Editorial del pasado 31 de agosto del programa "Ceuta en la Onda", que presento y dirijo de lunes a viernes de 12.30 a 13.45 en Onda Cero. 101.4 de la FM y www.ondacero.es/directo/ceuta
Hay varias maneras de ver una ciudad. Desde el punto de vista de la mera contemplación, si no lo han hecho les recomiendo encarecidamente que se suban a bordo del Desnarigado, esa entrañable barcaza reconvertida en un coqueto guía de Ceuta, su historia y sus lugares perdidos hasta tal punto que sólo es posible admirarlos desde el mar. La batería del pintor, el viejo molino portugués, la escalera imposible que une El Sarchal con su playa o los isleros de Santa Catalina donde tantas historias de agua y tragedia se han escrito se abren a la curiosidad tanto del visitante como del ceutí de una manera que, insisto, resultaría complicada desde tierra.
La otra visión que puede ofrecer Ceuta es pisándola: palpándola, viviéndola. Tardando media hora en recorrer el Revellín; te paras con uno, hablas con el otro, te encuentras con aquel de allí que te cuenta algo, ya sea un chascarrillo o un rumor. A veces, les prometo que ser periodista en Ceuta no exige más que estar en la calle y tener los oídos abiertos.
Pasado mañana se conmemora el Día de la Autonomía, sin presidente ni consejero de Presidencia de comunidad alguna que nos acompañe este año. Se premiará a dos instituciones que, con sus fallos como toda obra humana, representan valores tan elevados como el saber, en el caso del Instituto de Estudios Ceutíes, o el ayudar, en el de Nazareth.
Y llegados al momento del 2 de septiembre, toca por tanto turno para el balance y el análisis. Ceuta, decididamente, está mal, en una encrucijada, en una situación de indefinición política, social y empresarial que sólo Dios sabe como terminará. En efecto, el futuro ya no es lo que era.
El largo plazo es medio y el medio es pasado mañana. Así somos, así nos va. Tenemos más parados que losetas y un tejido social roto en mil pedazos, friccionado a base de guerrillas de taifas que nos han dejado una ciudad en la que encontrar nexos de unión entre todos sus habitantes es, ciertamente, misión imposible.
Como les digo, desde el ámbito del paisaje Ceuta es una ciudad única. Subir a San Antonio y contemplar los mejores atardeceres del mundo sirve para reflexionar, con el sol muriendo en la Mujer Muerta, y preguntarnos que somos y, sobre todo, hacia donde puñetas vamos. No hay, objetivamente, muchos datos para el optimismo, salvo la tendencia del ser humano a repetir su propia historia.
Y es que desde que el primer Neardenthal llegara a la Cabililla, siguiendo por meriníes, romanos o portugueses, siempre hemos sido así. Improvisando, ideando a cada momento, decidiendo sobre la marcha. No es bueno, pero es nuestra manera de ser. Llevamos años diciendo que "el día en que pase algo", pero nunca ocurre ni ocurrirá.
Ceuta se tambalea. Mentira. Nunca estuvo firme. Siempre de un lado a otro, variando tanto como el viento que la despierta cada mañana. Siempre envuelta en convulsiones, mirando hacia sus adentros. Siempre con esa personalidad por matizar: a veces creemos que somos el ombligo del mundo y a los diez minutos nos comportamos como cualquiera de un pueblo profundo. Pese a todo, tiene encanto. Y, por tanto, hay que confiar en ella. ¿Por qué?. Porque como diría Galileo, y sin embargo, se mueve.
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