De los hechos que voy a relatar, hay algo que me impresiona más que el descomunal trabajo de mi admirado amigo Paco Sánchez Montoya. Me contaban hace poco que María la cantinera, cuyo apellido adjetivaba al pensil, causó sensación horas después de aquello que gritaba en voz baja Ceuta entera. Puso sobre la barra una piedra de playa manchada de rojo. "La sangre de vuestro alcalde, el rojo". Era un cinco de septiembre de 1936. Aquel alcalde se llamaba Antonio Sánchez-Prado.
Lo peor no fueron los muertos en trinchera: en la guerra, en la supervivencia, hay horror pero cierta nobleza cuando se trata de la vida propia. Lo peor de aquellos años debió ser, sin duda, la saña. La programación de la tortura. No eran mejores aquellos que mataron por ¡¡¡ sedición y rebeldía !!! al último alcalde republicano de Ceuta que los que 60 años después acabaron de un tiro en la nuca a un pobre contable de 30 años sólo por ser del PP. Lo peor es el miedo que, aún a pesar del tiempo transcurrido, infunde el apellido Peregrina en quienes crecieron oyendo hablar de sus miserables fechorías.
Lo peor fue que hubo españoles saqueados por ser nietos o hijos de. Recientemente, una de las mentes más plecaras de Ceuta, Manuel Olivencia, hablaba con emoción de aquel profesor que le enseñó inglés, francés y alemán por las tardes al estar represaliado por ser republicano. Como lo fue el padre del propio Olivencia, encargado de proclamar la República ante la ausencia de Sánchez-Prado de Ceuta el 14 de abril. Olivencia, al que uno no encajaría precisamente en Podemos, hablaba con pena de la contienda. "Aquel niño que vivió el bombardeo del destructor republicano Jaime II sobre Ceuta el día de su cumpleaños, comprendió muy rápido la diferencia entre la vida y la muerte. Refugiado en un sótano entendió el horror de la guerra", dijo el insigne letrado.
A Sánchez-Prado no se le recuerda por ser alcalde. No se le puede recordar por ello: tuvo dos etapas, de apenas seis meses. Antepuso siempre sus compromisos profesionales al ejercicio de la política. Y ahí, en su faceta de médico dadivoso que no cobraba consultas y pagaba medicinas, nació el mito. En una ciudad donde el PP gana sistemáticamente, en la que aún se encuentran calles que recuerdan a personajes de aquel régimen, todo el mundo sabe a quien se refiere nuestro interlocutor cuando nos dice que viene de pedirle a "Don Antonio". En la muy religiosa Ceuta -da igual el credo- hablamos de un santo laico, ateo y masón.
Las palabras de Olivencia fueron el pasado miércoles, 2 de septiembre, día en que se conmemora que Pedro de Meneses fue el primer gobernador de Ceuta. Algo que ahora está de moda celebrarse a baja intensidad no sea que se hieran sensibilidades. Si de golpe y porrazo nos horrorizamos tanto de lo que ocurrió hace 600 años, pedir que cada cinco de septiembre la Corporación bajase a la estatua del ex alcalde y colocara una corona de flores mientras se guarda un minuto de silencio se antoja casi como quimérico. Porque debe ser esa, la Corporación. La clave de la leyenda, como cantaba hace años una chirigota, es que Sánchez Prado no es patrimonio de un partido. Ni siquiera de aquel en el que no quiso militar por presentarse como de izquierdas y ser cercano a la burguesía (masón, laico, ateo y, tal vez, visionario). Es patrimonio del pueblo de Ceuta.
Por cierto, al César lo que le corresponde. Ceuta tuvo gobiernos socialistas pero fue uno del PP el que inauguró la estatua y adecentó la fosa común de los republicanos. Y pido que este homenaje sea también para las víctimas del bombardeo republicano del Mercado Central
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