No debe ser fácil -vaya por delante- estar en el centro de las negociaciones ¿? para formar Gobierno. Lo complejo de la aritmética parlamentaria, el tiempo apremiando y la sensación de vuelco generacional no debe ayudar. Tampoco la consigna repetida y el continuo canto al sol en el que se convierte cada campaña electoral. Y el vértigo, humano también para los políticos. Dijo alguien que el problema del hombre de Estado era como el del cirujano: el mínimo error debe ser letal.
Partiendo de esa base, la cercanía de unas terceras elecciones parece cada vez más clara. Nadie dice quererlas, pero nadie hace nada por evitarlas. Rajoy aumenta en votos y escaños con respecto a diciembre, sí. Pero pierde casi 50 sillones en comparación con 2011, y me preocupa que su única oferta sea "abstente, por el bien de España". No ha hecho una sola propuesta más allá de vaguedades, no ha concretado ninguna oferta, no ha dado ningún paso. Incluso, vale esto, para el único listado de condiciones que se le ha presentado, el de Ciudadanos.
Rivera es, objetivamente, el único en estos ocho meses que ha movido ficha para constituir un Gobierno. Es cierto. Ahora, ya puestos a exigir propuestas, he echado en falta guiños para blindar la Educación, la Sanidad, reformar la Constitución -hace falta: sí-, decidir que se hace con el Senado y las Diputaciones o plantear medidas económicas para que España sea un país menos dependiente del crédito y del ladrillo. Rivera parece autoatribuirse un excesivo "Suarizmo", pero me recuerda más al enrevesado Andreotti. "El poder desgasta. Sobre todo a quien no lo tiene", dijo Il Divo.
Pedro Sánchez sigue sin digerir ser el único candidato a la Presidencia de España que jamás superó una sesión de investidura. Su actitud -no, porque no- recuerda más a la del niño que pincha la pelota porque le toca jugar de portero que a la de un hombre de Estado. Cuando no ha caído en la cuenta de que el PSOE tiene aún fuerza suficiente como para condicionar los próximos PGE, arbitrar cualquier reforma de la Carta Magna, o proponer una Ley educativa a 30 años.
Mientras, Podemos ha perdido esa hiperactividad que les caracterizó en el primer semestre del año. Siguen proponiendo una sopa de siglas tan difícil de aunar como imposible de cohesionar, y esgrimiendo el mesiánico "conmigo, o contra mí". Únanle a eso que los nacionalistas no están dispuestos a bajar del monte, viviendo en su eterna incongruencia: no reconozco la legitimidad del Constitucional, pero acudo a él en cuanto me dejan sin grupo parlamentario. Lo disfrazo de ataque al sentimiento de mi pueblo, pero la razón es más prosaica: tres millones de euros. Da para la gratitud de unos cuantos estómagos, si.
Esto último no es sólo achacable a los nacionalistas. Hay gente que de profesión es política, en cualquier Ayuntamiento, Mancomunidad o Diputación. Gente que no encontraría trabajo fuera del sistema, pero que no lo busca porque se vive ciertamente bien asesorando sobre deportes, medio ambiente, política internacional o fiestas populares. Sin un solo día cotizado en la Seguridad Social.
España es un país sin un mínimo discurso nacional, mas allá de las consignas propias. Un país en el que no existe o no se visibiliza una élite intelectual e independiente capaz de ejercer de conciencia colectiva. Un país en el que el enchufismo sigue siendo una aceptable tentación. Hace años, alguien se me quejaba de que había demasiados "in pectore" en determinada oposición. "No aprobaré nunca: tienen un enchufe mayor que el mío", me dijo. Cuando le recordé que no se quejaba del enchufismo, sino de la poca potencia del suyo, pasó de abrazarme cada vez que me veía a saludarme fríamente.
No, no debe ser cosa de ahora. Sigo pensando que este país es mejor de lo que creemos y hay cien mil argumentos para sentirse orgulloso de él. Pero viendo como están las cosas en San Jerónimo, caigo en la cuenta de lo visionario que fue Estanislao Figueras. Que dimitió al grito de "Estoy hasta los cojones de todos nosotros".
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