martes, 28 de agosto de 2012

Crónica de un escalofrío

Hay veces en las que, conforme se enciende una vela o se reza un padrenuestro, se tiene la sensación de estar haciendo lo único que se puede para evitar algo que se antoja infranqueable. Es lo que ha pasado con los niños Ruth y José, a los que todo el mundo soñaba con ver liberados de su cautiverio pero con la sospecha, triste y al fin cierta, de que hacía meses que ya no estaban entre nosotros.
La crónica del triste final de estos niños es, finalmente, la crónica de un escalofrío. De esos que recorren el cuerpo desde la ceja hasta el tobillo en cuestión de segundos y provocan dolor. La crónica de la impotencia, de pensar en qué tipo de sociedad estamos construyendo y que tipo de animales somos.
José Bretón no es, además, un (presunto) criminal al uso. No. Quiere a la cámara, suscita su atención, le gusta verse y oírse. Esta suerte de Norman Bates o Hannibal Lecter andaluz es, además, maniático de la limpieza -siempre me dieron yuyu estos tipos- y muy, muy inteligente.
La pesadumbre por el hecho de que el final sea el que ninguno queríamos y todos esperábamos no debe evitar, sin embargo, una profunda reflexión. Sobre el papel de los medios de comunicación: sostiene Juan Antonio Carreras "Carris" - http://carris.wordpress.com/ - que la cercanía en el tiempo y el espacio entre los casos de Marta del Castillo y los niños de Las Quemadillas no es casual. Por tanto, habría un efecto llamada propiciado, en parte, por la actuación de los medios de comunicación. ¿En qué momento se rebasa la delgada línea que separa la información del morbo, el servicio al público de la verbena más cutre?. Una duda que, sinceramente, debe atormentarnos y hacer meditar a los que nos dedicamos a esto.
Luego, la actuación policial. ¿Tan pocos preparados están nuestros agentes?. ¿O tan pocos medios tienen?. Pensemos en los hechos: unos agentes policiales no son capaces de acertar con el eureka que, sin embargo, si da un reputado antropólogo pagado por la familia. ¿Estamos asistiendo, de soslayo, a una especie de privatización de la justicia y la seguridad?. De haber recorte de medios: ¿es en las Academias o es sobre el terreno?. Conste que nada hay censurable en la actitud de la familia materna: yo también hubiera llamado a Francisco Etxeberría  o, si fuere preciso, a Benedicto XVI. Pero ¿qué verdad hubiese tenido que soportar una familia con menos recursos económicos?.
Son preguntas, y muchas más, que caben hacerse. El día después del macabro hallazgo es triste, muy triste. Sobre todo, por qué la más importante queda aún por responder: ¿que lleva a un hombre a acabar con lo más puro que existe en este mundo, como es la sonrisa de un niño?. ¿A matar a sus propios hijos?. Como cantaban Los Cucas, el ser humano es raro. A veces, demasiado.

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