Jimmy McNulty es el yerno que ninguno querríamos: borracho, mujeriego, tramposo y conflictivo. Omar Little es todo lo contrario de un gángster despiadado: su cuidada estética con un pañuelo negro, su cicatriz, sus exquisitos modales, su escopeta y su homosexualidad hacen de el uno de los personajes con más encanto de la historia de la televisión. Lester Freamon es el amigo al que todos quisiéramos tener, un cerebro privilegiado, uno de esos hombres que entienden que si cuando tenemos un problema nos ponemos nerviosos, entonces tenemos dos.
Omar Little
Mi verano este año no ha tenido hueco para libros. No. Me he recreado disfrutando, asombrándome, saboreando cada matiz, cada escena, cada giro argumental, cada fotograma de The Wire. Una especie de patio de monipodio en la Estados Unidos profunda y moderna: traficantes, matones, periodistas sin escrúpulos, alcaldes sin más discurso que lo que les devuelve el espejo, niños de la calle y droga, mucha droga. Una serie de tipos capaces de dispararse al pie porque les gusta el brillo de las chispas, que nos dibuja a policías sin principios y a matones incapaces de disparar a un ciudadano, de crear una ley para la selva cuyas normas son más sagradas que las de cualquier Constitución.
The Wire es la crónica de un fracaso. De cómo el narcotráfico y sus tentáculos entran por todos lados de nuestras casas. De cómo en ciertos barrios de Occidente hay niños que aprenden a disparar antes que a leer. De cómo en esos mismos barrios la ley no entra, sino que negocia. Y cuando dos negocian, dos ceden. De cómo el cuerpo de un mendigo apenas suscita atención para los medios de comunicación. De cómo estos dan crédito, en muchas ocasiones, a lo primero que se nos ocurre. De como la línea que separa el bien del mal es cada vez más delgada, hasta el punto de que ambos se mezclan hasta confundirse y desaparecer. De cómo los asesinos puden tener cierto sentido de la justicia.
Si no la han visto, la recomiendo encarecidamente. Esta historia de los bajos fondos de Baltimore no se hace pesada, al contrario. Deja perlas como una conversación entre periodistas en la que uno pregunta"¿has entrevistado alguna vez a un asesino en serie?" y el otro responde "Si. Conozco a Dick Cheney".
Si les gusta la intriga, el ritmo trepidante, las historias que crecen o se deshacen por el mínimo detalle, veanla. Y si después de procesar sus cinco temporadas, sus 57 capítulos, les sabe a poco y tienen la sensación de que la historia les es muy conocida, local y cercana, efectivamente. Estamos peor de lo que queremos soportar.
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