino en el Espanyol hasta que se enfrentó con más jugadores de la cuenta mientras le iban desmantelando cada vez más la plantilla. O, por qué no decirlo, Pablo Laso en la resurgida sección de baloncesto.
Un entrenador que no tenga que ganarse al Berbanéu, porque en cada asiento haya alguien que lo haya visto jugar u oído hablar de el. Defenestrado Míchel en el Sevilla, podría parecer la mejor opción. Pero si de mi dependiera, entre Hugo Sánchez y Laudrup andaría el juego. Han hecho cosas interesantes como entrenadores, han sido santo y seña del madridismo. Conocen mejor que nadie las rivalidades y odios que genera el club blanco: en su época de jugador, uno vino del Manzanares y el otro del Nou Camp. Igual no son excelentes o galácticos, pero desde luego nadie les va a tener que explicar para que luego se lo transmitan a sus jugadores que, como diría Juanito, "noventa minutos en el Bernabéu son molto longui". 

martes, 8 de enero de 2013

Esperando el Clausura

Siempre me ha resultado llamativo que en Sudamérica, sobre todo en Argentina y Uruguay,  el campeón de Liga quede en un segundo plano. Lo importante es el ganador del Apertura y del Clausura; es decir, de la primera y segunda vuelta. Algo en España meramente anecdótico y raramente reflejado en los medios de comunicación salvo para cuatro estadísticas frikis. Es cuestión de tradiciones y raigambres que, desde el respeto, nunca entenderé. Como tampoco  me termina de llenar aquello de que un equipo pierda la categoría no por estar entre los últimos de la clasificación sino por la media ponderada de las últimas cinco temporadas. En fin: Argentina sabrá y River seguirá herido para los restos.
Sin embargo, pienso que este año sería más operativo que en España tuviéramos un Apertura y un Clausura. Porque si no es por eso, lo que resta de Liga va a ser un auténtico sopor. Un Barcelona que en diciembre es prácticamente campeón -¿le suena eso de algo, señor Valdano?-, un Atlético que no acaba de llegar y un Real Madrid aferrado a la épica de la Champions como única manera de tapar una temporada vergonzosa en lo liguero.
Mirando a la Casa Blanca, todo parece reducirse a la plena incertidumbre. La misma que llevó a Florentino Pérez a ser candidato de nuevo a la presidencia tras los dos años de Ramón Calderón. Por cierto, con una inversión menor en fichajes y el mismo número de títulos -tres- en menos tiempo. Sin embargo, la guerra civil no declarada entre Mourinho y Casillas convierte al cuadro blanco en un esperpento que amenaza con llevarse, también, por delante al "ser superior".
No creo en los niños bonitos ni en el vedettismo. No creo  que nadie sea eterno. De ahí que lo escandaloso de la suplencia de Casillas no sea el "jarabe de banco" recetado por el portugués, sino la humillación tanto al capitán del equipo como a un portero, Adán, nervioso, cuestionado y que aparece como menor y culpable ante el Santiago Bernabéu. Hubiera resultado, quizá, más lógico el fichaje de un portero joven y de garantías -Andrés Fernández, Roberto, Guaita- a principios de temporada para ir moderando poco a poco la salida del arquero de Móstoles. Mourinho ha encumbrado, aún más, a Casillas y ha hundido al bueno de Adán, que pasaba por ahí.
Con Casillas o Adán, el Madrid adolece del mismo defecto:  porteros ágiles, inseguros por arriba y horrorosos con los pies, pero de igual modo una defensa fallona, que sigue encajando goles a balón parado y tras jugadas de estrategia domingo si, domingo también. El debate de la portería no puede tapar el resto: el club blanco ha preferido a gente como Esssien o Modric antes que jugadores como Carvajal o Granero. Menos dinero en caja y la misma o menor calidad en el campo.
Mourinho es un enamorado del fútbol directo: de la defensa a la delantera sin estar en el medio más tiempo de lo necesario. Es decir: de  un juego en el que el talento pasa a un segundo plano ante la fuerza o la velocidad. Es un buen estilo, pero pretender llevarlo a cabo con gente como Ozil o Benzemá, confiado al estado de gracia de Cristiano Ronaldo y con jugadores como Xabi Alonso con tendencia a recrearse parece, como mínimo, contradictorio. Afortunadamente, al Madrid le queda Khedira. Inconmensurable.
Posiblemente, porque soy de la generación que vió hacerlo al PSV, el Chelsea o el Madrid de Karanka, Conceicao y Geremi, este Madrid pueda ganar La Décima. Pero tanto si lo consigue como si no, lo mejor para el Madrid será que al día siguiente se produzca una limpia en toda regla. Qué, por cierto,  no se debe quedar en el vestuario o el banquillo.
Respecto al Balón de Oro: nadie duda de que Lionel Messi es un formidable jugador. Pero ello no calma la injusticia que supone que no lo haya ganado, aún, Iniesta: Cannavaro lo ganó a Ronaldinho y Sammer a Ronaldo por el hecho de haber sido campeones de algo con su selección.  Y para los que hablan a las claras de que La Pulga es el mejor de la historia, un dato. Tiene 25 años, y cuatro balones de oro, si. Pero con su edad, Diego Maradona y Pelé ya habían sido campeones del mundo, en dos ocasiones el brasileño. Y en aquella época, los sudamericanos no aspiraban a la pelota dorada..