viernes, 17 de agosto de 2012

Carmen no bajó la persiana

El principal problema de vivir en una ciudad tan limitada geográficamente es que nos aislemos en nosotros mismos y pensemos que no hay mundo más allá de la bocana. Es un error en el que hemos caído todos: medios de comunicación, políticos, empresarios y sindicatos, arrastrando con ello al resto de la sociedad en una nociva ceremonia de la autocomplacencia. Y cuidado, que no desprecio lo que tenemos aquí: me consta, y últimamente más que nunca, que el nivel de vida en Ceuta es envidiado por muchos ciudadanos peninsulares. Estar en casa muerto de calor, ponerte un bañador y tardar no más de cinco minutos en llegar a la playa es, por ejemplo, un pequeño detalle de lo que esta ciudad puede ofrecer de si misma.
Pese a todo, los escasos capítulos de competitividad y economía de mercado se antojan rentables. No dispongo de cifras, pero si de imágenes y recuerdos. Algunos de ellos, por ejemplo, me llevan a la segunda mitad de los noventa, cuando la empresa Continente quiso desembarcar en Ceuta. Una plataforma síndico-social se alzó casi en armas por lo que consideraron un ataque a la economía de la ciudad y una sentencia de muerte para el pequeño comercio local.
Sin embargo, y pese a lograr su objetivo de impedir el desembarco de Continente, no se apreció por las causas que fueren el mismo fragor en otros casos acontecidos pocos años más tarde. No vino Continente, pero llegó Supersol. Y Eroski, antes que Lidl, Día o Covirán. Conclusión: el beneficiario ha sido el ceutí que ahora puede elegir los yogures de un lado, las cervezas de otro y el pan de molde de aquel de allí. Y por supuesto la gente que encontró trabajo gracias a estas firmas comerciales y al verdadero cliente potencial de Ceuta. El paraguayo del siglo XXI ya no viene desde Extremadura o Málaga. Viene desde Casablanca, Tánger o Rabat.
Otro ejemplo: las firmas de moda. Zara, Springfield o Blueberry son algunas casas, por mencionar otras, que han desembarcado en Ceuta en la última década. Nada incompatible con las tiendas pequeñas: Almacenes Madrid, Cutillas, Fariñas o Nueva Galería siguen subsistiendo. No es fácil: nunca lo fue. Pero pese a lo que auguraban los comentarios de barra de bar, siempre más interesantes que el CIS, Carmen Marañés nunca bajó la persiana. Porque la fortaleza de estas empresas estriba en ser las de "toda la vida", en la cercanía al cliente, en las "cuentas abiertas" y en la especialización en determinadas prendas y mercancías.
Ceuta tiene que abrirse, que aprender de estos casos generados por inercia (otro ejemplo: McDonald's compite/convive con otras firmas de comida rápida en Ceuta y a escasos metros de distancia) y olvidarnos del tópico "es de Ceuta, de siempre". Al empresario y pequeño comerciante ceutí, al que lleva generaciones invirtiendo y doblando el lomo para generar empleo y riqueza, hay que cuidarlo y ayudarle. Pero nunca caer en el miedo al progreso y al frescor de los nuevos aires. Lo contrario es anestesiar a una ciudad. Lo contrario es que las cartas de juego las tengan siempre los mismos. Lo contrario es la cultura del monopolio, como vergonzosamente se propone ahora para las navieras desde la cincuagésimo sexta mesa por la economía creada en las últimas décadas. Lo contrario es despojarnos de cualquier hálito de imaginación, innovación y talento. Es decir: avanzar hasta el descubrimiento de la rueda redonda.

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