martes, 5 de junio de 2012

Todavía se ve el Hacho

Yo no conocí a Juan Díaz Fernández más que por sus escritos. Cuando yo principiaba en este modo de vida -la escritura, el periodismo, como quieran: contador de cosas-, alguien le habló de mi. E incluso hubo algún conato de que nos encontrásemos y charlasemos. Aquel encuentro, por desgracia, nunca se produjo. Díaz Fernández enfermó en aquella época y falleció algún tiempo más tarde.
Asomarme al periodismo era, en aquellos 18 años que un día tuve, como espiar a una mujer desnuda. Te atraía lo que veías, pero te aterraba cruzar la puerta y que alguien te pusiera cara de hiena y te pidiese a gritos que ni te acercaras. Pero por otro lado, te apetecía correr el riesgo. Y un día, entre balances y mayores, mi vida se encaminó al oficio de contar cosas.
Recuerdo uno de mis primeros reportajes. Fue un rastrillo benéfico en el Casino Militar, a beneficio de no recuerdo que colectivo. Y entre los libros que se vendían, uno que da nombre a este artículo.
Efectivamente, por fin tenía mi peculiar encuentro con el profesor Díaz Fernández. Me leí  aquel libro en lo que Rodríguez Zapatero se empapó de economía, un par de tardes. Y me llegó profundamente la historia que contaba el columnista en su artículo más celebrado.
En una de sus jornadas de pesca, el motor fueraborda se quedó parado. Iba Juan Díaz con un marinero curtido en el barco, que empujado por el viento les arrastraba hacia costa marroquí. Cuando empezó a darse cuenta de la gravedad de la situación, el profesor comenzó a perder los nervios. Y el pescador, que debía ser hombre bragado en mil levantes, le respondió: "tranquilo, Don Juan. Todavía se ve el Hacho".


Hoy, a media tarde,  hablaba con un buen amigo sobre el futuro de Ceuta. Y llegábamos a la conclusión de que no hay motivos para el optimismo. Hay más parados que nunca; políticamente no parece haber mucho más de lo que luce y algún día hablaremos de la inversión privada como de los hunos o los íberos. El buenismo corroe todas las capas de la sociedad y seguimos empeñados en creernos que no hay mundo más allá de la bocana. Me duele, por ejemplo,  que el Ceuta pueda desaparecer, pero más aún que haya gente que lo celebre, porque eso da idea de que nos lo tenemos que hacer mirar, y a base de bien.  Para echar a correr, oiga. Pero no. A lo mejor es que el soñador imberbe que un día fui no ha muerto del todo; o a lo mejor es que conozco lo suficiente de la historia de esta ciudad como para saber que lo nuestro es bailar sobre el alambre; llevamos así 3.000 años. No lo se. El caso es que, por lo que fuera, tengo la sensación del compañero de pesca de don Juan. Que por mucho que vayamos a la zozobra, no todo está perdido. Todavía se ve el Hacho. Y les confieso que, a veces, con eso me basta

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