A la hora de elaborar el resumen de 2012, los periodistas e historiadores tendremos la obligación de mencionar, en el capítulo de ausencias, las de dos hombres que han encarnado hasta el último momento las dos Españas. En este siglo han sido derechas e izquierdas, pero siempre nos ha gustado la división: carlistas y liberales, afrancesados y no, moros y cristianos. España es un país de grandes entierros, dijo Pemán. Quizá porque es una nación que lleva el cainismo en el ADN. Recuerdo la frase de un buen amigo y seguidor de este blog: "Desde Isabel la Católica, nadie ha unido tanto a este país como Andrés Iniesta".
Manuel Fraga se fue en enero, ocho meses antes que Santiago Carrillo, que además era ocho años mayor que su íntimo enemigo. Y ambos no son inocentes al juicio de la historia: Carrillo, en efecto, tuvo un papel como mínimo sospechoso en Paracuellos del Jarama. Pero no olvidemos como se llamaba el ministro de la Gobernación cuando Enrique Ruano se caía por los ventanales.
Fraga y Carrillo han representado el mismo papel. El de portavoces de bandos en una guerra fraticida, pero que, en la madurez política y personal consideraron que había que dar marcha atrás. Ambos conocían lo que era la Guerra Civil; por ello ambos sabían que era importante ceder para que, sobre todo, los que viniésemos después pudieramos respirar algo parecido a la libertad y la concordia.
Ambos sabían que agitar banderas al viento podía no sólo mover conciencias, sino también incitar a disparar armas. Pertenecieron a esa suerte de hombres criados en la cultura del odio que al final terminaron por encontrarse, mirarse a los ojos y firmar un pacto entre caballeros. Para cumplirlo, además.
No fueron sólo ellos. Tarradellas, Tarancón o Gutiérrez Mellado, entre otros, hubieron de hacer grandes sacrificios; renunciar al todo por garantizar una parte. Ese es su legado. El pasaporte de ambos hacia la absolución. Y la lección que cabe extraer de sus palabras, de sus hechos, para los que andamos ahora inmersos en una crisis que sólo Dios sabe donde nos llevará y en una generación que trata de reescribir, absurda y peligrosamente, la historia de la que ellos fueron protagonistas.
Los que creemos en la democracia, en los valores cívicos que hacen de este el sistema menos malo de gobierno, podemos tener tantos motivos para odiar como para venerar a ambos. Yo estoy en medio, ideológicamente, de los dos. Dijo Pedro Ruiz que la izquierda arruina a los pueblos y la derecha los explota. Por tanto, la virtud está en el termino medio. En Voltaire; ("No comparto lo que usted dice, pero daría mi vida por su derecho a decirlo") y en el legado de dos hombres que dejan, si cabe, más huérfana de referentes nuestra democracia. Y dos hombres a los que quiero testimoniar mi respeto, pese a que Ceuta y los ceutíes no merecieran el mismo para ninguno de los dos en aquellos convulsos años 70. Pero esa, es otra historia. La que nos es común, la que nos legaron desde la altura de miras, se llama democracia. Gracias, por todo, y pese a todo.
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