martes, 5 de agosto de 2014

El regreso del cura maldito

Es un cuatro de agosto tan costumbrista y caluroso como cualquier otro. Pero ayer, mientras unos cuantos compañeros tratamos de recoger algo de sonido del acto de Ofrenda Floral a Santa María de África, una imagen me hace abandonar momentáneamente la labor y volver veinte años atrás en el tiempo. No está con el obispo Zornoza ni con el resto de sacerdotes, capellanes y diáconos que asumen la parte religiosa del acto. José María Béjar Sánchez reza sólo, tras la imagen de la Patrona de Ceuta, en las puertas de la Iglesia que durante tantos años dirigió.
Me acerco a el y me quedo mirándolo unos segundos hasta que me reconoce y nos abrazamos. Tiene el mismo aspecto que la última vez que nos vimos, hace más de una década, y constato que su mítica dureza de oído se ha transformado ya en audífono.
Nunca fue un hombre con habilidades sociales. Al contrario. Y precisamente ese carácter seco y cortante, ese enfrentamiento con buena parte de la jerarquía cofrade -y política- de la Ciudad fue su talón de Aquiles en los peores momentos de su sacerdocio en África: cuando la Iglesia patronal se le llenó de feligreses de piel morena, los mismos que protagonizaron los disturbios del Angulo en 1995.
Béjar fue insultado, repudiado y criticado por un sector de la sociedad, que no dudaba en calificarlo como el cura maldito o exhibir pancartas como "Sacad al demonio del templo de la patrona". Gente que no entendió que, de todos los que tenían algo que hacer sobre el asunto, precisamente fue el único que cumplió escrupulosamente con su cometido.A los políticos la inmigración les cogió con el pie cambiado, la sociedad ceutí no estaba preparada para esa circunstancia y el hizo lo que debía: darle de comer al hambriento y beber al sediento.
Con su hermana, Rocío, y su inseparable Afriquita, recordamos los tiempos en que los monaguillos traviesos cambiábamos vino por agua, subíamos a misa con el transistor para escuchar los partidos de Primera División o simulábamos voces de fantasma en la cripta que está bajo el altar de la Patrona. Cosas de quinceañeros.
A Béjar, que sólo se despistaba para ver torear a su paisano El Cordobés y era convencidamente de derechas, escuché calificarlo de rojo y antiespañol. A Béjar, que encima tuvo la mala suerte de ser párroco de África justo cuando la Virgen no pudo procesionar por el mal estado de la talla, le llamaron "curilla maldecido" por esto. Cuando la bomba de relojería -que había advertido previamente- que siempre forman la desesperación del que huye y la desidia de quienes gobiernan estalló en el Angulo, muchos hicieron juicios de valor y defendieron la consigna oficial. Pero al día siguiente el, el curilla maldecido, era el único que estaba repartiendo leche y mantas entre los pocos que quedaban en el actual Museo de Ceuta.
Nos despedimos. Me dice que, como cuando era el cura de África, bajará un momento a la feria y se volverá a su Córdoba natal donde sigue ejerciendo como capellán de un hospital y colaborando en dos o tres parroquias. Nos volvemos a abrazar mientras la ofrenda sigue su curso. Emplazándonos a vernos de nuevo, tal vez, el próximo cuatro de agosto. Que ironía, don José: a los pies de la Patrona. 

sábado, 2 de agosto de 2014

Esperando a Lucky Luciano

Cuando Lucky Luciano mandó hundir un crucero en el puerto de New York no sólo estaba perpetrando un cruel y gratuito  atentado terrorista. Estaba mandando un mensaje de poder a una CIA desesperada porque todos los barcos que salían con provisiones a las tropas combatientes en Europa eran hundidos sistemáticamente a una determinada altura: en el puerto de la ciudad de los rascacielos, mandaba el.
La inteligencia norteamericana interpretó el mensaje y aquellos agentes nazis que trabajaban infiltrados como estribadores fueron literalmente barridos. Luciano estaba en la cárcel, si, pero sabía que su presidio era cuestión de tiempo. El que fuera necesario para que el Gobierno Federal le pidiese el trabajo sucio que no está al alcance de un gobierno democrático.
El siguiente encargo llegó años más tarde. Con Hitler empecinado en la conquista soviética manteniendo dos frentes abiertos, la suerte de Mussolini estaba echada. El Desembarco de Sicilia era necesario. EE.UU volvió a recurrir a su enemigo íntimo. Un telefonazo a los primos y comenzaron los actos para propiciar que el sur de Italia fuera el escenario del desembarco de la Flota norteamericana.
A cambio, hubo que pagarle una factura ciertamente elevada. Que los primeros alcaldes de Sicilia fueran de la familia  -no es lo mismo que familiares: ya me entienden-, algún trabajito para los amigos del puerto de Marsella y el capricho con unos amigos de tener algún casinito y unos hotelillos en algún lugar de Nevada llamado Las Vegas. Que los primos sicilianos hoy sean conocidos como Cosa Nostra, que Marsella haya sido el gran almacén de cocaína del sur de Europa durante décadas o que Las Vegas sea lo que es hoy en día igual es casualidad.
Con el paso de los años, hemos ido conociendo estos tratos. Lo que convierte en incoherente, por ejemplo, querer entender como funciona el mundo y no haber visto la trilogía de El Padrino. La guerra no se gana y la paz no se consigue, pues, con la pericia de los generales, la destreza de los gobernantes o las mejores dotes diplomáticas. A Mussolini, pues, contribuyó a vencerlo un mafioso y a Hitler le dio el golpe de gracia un español embustero. Y si algún día se acaba la barbarie en Gaza y palestinos e israelíes -ciudadanos, no estados- alcanzan la paz que merecen, me da la impresión de que habrá que preguntarse a que extraño individuo, a que negociación clasificada en los servicios secretos, le deberá el mundo un nuevo respiro.