lunes, 25 de junio de 2012

Ni pan ni circo

Se ha puesto de moda el pan y circo. Explico lo de la moda: ahora mola, porque queda más guay que un algodón de azúcar, decir que el Gobierno nos atraca mientras vemos el fútbol. Nada más lejos de la realidad: me he sentado y me sentaré a ver partidos de la Euro 12, haga lo que haga España, y al final del próximo mes me pertrecharé delante del televisor para ver los Juegos Olímpicos. Lo que no me hace perder la perspectiva ni ignorar lo verdaderamente importante. Se que el IPC, la prima de riesgo o el Bundesbank son mucho más importantes para nuestra vida que la Eurocopa, y no me voy a sentir más ni menos orgulloso de ser español en función de como acabe el torneo continental. Pero ello, insisto, no es óbice para disfrutar de estos genios.
Se, igualmente, que muchos de los del "Pan y circo" no leen el Decamerón de Bocaccio entre los embriagadores sonidos de Tristán e Isolda mientras el resto de los paletos insensibles sacamos nuestros instintos primarios coreando un gol. No. Ellos también ven el fútbol, pero  tienen que hacerse notar, tienen que reivindicar sus quince minutos de fama a los que, según Andy Warhol, todo el mundo tenía derecho. Y se que mas de uno de estos intelectuales, aparte de acordarse de mi carta heráldica, estará tecleando en Google ahora mismo la palabra Warhol, probablemente en la creencia de que era, tal vez,  lateral izquierdo del Wolverhamptom.
El fútbol no son once tíos contra otros once en pantalones cortos detrás de un balón. Algunas de las historias más hermosas de generosidad o de honestidad las he conocido en futbolistas. En gente comprometida con su entorno, que ha arriesgado su vida e incluso la ha perdido por defender principios o hermosas historias de superación. El fútbol tiene mil caras; la del Dinamo de Kiev, eterno siempre para los que amamos la libertad; de Matías Sindelaar, Carlos Caszely o el Nottingham Forrest, que escribe en su propia trayectoria la más hermosa historia de superación jamás contada por el deporte rey. Y quienes intentaron denostar al deporte rey, a esta fábrica de sueños, acabaron rindiéndose. Contaba Jorge Valdano, en una conferencia a la que tuve la suerte de asistir hace un par de años,  una deliciosa anécdota: a la misma hora en que comenzaba la final del mundial del 78 entre Argentina y Holanda, a Jorge Luis Borges le dio por convocar una rueda de prensa para hablar sobre el concepto latino de la inmortalidad. Rueda de prensa a la que solo asistió el propio Borges.
El fútbol, como otros tantos deportes,  también ofrece historias tristes, anónimas, de derrotas sin partido de vuelta. Como la de Miki Roqué; un chaval de 23 años al que traicionó la más puta de las putas, que como dijo Ruiz Zafón es la propia vida. E historias de alma grande; Carles Puyol, capitán del Barça y estandarte de la selección, fue quien sufragó su tratamiento. Me consta que no es el único que destina dinero de su patrimonio para obras benéficas; el altivo Cristiano Ronaldo o Di Natale, entre otros, pueden unirse a la lista de filántropos vestidos de corto. Habría que ver a muchos detractores del "show sport" con el dinero de aquellos a los que critican por modismo.
Son futbolistas. Son divos. Son millonarios. Son ídolos de masas. Pero son personas. Y algunos parecen tipos más normales y más sanos que muchos de los que los denostan en función de no se qué embrutecimiento colectivo. Llamenme primario si quieren, pero en momentos como este me siento más orgulloso de estar enamorado de este deporte. Porque lo de menos, insisto, es el balón. Son códigos e historias ocultas tras la puerta de un vestuario. Y no todo el mundo sabe intepretarlas.

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