martes, 8 de diciembre de 2015

Adiós a la Transición

Si algo quedó claro del debate de anoche, es que la generación de dirigentes que recuerda la muerte de Francisco Franco está amortizada. La que más difícil lo tenía a priori, Soraya Sáenz de Santamaría,  confirmaba ser el único relevo posible y lícito para el último marismeño. No hay una sola comisión interministerial que no haya presidido la vicepresidenta más poderosa de la historia. Y su llegada a La Moncloa - tal vez inminente- sería un cierre de círculo perfecto para La Gloriosa
Sin que me apasione el personaje, creo que el ganador fue Pablo Iglesias.  Era el que más complicado lo tenía, tras tantos virajes ideológicos y los últimos debates con Albert Rivera,  al que esperaba mejor y que careció anoche de la "magia" de anteriores ocasiones. El líder de Podemos olió sangre en el PSOE, desacreditó el liderazgo interno de Pedro Sánchez y se reivindicó como único portavoz del 15 M. Su minuto final, dibujando un país de abusos y víctimas a las que devolver la esperanza, fue demoledor. Si hacemos un paralelismo con el fútbol, jugó al ataque total sabiendo que la defensa ni siquiera le garantizaba el empate. Lo que no le exime de errores: Andalucía no sólo nunca quiso ser independiente, sino que es la piedra angular de España y el ya famoso "gromenauer" que emplea a Jordi Sevilla.  Y se permitió anunciar un referéndum sobre Cataluña, buscando ser la fuerza más votada al este del Ebro. Si llega a La Moncloa, creo que este será su "OTAN, de entrada no". Escrito queda.
Sánchez sobrevivió como pudo, yendo de menos a más y jugando el rol mas presidenciable de los cuatro. Coincido con el en que el asunto de Siria es demasiado importante como para dirimirlo en una campaña electoral. El cuñadismo y la geopolítica nunca fueron buena mezcla.  Y, de paso, Andrés Herzog tuvo su minuto de oro con la llegada de la vicepresidenta, lo que reactiva sus opciones de estar en el Congreso. Vale que Rosa Díez lejos de seducir te abroncaba, pero el partido que sentó en el banquillo a Rato, judicializó las preferentes y quebró el bipartidismo merece mejor suerte que quedarse fuera del parlamento.
Me gustó la sintonía entre los cuatro en asuntos como el maltrato o la Educación. Siguen sin entender que el problema no es el Senado, sino el Congreso: sólo tendría sentido la Cámara Alta si la Baja se elige mediante circuito único. Más allá de las interrupciones, fue un debate elegante sin juego subterráneo. Y el caso es que la ausencia de Rajoy  se prestaba a ello.
¿Y en Ceuta?. Bien, gracias. Los partidos siguen visitando barriadas como si de unas municipales se tratase, lo que constata una vez más la inutilidad de  campañas tan largas y tan de los 80. Un debate como el de anoche moviliza más que todos los puertas a puertas del mundo.
Por cierto, sobre Ceuta, algunos datos. Salvo en la primera victoria de Aznar y las dos de El Ausente, el ganador en la Ciudad Autónoma siempre ha sido el mismo que a nivel nacional. La victoria más ajustada fue de la del PSOE frente a un PP emergente de 1989 y la más amplia la de los populares de 2011, superando en 46 puntos -66 a 20- a los socialistas. Quien gana el Congreso siempre gana los dos escaños en el Senado. El PSOE siempre ha estado entre las dos primeras posiciones, a excepción de 2000, desplazado por el GIL. ¿Cambiará algo en esa estadística?. Me da que los periodistas podemos tener unas navidades bastante atareadas...

viernes, 4 de septiembre de 2015

Cinco de septiembre: la piedra y la sangre

De los hechos que voy a relatar, hay algo que me impresiona más que el descomunal trabajo de mi admirado amigo Paco Sánchez Montoya. Me contaban hace poco que María la cantinera, cuyo apellido adjetivaba al pensil, causó sensación horas después de aquello que gritaba en voz baja Ceuta entera. Puso sobre la barra una piedra de playa manchada de rojo.  "La sangre de vuestro alcalde, el rojo". Era un cinco de septiembre de 1936. Aquel alcalde se llamaba Antonio Sánchez-Prado.
Lo peor no fueron los muertos en trinchera: en la guerra, en la supervivencia, hay horror pero cierta nobleza cuando se trata de la vida propia. Lo peor de aquellos años debió ser, sin duda, la saña. La programación de la tortura. No eran mejores aquellos que mataron por ¡¡¡ sedición  y rebeldía !!! al último alcalde republicano de Ceuta que los que 60 años después acabaron de un tiro en la nuca a un pobre contable de 30 años sólo por ser del PP. Lo peor es el miedo que, aún a pesar del tiempo transcurrido, infunde el apellido Peregrina en quienes crecieron oyendo hablar de sus miserables fechorías.
Lo peor fue que hubo españoles saqueados por ser nietos o hijos de. Recientemente, una de las mentes más plecaras de Ceuta, Manuel Olivencia, hablaba con emoción de aquel profesor que le enseñó inglés, francés y alemán por las tardes al estar represaliado por ser republicano. Como lo fue el padre del propio Olivencia, encargado de proclamar la República ante la ausencia de Sánchez-Prado de Ceuta el 14 de abril. Olivencia, al que uno no encajaría precisamente en Podemos, hablaba con pena de la contienda. "Aquel niño que vivió el bombardeo del destructor republicano Jaime II sobre Ceuta el día de su cumpleaños, comprendió muy rápido la diferencia entre la vida y la muerte. Refugiado en un sótano entendió el horror de la guerra", dijo el insigne letrado. 
A Sánchez-Prado no se le recuerda por ser alcalde. No se le puede recordar por ello: tuvo dos etapas, de apenas seis meses. Antepuso siempre sus compromisos profesionales al ejercicio de la política. Y ahí, en su faceta de médico dadivoso que no cobraba consultas y pagaba medicinas, nació el mito. En una ciudad donde el PP gana sistemáticamente, en la que aún se encuentran calles que recuerdan a personajes de aquel régimen, todo el mundo sabe a quien se refiere nuestro interlocutor cuando nos dice que viene de pedirle a "Don Antonio". En la muy religiosa Ceuta -da igual el credo- hablamos de un santo laico, ateo y masón.
Las palabras de Olivencia fueron el pasado miércoles, 2 de septiembre, día en que se conmemora que Pedro de Meneses fue el primer gobernador de Ceuta. Algo que ahora está de moda  celebrarse a baja intensidad no sea que se hieran sensibilidades. Si de golpe y porrazo nos horrorizamos tanto de lo que ocurrió hace 600 años, pedir que cada cinco de septiembre la Corporación bajase a la estatua del ex alcalde y colocara una corona de flores mientras se guarda un minuto de silencio se antoja casi como quimérico. Porque debe ser esa, la Corporación. La clave de la leyenda, como cantaba hace años una chirigota, es que Sánchez Prado no es patrimonio de un partido. Ni siquiera de aquel en el que no quiso militar por presentarse como de izquierdas y ser cercano  a la burguesía (masón, laico, ateo y, tal vez, visionario). Es patrimonio del pueblo de Ceuta.
Por cierto, al César lo que le corresponde. Ceuta tuvo gobiernos socialistas pero fue uno del PP el que inauguró la estatua y adecentó la fosa común de los republicanos.  Y pido que este homenaje sea también para las víctimas del bombardeo republicano del Mercado Central 




domingo, 21 de junio de 2015

De tragedias y ligerezas

No, Pablo Iglesias, no. La tragedia no es que no se cuantos presos de ETA estén dispersados por varias cárceles de España. No. La tragedia es mayor: son casi 900 tragedias mortales más otras anónimas: hombres y mujeres huérfanos, viudos, ignorados, lesionados de por vida. No, profesor Iglesias. La suerte de los 'gudaris' no es el drama.,
El drama es, por ejemplo, el de las personas que tal día como el pasado viernes de hace 28 años tuvieron la mala ocurrencia de ir a Hipercor a comprar un regalo o los últimos avíos para la comida. La tragedia es la de un anónimo contable secuestrado en un pequeño pueblo y asesinado dos días después a sangre fría o la de un brillante ingeniero que quince años antes corrió la misma y maldita suerte. Estas dos tragedias se llamaban Miguel Angel Blanco y José María Ryan.  Y todavía me dejo otras ochocientas y pico sin nombrar.
La tragedia, al margen de los ríos de sangre, es que hayamos tardado tan poco en relativizar. En tomarnos esto a la ligera y buscar la maldita equidistancia. La tragedia es que se vea como una simpática travesura que alguien haga chistes del más bastardo gusto sobre víctimas de atentados, violaciones y genocidios. La tragedia es que, cuando alguien delante de un ordenador falta voluntariamente a la dignidad de tantas víctimas -no lo digo solo por el tal Zapata: ¡¡ Ay, Manuela !!- lo primero que se hable sea de una política fascista de Interior, del quebranto a la libertad de expresión y de que estos vayan a la cárcel y no Urdangarín o Rato. Como si una cosa tuviera que ver con la otra. La tragedia es que a cierta izquierda ETA le sigue pareciendo un conflicto político. No fue un conflicto, ni un enfrentamiento: en este caso, muchos pusieron la nuca y algunos la bala y el pasamontañas. Por cierto ¿no es igual de trágico el número de personas encarceladas por delito contra la Salud Pública cumpliendo prisión en el extremo opuesto a su casa?. La tragedia es que de los cuatro o cinco pilares básicos de la democracia -sufragio universal, presuncion de inocencia, derecho a la propiedad privada, libertad individual y respeto a la divergencia-, en su caso solo parezca estar garantizado el primero. Ergo, la tragedia es que quince meses después de la muerte del mejor presidente de este país su obra haya sido tan mal gestionada que usted aparezca como alternativa a  Rajoy o un 'ucedizado' PSOE para dirigir España. 
Sin acritud ni cariño. 

martes, 9 de junio de 2015

Devuélvanme mi fútbol

"Amo demasiado a mi país para ser nacionalista". Me siento realmente identificado con la frase de Camus que otro Albert (Rivera) repite de vez en cuando. El nacionalismo, como concepto, tiene la limitación de alcanzar sólo hasta donde  llega la vista. Siempre he creído, más que en las naciones, en los Estados. Estos tienen la opción de vertebrar, de diseñar, de imaginar. El nacionalismo genera división y rencores: a la idea de España le han hecho tanto daño los complejos de cierta izquierda capaz de usar mil circunloquios para no decir el nombre del país como el intento de apropiación de los símbolos nacionales por parte de la derecha. 
Dicho lo cual, me parece indecente pitar cualquier himno nacional. Al socio que en la pasada final de Copa del Rey de España chiflaba al himno y al Rey de España siempre le cabe la opción de proponer en asamblea que su equipo no juegue más ese trofeo. De retratarse y no esconderse en el anonimato, diluido entre miles de personas. Porque no solo silbaban al Rey o al Himno: de paso, lo hacían también con el aficionado del Barça o el Athletic (eran mayoría: no se nos olvide) que  no es nacionalista o es de Cáceres,  Melilla o Jaén. Por ello, por lo poco de futbolístico  y mucho de aquelarre que tuvo el evento, fue la primera vez en mi vida que preferí ver un documental de cualquier cosa antes que la final del trofeo del K.O. No tuvo nada de acto heroico: lo fue de muy mala educación.
El nacionalismo, me da igual si central o periférico, se retroalimenta. No es de recibo tampoco el refinado McChartysmo con el que muchos deportistas vascos o catalanes se están encontrando ahora: no hace falta hacer test de patriotismo para ver si estamos ante un "botifler" o un "maulet" cada vez que un Patxi o un Xavi se pone delante de un micrófono. A veces pienso que el interés en mantener unido a este país es exactamente el mismo en TV3 que en Intereconomía. 
Pero no nos engañemos. Lo del Camp Nou no es nuevo ni viene de ahora. Las personas decentes de cualquier equipo llevamos años viendo como se insulta a un jugador por el hecho de ser musulmán, negro o judío. De ver como en el Fondo Sur del Bernabéu se corea "Adolf Hitler is my friend" con total libertad. No es ni noticia que se falte a la honra de Shakira cuando el Barça juega fuera. El vergonzante atentado tanto contra la dignidad de las maltratadas como a la presunción de inocencia perpetrado por los más radicales de mi equipo, el Betis. Las faltas de respeto a la memoria de Antonio Puerta o las cansinas invocaciones al espíritu de Juanito cada vez que el Madrid pierde un partido. Se criminaliza y arruina la vida a un ciclista por  infiltrarse, pero se ve como una muestra de honradez cuando lo hace un jugador de fútbol
Vemos con condescendencia todo esto y más. Que un tipo se metiera con una botella de whisky y una cabeza  de cochinillo para tirársela a Figo en un campo de fútbol fue visto como una travesura y una anécdota simpática. Y si el tal Jimmy -que en gloria de  Dios esté, pero distaba mucho de ser un pobre hombre con mala suerte que iba a por el periódico- no hubiera fallecido, el hecho de que zumbados de toda España queden para abrirse el cráneo hubiera sido visto igual. Por no hablar de tanta bengala, alcohol y destrozo en las celebraciones de cualquier equipo. 
Esa es la realidad: que miles de niños en los estadios ven a sus padres o abuelos llamando "hijo de puta" al jugador rival, al portero local o al árbitro. Asustarnos ahora ante lo de la pitada es como lo del capitán Reynaud en Casablanca: hacerlo de que  haya cartas en el mismo local donde vamos a diario a echar nuestra partidita de mus. En conclusión, señor Villar: devuélvanme mi fútbol, el que une, el que apasiona sin fanatismos. el que fomenta valores y no levanta murallas. O váyanse usted y sus palmeros a la UEFA, a la FIFA, o donde el viento da la vuelta. Pero váyanse. 

domingo, 15 de febrero de 2015

¡¡¡ Ay, febrero !!!....

El de anoche no entrará en la historia del carnaval por ser el concurso más pasional qué se recuerde. Un público frío, con muchas ausencias -empezando por la clase política, excepción hecha de Mabel Deu y Rocío Salcedo- y qué tardo en caldearse. En cuanto a las agrupaciones, obviamente me alegro por el triunfo de Los pequeños Nicolás. Para mi, febrero es igual a O'Donnell, a chavales que queríamos comernos el mundo en aquellas interminables verbenas o en esos ensayos en un cuartillito a la espalda de Santiago Apostol. Veo, ciertamente, mejoras en los grupos femeninos y la comparsa Los qué se vienen parriba cumple y gana. Me gustó el cuarteto y  en cuanto a las agrupaciones foráneas, bienvenidas y hasta el próximo año. Independientemente de los chistes excesivamente bordes de alguna de ellas, espero qué cuando vuelva a haber suficientes grupos de Ceuta no se les cierre de nuevo las puertas. Gracias por venir y hasta la próxima. 
Visto lo visto, uno podría caer en los brazos del derrotismo. O plantear y repetir soluciones de las qué anoche se hablaban. De entrada, el concurso no puede volver a ser el coto sin vallado que fue en algún momento en el 7 Colinas: aquellas escenas de gente entrando con termos de café y bocadillos en el público y tipos de pie sobre los asientos no se deben volver a repetir. Dicho esto, no es de recibo qué tengamos que enseñar la entrada, el DNI o la credencial cada cinco minutos. 
Si: echo de menos aquel Instituto. Esas noches donde sabías qué el mejor tiempo de espera al jurado era en la cafetería, entre guitarras, chistes y golpes de nudillos. Esa era la verdadera magia del carnaval. Creo que cometemos un error olvidando el auditorio del IES y centrándolo todo en el Revellín. Sea un tenor de prestigio o una función escolar de fin de curso.
Lo de las entradas vuelve a ser lo mismo de siempre: gente que sólo escucha a los suyos, y así nos va. De todos modos, no estuvo mal lo de la venta de internet, puesto qué ahora sabemos qué no funciona. Antes era, simplemente, especular. 
Urge, como diría Luis Aragonés, una sentada. No ahora en la barra de algún bar, sino dentro de unos meses y con tranquilidad. El carnaval de Ceuta no puede empecinarse en ir paralelo al Falla ni durar mes y medio entre concursos previos, ensayos generales, mejillonás, concursos, cabalgatas y actos de final. Jueves  tarde concurso infantil, pregón; viernes concurso de agrupaciones, sábado cabalgata y domingo entierro de la caballa. Una semana después de la final gaditana. No es tan difícil. Cómo tampoco desprendernos de ciertos complejos: anoche se escuchó un "CAI" entre el público. Ignoraba qué estuviésemos viendo un partido de baloncesto y que el equipo de Joaquín Martín tuviese aficionados tan pasionales en Ceuta...
De lo qué si me alegré es de la elección de los tres homenajeados. En Javi Salas y José Manuel Martínez no sólo tengo a buenos carnavaleros, sino también a amigos. Y del otro ¿qué decir?. En un rincón del alma, guardo aquellos cafés improvisados con  Demis Roussos poniendo el fondo músical a conversaciones sobre Barbate, El Puerto de Santa María, la guitarra cordobesa o las obras de Paco Alba. Y ese café siempre acababa a las tantas de la noche, tras horas y horas de magisterio carnavalesco . El carnaval es tan insondable, a veces tan absurdo e injusto, qué a mi me dio el honor de un pregón y a Jerónimo Romero sólo una Caballla de oro....

viernes, 6 de febrero de 2015

Un país de cine

Mañana, el cine español volverá a celebrar la gala de los Goya. Ese evento en el qué habitualmente se critica al ministro de Cultura de turno, se fuerzan algunos chistes e incluso se entregan premios. Cómo homenaje -sincero, modesto- a un cine qué ha dejado momentos de grandes quilates, ofrezco aquí algunos de los que para mí son títulos imprescindibles del cine español

1) Bienvenido, Mr. Marshall (Luis García Berlanga, 1953)
No hay mejor metáfora de España: esa aldea que sobrevive con más ilusión qué medios, esperando siempre impresionar a un mundo que cuando recurre a ella lo hace de paso. En Villar del Río están el cura, el alcalde, la autoridad y el intelectual al qué nadie escucha. Cuentan que la promoción de la película estuvo a punto de generar un conflicto entre la España franquista y Estados Unidos: Eisenhower afeó a Franco qué dieran por hecho la entrada en el Plan Marshall al ver los carteles de la película por todo Madrid. Y al final, los americanos pasaron de largo y el españolito medio se quedó con sus ilusiones, su pobreza y un sueño listo para desempolvar en algún otro momento.

2) Muerte de un ciclista (Juan Antonio Bardem, 1955)
Un romance tórrido y furtivo es la base de la primera película internacional de nuestro país. Cargado de pildorazos a la línea de flotación del franquismo más oscuro. Bardem muestra mujeres conduciendo, miseria, hipocresía: enseña a una clase dominante acomodada sobre el sufrimiento del resto y envuelve una revuelta estudiantil en un diálogo que bien podría reconocerse en un mitin de Podemos. "La guerra es cómoda: sirve para echarle la culpa de todo", dice un convincente Alberto Closas. Como el "Espanya ens roba", "la casta" o "la herencia recibida" de nuestros días.  Es por ello por lo que se le perdonan fallos técnicos garrafales, como qué se vean a los operarios de sonido en plena faena durante algunos pasajes de la cinta. Nunca entenderé cómo -afortunadamente- la censura de la época la calificó tan sólo de "potencialmente peligrosa" en vez de prohibirla directamente.
                                         
3) La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014)
La gran película española del siglo XXI. Con una cadencia y una factura técnica qué recuerdan por momentos al mejor Clint Eastwood, este "Alcasser marismeño" retrata a la perfección esa Andalucía rural donde la escuela era un buen lugar para qué las mozas esperasen el momento de la boda. Ese avispero de frustraciones y promesas qué fue el campo andaluz pre Felipe. Ese encuentro entre dos Españas encarnadas por Raúl Arévalo y un magistral Javier Gutiérrez. Imprescindible.

4) Los Santos Inocentes (Mario Camus, 1984)
¿Quien dijo qué un buen libro no podía dar origen a una buena película?. La magistral obra de Miguel Delibes retrata una España pasada -al menos, en el envoltorio- y nos deja magistrales interpretaciones. No recurriré al tópico derrotista, pero si esta película hubiera sido norteamericana, probablemente Paco Rabal habría logrado el Oscar por interpretar a un tipo tan brutal, sin dobleces y noble como el entrañable Azarías.

5) Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999)
Barcelona sirve como inmejorable escenario a una colección de almas rotas, sueños deshechos y personajes incompletos. Una película con la que Hollywood paga su deuda con el director manchego y vuelve a poner en el centro de los focos a una inmensa Cecilia Roth. Y si: hay gente así, ¡vaya qué si la hay! paseando por nuestras calles. Merece la pena verse sólo por el monólogo de Antonia San Juan, "Agrado"  para la eternidad

Ya lo se: me dejo muchos títulos por el camino. Qué me atropelle una vaquilla, me secuestre un fauno, me corte el cuello un verdugo, me manden con todos a la cárcel o me arrastren mar adentro con pan negro como única comida si no lo tengo presente. Simplemente, como decía Aute: más cine, por favor.