Cuando un país organiza los Juegos Olímpicos, es habitual que se mantenga en secreto hasta última hora que deportista representativo del estado anfitrión tendrá el inmenso honor de encender el fuego olímpico, de portar la antorcha sagrada con el mundo como testigo. Londres no va a ser una excepción. Y de no ser por sus ocupaciones actuales, no cabe duda de que nuestro siguiente protagonista tendría todas las papeletas para hacerlo.
Actualmente no suele ocurrir, pero cada cuatro años durante la existencia de los dos grandes bloques era frecuente encontrar boicots en función del país que organizara los Juegos Olímpicos y de la tendencia política de cada estado. Así, los deportistas de la Unión Soviética no estuvieron en Los Ángeles, mientras que cuatro años antes en Moscú no estuvieron los del bloque occidental. Montreal, en 1976, había sufrido el boicot de los países africanos en protesta por la no exclusión de Nueva Zelanda, cuya pujante selección de rugby había disputado un partido con la Sudáfrica del Apartheid.
Pero yendo a Moscú, la capital rusa fue escenario del nacimiento de una de las mayores leyendas del deporte mundial. Veinticuatro años antes de la cita moscovita, había venido al mundo Sebastian, hijo de británico e india. El pequeño Coe pasó su infancia en la antigua colonia británica, y en los 70 avisó de su potencial proclamándose campeón del mundo de medio fondo.
Sin embargo, en 1980, Margaret Thatcher prohibió la presencia de la bandera británica en la capital soviética, dejando un resquicio abierto a la participación de compatriotas suyos bajo bandera del Comité Olímpico Internacional. Bajo esas condiciones, los dos mejore atletas británicos de la historia, Coe y Steve Ovett se retan. Ambos se reparten oro y plata, además ganando cada uno en la teórica especialidad del otro: Coe se desquitó de su derrota en 800 asestando a su rival un doloroso golpe en los 1500.
Cuatro años después, en Los Ángeles 1984, todo el mundo estaba expectante por ver la revancha entre los grandes campeones. Sin embargo, se produjo una de las mayores sorpresas de la historia del olimpismo con el triunfo del brasileño Joaquim Cruz en los 800 metros. Coe acabó segundo y un exhausto Ovett, desplomado tras ser séptimo, en el hospital. Bajo bandera británica, esta vez si pudo conseguir que el “Dios salve a la reina” sonase en su honor en el kilómetro y medio de distancia, tras alzarse vencedor de un hermoso duelo con su compatriota Steve Cram y el español José Manuel Abascal. Y todo ello después de un año retirado por una extraña enfermedad.
Tras Los Ángeles, recibió el premio Príncipe de Asturias o el título de barón y fue diputado por el Partido Conservador, liderado por la misma Margaret Thatcher que había impedido en Moscú que desfilase la Union Jack. Comentábamos antes que Coe no podrá ser el último relevista en Londres. ¿Por qué?. Porque posiblemente su mejor carrera de fondo llegara en los despachos, en 2005: Londres requirió sus servicios y contra todo pronóstico, la City se impuso a Madrid y París en la lucha olímpica. Y la capital británica recompensó a Lord Coe con un nuevo honor: ser el presidente del Comité Organizador de los Juegos del próximo verano. ¿Turno, pues, por ejemplo para el mediático David Beckham en el país que inventó el fútbol?. No hagan apuestas: como siempre en su vida, solo el, Sebastian Coe, tiene la respuesta….
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