Benzú duerme sobre el mar como un niño recostado sobre su madre. Es, sin duda alguna, uno de los parajes más hermosos de Ceuta, a medio camino entre el Atlántico que golpea las ventanas de las casas y que da la sensación de estar en un crucero cuando uno disfruta de un te en el cafetín con el Peñón vigilante al frente y la montaña, a los pies de García Aldave. Es, además, una barriada de pequeñas y cotidianas historias. Se de niñas musulmanas que pidieron tener un alumbrado extraordinario de Navidad -en un lugar donde la población cristiana es prácticamente testimonial- o de historias de keftas mezclados con villancicos, de niñas que jugaron sin importarles que, el día de mañana, una se casara por la Iglesia o la otra por el rito coránico. Más allá de estériles, repetitivos y cansinos mensajes de convivencia, estos pequeños detalles humanos demuestran que la mejor manera de fomentar la convivencia consiste, simple y llanamente, en convivir.
Benzú no es el paraíso terrenal. Ha tenido, y tiene, mil problemas de drogas, exclusión social, tensiones fronterizas o de aislamiento del resto de la ciudad hasta el punto de que ver la televisión autonómica o escuchar algunas emisoras de radio se convierte en un verdadero acto de heroísmo. No es un barrio integrado -físicamente- en la Ciudad Autónoma: le separan los suficientes kilómetros del casco urbano como para tener un alcalde pedáneo, pero tampoco tiene carta municipal. Y, viendo como anda la cosa de los dineros públicos, mejor.
Benzú, sin embargo, alberga en sus entrañas un tesoro de esos con los que la historia bendice a determinados lugares. Gibraltar enfrente, a la izquierda la Mujer Muerta, y en pleno corazón de la barriada, la Cabililla. Donde un concienzudo grupo de estudiosos, comandados por Darío Bernal o José Ramos, se ha empeñado en demostrar que la población de Europa no se hizo por el corredor sirio-palestino, sino por el Estrecho. Por tanto, Benzú no habría visto sólo ahogarse a los hijos de África en sus propias aguas. También buscar, quizá lo mismo pero 300.000 años antes, a los Neardenthales.
El Gobierno de la Ciudad busca reagrupar extensiones universitarios en el extremo opuesto de Ceuta, en el Acuartelamiento del Teniente Ruiz. Porque, al fin y a la postre, el Campus consiste en agrupar edificios diseminados por aquí y por allá. No habría mucho que objetar, pero si alguna cosita. Fuera UNED, fuera Magisterio, fuera la Guardia Civil y ya veremos que ocurre con el Murube en un futuro, Hadú -verdadero medidor de como van las cosas en Ceuta- se va quedando más desnuda cada día.
Benzú podría, por tanto, albergar una Facultad de Arqueología sobre los restos de su devastada cantera que permitiese a los estudiantes cursar la teoría y practicar sobre un Bien de Interés Cultural en cien metros de diferencia. Y si, se que meter a cincuenta o sesenta "indianas" en Benzú de golpe, sería como meter un elefante en una cacharrería. Pero la historia reserva lugar destacado para la audacia. Y las grandes ideas se tienen en un momento, pero a veces tardan años en cuajar.
A la barriada no le vendría mal ambiente universitario, ni en la cartera ni en el espíritu. La Universidad podría ofrecer una facultad sobre un entorno paisajístico y arqueológico de auténtica impresión. Y el que esto escribe lo hace con la amargura de habérselo comentado a miembros de los tres grupos representados en la Asamblea -PP, Caballas y PSOE- y haber tenido la sensación de gritar sobre un desfiladero. Con el eco propio como única respuesta. Con la sensación de que sólo el temporal Plan de Empleo -¿qué tendrá, Dios mio, qué tendrá?- genera interés en determinados dirigentes políticos.
No soy un experto en nada, y menos en extensión universitaria. Pero me da que no sería mala idea. Mientras, seguiré de vez en cuando, yendo al Cafe Musical para, con un te y junto a sus ventanas construidas sobre un acantilado, quedarme absorto en mis pensamientos. Como la canción de Jorge Sepúlveda, como la Mujer Muerta, como Benzú, mirando al mar...
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