miércoles, 12 de septiembre de 2012

Mis películas favoritas (II): Bienvenido, Mr. Marshall

Esta serie de artículos NO es un compendio de las mejores películas de la historia del cine; son, con quien las quiera compartir, una serie de reflexiones sobre el modesto gusto de este bloguero. Advierto que pueden incluir elementos de la trama; si alguien no las ha visto, que no siga leyendo.

Los censores son, definitivamente, una especie burda e ignorante. Tal es el caso que durante muchos años en España se vió alterado el guión de Casablanca porque el personaje de Rick había luchado del lado de los republicanos, pero sin embargo se les coló inexplicablemente la mejor crítica, la más ácida sátira del franquismo y sus consecuencias. Condenaron al ostrascismo al bueno de Bonet de San Pedro por interpretar que Rascayú era una alusión al del brazo incorrupto de Santa Teresa, y no supieron oler, ni de lejos, que la más magistral de las cintas jamás rodadas en España -y una de las más grandes de toda la filmografía mundial- era un alegato contra el aislacionismo, un escaparate mordaz y ridículo de un país con suficientes traumas para sonreir aún en aquellos cincuenta.
Dwight Eisenhower fue un hombre con una especial sensibilidad hacia nuestro país. Antes de que Bill Clinton bailase la Macarena, ya eligió como sintonía de campaña El Relicario, en un hábil guiño hacia un voto hispano cada vez más influyente. Mientras, en El Pardo suspiraban porque el Plan Marshall llegase a España. Los americanos, guapos y sanos, traerían el dinero que no había merced al fraticidio de finales de los 30. Y en esas, Francisco Franco ya no era el malvado dictador al que muchos norteamericanos habían combatido como brigadistas internacionales. Era un elemento clave para frenar el comunismo. Y en esas, Ike llegó a Madrid.
Cuentan que en su paseo por Madrid, al margen de carteles como "I Like Ike", el general que lideró el desembarco en Normandía fijó su atención en un cartel: "Bienvenido, Mr. Marshall". Cuentan que mostró su enfado porque aún no se había decidido que tal acción llegase a España. Y cuentan que al presidente le contaron que era cosa de unos muchachitos que hacían cine.
 
Unos muchachitos, comandados por Luis García Berlanga, que presentaron a España como una aldea de catetos, tan ignorantes como tiernos e ilusos, esperando que llegase el maná en forma de dinero. Si El Quijote es, en la literatura, el mejor retrato del carácter español, su réplica y continuación en el cine es la cinta rodada en Guadalix de la Sierra. Lugar que luego acogió el esperpento aquel de Gran Hermano. Pero esa, es otra historia.
A un insignificante pueblo perdido en cualquier lugar de la Meseta, llegan noticias de que van a venir los americanos. Y entonces, Berlanga  -en magistral colaboración con Miguel Mihura y Juan Antonio Bardem- saca a relucir la España profunda. El alcalde, el cura, la maestra, el intelectual del pueblo  cuyo tío abuelo estuvo en América y que protesta por el evento tanto como desea participar del mismo, el representante de artistas que engañaba a los aldeanos con una supuesta estrella mundial de la copla como si de cristalitos de colores en una aldea zulú se tratase... Dios Salve a Berlanga.
Para colmo, nos deja detalles como una absurda e inmortal canción. Aeroplanos conservados en frigidaire (frigoríficos). Virginia, Michigan y Texas que, no está mal. Y por supuesto, la desolación final. Los americanos pasan, pero lo hacen de largo y por espacio de unos minutos. De nada sirve que el alcalde -enorme José Isbert-  se haya tragado no se cuantas películas del oeste. De nada sirve la fuente de colores ni el patio andaluz en que se convierten las calles del pueblo. De nada sirve que la gente haya soñado con tractores para dejar las duras tareas del campo, o que las mocitas más presumías se hayan deshecho de sus mejores prendas esperando la seda yanqui. No. Los americanos pasan de largo.
No es sólo reirse, que también, de la cómica historia. Es también llorar, emocionarse, ver que, en efecto, somos así de ridículos. Berlanga, sátiro por excelencia, deja para la inmortalidad un largometraje cuya visión es más dulce y admirada conforme pasan los años. Bienvenido Mr. Marshall es nuestro Ladrón de Bicicletas, nuestro Nacimiento de una nación. Es nuestra obra maestra. Y, posiblemente, una de las grandes hazañas del cine, como dijo Pepe Sacristán en un homenaje al fallecido director al que tuve la suerte de asistir en San Lorenzo de El Escorial, de cualquier director en cualquier tiempo y lugar. Y si creen que exagero, prueben a verla y luego a compararla con el revuelo generado, casi sesenta años después,  por la  reciente visita de Angela Merkel.

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