jueves, 31 de mayo de 2012

Historias Olímpicas (VI). Maratón: muertes, mensajes y aguadores

Antes de la batalla de las Termópilas que tantas obras literarias y cinematográficas han inspirado, hubo una confrontación entre griegos y persas que también dejó poso para la leyenda. Persia había puesto en Grecia su mirada; antes que Jerjes fue Darío, su padre, quien quiso someter a la península helena. Cuatrocientos noventa años antes de que naciera Jesús de Nazaret, espartanos e invasores se baten en una sangrienta batalla de cuyo resultado dependían las siguientes décadas.
El lugar era Maratón. Y el primer protagonista de esta historia es un hemeródromo –correo- ateniense con una función: presenciar la batalla y traspasar las columnas de soldados, esquivar cadáveres y heridos, para contar el resultado de la batalla. Posiblemente el primer enviado especial de la historia, Filípides empleó dos días en recorrer los 42 kilómetros que separaban Maratón de Atenas. Cuando llegó a la capital griega, cayo exhausto. Fulminado. Muerto. Pero no sin antes pronunciar la palabra que toda la polis quería escuchar: Victoria.

Estatua de Filípides en Maratón

Más de dos mil años después, Grecia encumbraría a otro héroe sobre 42 kilómetros. La historia de Filípides había inspirado al Barón Pierre de Coubertein para una prueba atlética sobre esa distancia. Atenas se disponía a celebrar los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. Corría el año 1896.
Y como dos millares de años antes, el héroe de los griegos fue un hombre del pueblo, con el que nadie contaba pero que acabó escribiendo su historia con letras de oro en la historia de su país y de las olimpiadas.
El primer titán de los Juegos Olímpicos de la Era Moderna se había ganado la vida de distintas maneras. Había sido pastor, y recorría las calles de Atenas vendiendo agua cuando un antiguo coronel suyo en el servicio militar le reconoció. El uniformado recordó rápidamente el nombre de su antiguo soldado, y su velocidad en las pruebas atléticas. Se llamaba Spiridon Louis.
Como Filípides, el pequeño vendedor de agua, natural de Marousi, recorrió la distancia entre Maratón y Atenas. Como Filípides, obtuvo la victoria cuando todos dudaban de ella. Y como el mensajero de la victoria, su entrada en el estadio Panatinaikos despertó la euforia entre sus paisanos.
Spiridon, el pequeño aguador, no sólo ganó. Se impuso a rivales de renombre y prestigio internacional, como su paisano Vasilakos o el australiano Flack. Fue el primer campeón de la Era Moderna de la prueba reina.

Spiridon Louis

Dos mil años antes, la victoria había estado teñida de muerte. En este caso, de reivindicación del orgullo patrio y del canto a los sueños que cada cuatro años vive el mundo. De los héroes anónimos. De los ciudadanos insignificantes que un día reivindican a golpe de triunfo, de sudor, su hueco en la historia.
Spiridon Louis no cayó en el olvido, pese a que no volvió a correr más. Se retiró a su pueblo, donde primero fue granjero y luego policía. Fue presidente honorífico de la delegación griega en Berlín 36, cuatro años antes de morir.
Sesenta y ocho años después, la antorcha olímpica volvía a Atenas. Los juegos volvían a casa. Y en la ciudad del Partenón, el mundo se admiró de las hazañas de los atletas en el estadio inaugurado para la fecha. Que llevaba el nombre de un menudo aguador al que el azar permitió ser leyenda. El del primer héroe de la Era Moderna. Spiridon Louis.

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