viernes, 30 de septiembre de 2011

20 N: la hora de Rajoy

Pocos creian -yo no, desde luego- que el cabeza de cartel del Partido Popular para 2012 sería Mariano Rajoy. En un pais donde se es presidente con 40 años o no muchos más, intentar una tercera vez el asalto a La Moncloa casi con las velas del 60 sobre la próxima tarta no parecía un negocio rentable. Pero en aquel marzo de 2008, Rajoy presentaba un ascenso en votos y escaños del PP como salvavidas para seguir aferrado a un barco que no terminaba de hundirse. Un Congreso de Valencia en el que Esperanza Aguirre, Gustavo De Arístegui o Juan Costa amagaron con cortar la hierba bajo los pies del gallego dejó a este investido de liderato, pero herido de provisionalidad.
Entonces, Leman Brothers quebró. Y entonces el paro empezó a subir. Y entonces a Rodríguez Zapatero se le cayó la flor de donde la espalda pierde su casto nombre. Y vimos, impertérritos, como el SPEE aumentaba su clientela mientras el presidente del Gobierno dejaba traslucir una peligrosa tendencia a pegarse tiros en el pie porque le gustaba soplar el cañón humeante de la pistola y ver las chispitas brillantes del fuego. Y la gente empezó a castigar al PSOE. Y Rajoy gobernó Galicia y completó el íntimo y casi húmedo sueño de Mayor Oreja: que el PP abriese, al fin, la puerta de Ajuria Enea. A cada derrrota del PSOE, Mariano "El Breve" tenía más cerca un sueño en el que quizá el azar había creido más que el mismo. Mayo, con el PP arrasando en territorios adversos como La Mancha o Sevilla, fue la confirmación del cambio.
Rajoy será, previsiblemente, el próximo presidente del Gobierno. Como ciudadano espero que sea mejor presidente que candidato: dubitativo, ausente. Nunca salió al ataque para ganar el partido; se limitó a pinchar las ruedas del autobus rival para tratar de que no llegase al campo y vencer por incomparecencia. Promete, lógico, que será el presidente que acabe con la crisis.
Su mandato puede ser largo hasta que el quiera o corto como un suspiro. Me explico. El PP puede atesorar, si Javier Arenas gana la Junta, el mayor poder jamás conocido por un partido en democracia. Sólo se le resistirían una Cataluña en la que empieza a dejar de ser un "outsider" y un País Vasco en el que Patxi López respira con el aire de Antonio Basagoiti. Enfrente, el PSOE vela armas para una travesía en el desierto con media botella de agua, y con la sombra de una fuerte confrontación interna acechando. No parece lo mejor para tratar de mermar la previsible mayoría absoluta del PP.
En contra: vender que "ya sacamos a España una vez de la crisis, y lo volveremos a hacer". Subyace una idea de que tratarán de aplicar las recetas del 96. Imposible: no hay moneda que re/devaluar según convenga ni empresas -Repsol, Endesa, Trasmediterránea, etc- con las que soltar lastre para correr más rápido. Lo único que se puede vender a buen saldo es la sanidad o las escuelas. Y ahí estaría el PP traspasando una línea roja demasiado sensible. La contestación social puede ser enorme: lo hace la "terrorífica derecha", no la pobre izquierda por "presión de los mercados". ¿Captan?. Y máxime cuando, a diferencia de 1996, Rajoy no controlará la Educación o la Sanidad. Está en manos de las autonomías.
Tendrá la clave si es capaz de atemperar los ánimos más "neocons" dentro de su propio partido y poner las cosas en manos de los más sensatos de la clase. Y ahí deberá demostrar capacidad de consenso, casi de torero, de liderato. Aunque para ello deba hacer algo en lo que, hasta el momento, no se le conocen registros: actuar.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Pues si: cambió el mundo

Se que tal día como hoy también murió Salvador Allende, y que comenzaba un régimen de terror que, por desgracia, fue mucho más allá de las manos destrozadas de Víctor Jara. Se que tal día como hoy Horacio Villalobos tenía una cita con el presidente legítimo de Chile y que, caprichosamente, la historia quiso que fuera aquel joven y barbudo argentino el que fotografiara por última vez con vida a quien, siendo ministro de Sanidad, contribuyó junto a un diplomático de su país al exilio de muchos españoles a bordo de aquel Winnipeg . Se que tal día como hoy, mientras agonizaba como consecuencia de un cáncer que probablemente -macabra ironía- lo libró de cosas peores, el consul chileno en el París de la contienda española, Pablo Neruda, veía horrorizado como su galgo terrible no sólo partía, sino que devoraba, mientras preguntaba a las puertas de la muerte que había pasado con el hijo de Manuel y Amanda.

Pero hoy es, aunque sea por mi edad, el décimo aniversario del día que cambió el mundo y que marcó a mi generación. El día en que dos gigantescas torres de amianto eran derribadas como consecuencia de la sinrazón y el fanatismo. Y advierto: tratar de encontrar explicaciones al terrorismo es, aparte de una pijotada progre, tan injusto como tratar de encontrar alguna justificación a los aviones devastando La Moneda. Yo mismo caí en esa tentación en algún momento, y me arrepiento de ello.

Claro que cambió el mundo. Nos dimos cuenta de que no éramos tan guapos, tan buenos y tan invencibles como creíamos que eramos. Nos dimos cuenta de que se nos odiaba, de que no íbamos a estar tan seguros como antes en nuestras casas y tuvimos que renunciar a parte de nuestras libertades a cambio de una mayor seguridad. O, dicho de otro modo: en el nombre de la segunda, se nos secuestraron parte de las primeras.

Nació un vergonzoso Guantánamo y nos sangró el alma por Madrid, Londres o Balí. Confieso que no sentí la menor pena por la muerte de Bin Laden -si es que fue el 2 de mayo y no antes como afirmaba Benazir Bhutto- y confieso que se me cayó el alma a los pies cuando, en mi única visita a la ciudad de los rascacielos, tuve delante mía el tremendo boquete que el fanatismo había hecho de las dos torres.

Si, confieso que lloré aquella mañana de turismo por N.Y. Confieso que me sentí ridículo y frívolo cuando, en la iglesia ubicada justo enfrente del Wold Trade Center y en la que rezaba George Washington, entré con la curiosidad del turista/periodista. No pude hacer más que una foto. Me quedé con las imágenes que se habían colocado a modo de santuario de los bomberos que se refrescaron en aquella iglesia para encontrar la muerte cien metros enfrente. Posiblemente, entre aquellas fotos estaba la imagen del chico de origen coreano a cuyos padres me habían enseñado esa mañana. "Jamás volvieron a sonreir", me dijeron. Y por cierto: había apellidos hebreos entre los muertos.

Si, cambió el mundo. Occidente tuvo cargo de conciencia, y todos empezamos a sospechar del diferente por el hecho de serlo. Y hubo mucha gente en Occidente que relativizó la presencia de EE.UU en el mundo y la dibujan como el demonio de las siete cabezas. Mucha de esa gente obvia, por ejemplo, quien liberó a Europa del fascismo, se les queda carita de imbécil cuando se les pregunta que hacen viviendo aquí y no en La Habana o Basora y hace esas críticas viendo NBA, cine de Hollywood, comienzo pizza, fumando Marlboro o bebiendo Jack Daniels o Coca Cola.

A lo que iba: que el 11 de septiembre fue un mal día para la humanidad. Por tanto, hoy como hace un año y como hace nueve, ruego a ese Dios con el que me peleo a diario por todas las víctimas del 11 s. Las de Manhattan y las de Santiago de Chile.