lunes, 16 de diciembre de 2013

Avenida del General Escobar


Que nadie malinterprete lo que van a leer a continuación: ni una sola objeción a la propuesta de Caballas para que la Plaza de la Manzana del Revellín lleve, desde fechas próximas, el nombre de Nelson Mandela. El ejemplo de este hombre debe trascender –ya lo ha hecho- su propia vida y país, y no parece mal honrar la memoria de uno de los grandes líderes mundiales de todos los tiempos en tiempos en los que, quizá con la excepción de Obama o el Papa Francisco, andamos escasitos de ellos. En Europa Hollande, Cameron, Rajoy o Enrico Leta presiden sus países, si, pero más que líderes parecen encargados de la planta de caballeros de unos grandes almacenes. La figura de Madiba, en tiempos en los que todo parece fracturarse, puede ser evocadora no sólo en los suburbios de Ciudad del Cabo, Pretoria y Johannesburgo, sino en cualquier parte del mundo.
Pero me gustaría, precisamente por esos valores de nobleza y generosidad, sugerir modestamente dos nombres al siempre complicado debate del callejero. Uno de ellos nació en Ceuta y el otro a miles de kilómetros de distancia, pero si somos personas amantes de la democracia y la dignidad encontramos muchos lazos de unión entre ambas figuras. Por diferentes motivos, ahora verán, son figuras de cierta vigencia en estos tiempos.

Años después de que muriera en las cercanías de la Iglesia de Los Remedios Agustina de Aragón, nació en ese mismo edificio Antonio Escobar Huertas. Perteneciente a una familia militar, era muy de derechas y muy católico, de los de misa diaria. Un 18 de julio de 1936, le llegan noticias de la sublevación en la tierra que le vio nacer. Escobar estaba al mando de la Guardia Civil en Barcelona y mandó formar a todos los efectivos disponibles para recorrer la Via Laietana, que conecta el puerto con el corazón de la Ciudad Condal. Ahí mando llamar al presidente Lluis Companys, que muerto de miedo y sudoroso recibió al mando de la Benemérita. Supongo que Companys estaba preparado para todo menos para aquel guardia se le cuadrara con un “A sus órdenes, señor presidente”. Escobar, que ideológicamente se parecía tanto a  Companys como un gato  a un piano, prefirió seguir adelante con su código militar y permanecer fiel al mando al que debía obedecer. Años más tarde, ambos compartirían destino: los dos únicos fusilados en el castillo de Montjuich por orden del general Franco. Escobar, irónicamente,  con honores y pidiendo que no hubiera rencor sino perdón cristiano para aquellos que le quitaban la vida. Supongo que al Bello Artur no le han contado, o quizá no quiera recordar, esta historia. Pero ese es un capítulo que aún está por escribir.
Antonio Escobar

El otro, probablemente, no sabría situar Ceuta en el mapa. Pero gracias a el salvaron su vida ceutíes como Antonia Castillo –primera mujer médico colegiada tanto en la Ciudad Autónoma como en la provincia de Burgos- o su esposo, el catedrático Luis Abad Carretero. Posiblemente también Manuel Martínez Pedroso, diputado en Cortes en el momento de la guerra incivil y que siguió ejerciendo como tal en el exilio. Se llamaba Lázaro Cárdenas Del Río, fue presidente de Méjico y nadie como el contribuyó tanto a salvar la vida de tantos y tantos españoles que tuvieron que huir de su país por ser republicanos o haber sido señalados como tales. Mandó enterrar a Azaña envuelto en la bandera mejicana, para que el entierro de un Jefe de Estado tuviera tal dignidad ante la negativa de la Francia de Vichy a hacerlo envuelto en la bandera republicana.
Mandela, por supuesto, pero por el ejemplo de uno y la deuda moral que siempre tendrá este país con Méjico por el excelente trato dado a ciudadanos españoles -independientemente de su ideología-, en la próxima lista de nombres para calles de Ceuta podría incluirse, ¿qué se yo?, la Avenida del General Escobar o la calle de Lázaro Cárdenas.