Demetrio Madrid se disponía a dar una rueda de prensa en el Parador "La Muralla" sobre su participación en la semana de actos culturales de la Casa de Castilla-León en Ceuta cuando, a golpe de sms, los periodistas dejamos al ex presidente socialista de la Junta plantado delante de los micrófonos. Recuerdo que me dió tiempo a ver la cara de poker del antecesor de Constantino Nalda en el gobierno regional mientras recorrimos, casi a paso legionario, los escasos metros que nos separaban de la cafetería. Ahí nos apiñamos para ver algo novedoso para los hijos de la transición: la fumata blanca en la Plaza de San Pedro. Era un 19 de abril de 2005, y el protodiácono Medina Estévez anunciaba al mundo que el sucesor del carismático Juan Pablo II era su mano derecha. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI.
Hoy, en la crónica de su renuncia, me ha venido a la memoria una frase del entonces vicario general de Ceuta, Francisco Correro, que nos advertía a un par de informadores que "tuviésemos cuidado con los papados de transición", en referencia a la avanzada edad del nuevo sucesor de Pedro. "Suelen dar -nos decía- más sorpresas de lo esperado".
De transición fue considerado el papado de Juan XXIII, que sin embargo fue capaz de convocar un Concilio para meter a la Iglesia en el Siglo XX. Y ahora, la realidad da la razón a "Curro" Correro.
Imagen de "Reuters" publicada por elmundo.es
La imagen pública de Ratzinger ha sido apenas una sombra de su carismático antecesor. Sin embargo, el papa alemán será recordado como un sólido intelectual, como un hombre que fue capaz de preferir el retiro discreto a la agonía televisada. El aún Papa se ha tenido que enfrentar a varias ciclogénesis perfectas durante su Pontificado. La mayor crisis financiera que se recuerda desde la II Guerra Mundial, la revelación de varios secretos por parte de su mayordomo y, sobre todo, el estallido de los casos de pederastia y la vomitiva sensación del silencio durante años y años que le llevaron a pedir perdón y a iniciar -nunca sabremos si por convicción o desbordado por las circunstancias- una "limpia" interna que le llevó a disolver en la práctica a los poderosos Legionarios de Cristo. Añádanle que la Europa cristiana camina hacia el laicismo y la secularización mientras otras tendencias religiosas van ganando peso; es el mismo reto al que se enfrenta la Iglesia Católica con los evangelistas en América Latina, donde todavía brillan rescoldos de la Teología de la Liberación y el crecimiento del islamismo radical en Africa y piensen que esto ha estado en manos de un señor octogenario y con problemas renales antes de calzarse las Sandalias del Pescador. Su papado de transición incluye también encontronazos con el Islam, una incómoda foto con el uniforme de las Juventudes Hitlerianas y haber abierto si no ventanas al menos rendijas sobre las finanzas vaticanas y relajar el mensaje oficial en torno a cuestiones como la homosexualidad, el preservativo o el SIDA. Por no hablar de una encíclica de hace un par de años sobre la crisis económica muy merecedora de leerse con detenimiento. Desde luego, demostraba más apego a la realidad que muchos elegidos por legiones de parados.
Sólo Ratzinger sabrá cuales son los verdaderos motivos que le han llevado a renunciar. Pero como decía el entrañable ex vicario ceutí, los papados de transición suelen dejar más sorpresas y motivos para la Historia de lo que se presupone. Benedicto XVI no fue nunca simpático ni carismático, pero nadie podrá negarle nunca haber dado el paso más dificil en muchos caminos: el primero. Y al final dimitió, dejando una lección a quien quiera interpretarla: si no se está en condiciones de ejercer un cargo tan importante como el suyo -teóricamente, habla en nombre de Dios a 1.200 millones de personas- lo mejor es echarse a un lado. Que cada cual recoja el guante a su manera.
El barrendero de Dios deja la Sede Vacante, esperando andar el final de su camino vital entre las sombras de la plegaria. Desde la inexistencia mediática. Posiblemente, en los próximos días veremos, si no lo hemos hecho ya, su última imagen en vida. A su sucesor, necesariamente joven, le corresponderá continuar los tímidos pasos emprendidos por el. La Iglesia necesita, más que nunca, un golpe de efecto y el mundo buenas dosis de liderazgo. Apuesten, pues, por Filipinas o América latina como origen del nuevo sucesor de Pedro. El barrendero de Dios ya ha limpiado parte de la suciedad. A su sucesor queda ahora terminar la tarea y sacarle brillo para que hasta los que nos fuimos por la hedionda peste a mercaderes nos planteemos volver algún día al templo.
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