Leído en Twitter: "El carisma arrasa en Europa. Rajoy, Hollande, Rossell". Aparte de confirmar que la de los 140 caracteres es la red social que más ingenio exige a sus usuarios, la letanía proclama la muerte del orador y del animal político, la defunción del lider de masas. En tiempos de penumbra, probablemente como nunca antes desde la construcción del muro de Berlín, Europa busca a los chicos formalitos para tratar de vez la luz. Curioso. Desde Moisés en adelante, guiar travesías por el desierto siempre fue cosa de audaces.
El caso es que Francois Hollande, cuya fotografía representa a un perfecto doble físico de Florentino Pérez, parece tener menos carisma que un cenicero, y desde luego que su antecesor, pero en cuestión de días el himno nacional más hermoso del mundo sonará en su honor cada vez que aparezca en público.
No tiene el porte de Chirac, no duerme con una supermodelo como Sarkozy, no transmite la sensación de tener todas las cartas marcadas como Miterrand. Pero el caso es que Hollande va a tener en su poder el maletín nuclear y va a ser la gran esperanza blanca, el unicornio azul, de la izquierda europea a la hora de frenar a Angela Merkel. Lady Clipper tiene, al fin, su reverso. En definitiva, que esta generación de dirigentes que podríamos asemejar con una añada de eficientes empleados de gran almacén, también cruza, para quedarse, las puertas del Elíseo.
¿A donde nos llevará Hollande?. Y si: hablo en primera persona porque si el vecino de arriba tiene goteras, a nosotros se nos inunda la casa. Pues analizando esto con frialdad, a poco que Rajoy sea medianamente inteligente, a buen puerto. Primero porque, cosas de la política, nuestro presidente aparece de la noche a la mañana como el gran campeón del liberalismo, con permiso de la máxima accionista de Europa S.A.. Lo que puede propiciar que la dama del norte le ponga ojitos de vez en cuando. Y segundo, porque precisamente el hilo argumental del discurso de Hollande favorece dar aire a gobiernos como el de España: reformar habrá que reformar, probablemente, pero el calendario será más elástico.
Dos conclusiones. La primera: el futuro de Sarkozy. Políticamente, debe ser ninguno: apareció en la cuneta en el momento del accidente. Es decir: cuando los franceses estaban hasta el Arco del Triunfo de Chirac, no se fiaban de Villepin y mucho menos de Segolene Royal. Ecléctico, inquieto, encantado de conocerse, Sarko no ha sido, ni de lejos, el padrecito entrañable que los franceses están acostumbrados a ver en el presidente republicano. Y para Le Gabaché, el presidente es de derechas o izquierdas, es eficaz o no, pero sobre todo es el Presidente.
Así que ahora es el turno de Hollande. El divorciado más ilustre de Francia: ex marido de candidata fracasada accede a Presidencia de Francia cinco años después de aspirar a ser el "primer damo". Y lejos del sangre, sudor y lágrimas de Churchill, del liderazago en la justicia mundial de Palme, del "Por consiguiente" de González o de la afición a la caza de Andreotti, Europa queda en manos de un señor formalito y con gafas. Que vaya bien, Monsieur President: los que vemos una tijera y nos ponemos a sudar le saludamos. Pero conste que las elecciones del domingo no las ganó el PSF: la ganaron ellos. Los encargados de la planta de caballeros.
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