Con la comparsa de El Puerto de Santa María siempre tuve una especial relación. Como los buenos amores, surgió cuando menos lo espera uno. Fue al principio de mi adolescencia, en una época en que el carnaval me despertaba el mismo interés que la liga ecuatoriana de voleibol. Sin embargo, la historia de un malagueño muerto un 4 de diciembre, de una raza mora que había sido morena y legendaria o de un hombre que vendía arabescos de color -con una guitarra, una pena y un cantar-, en el zoco de Tetuan, me engancharon. Aquel día me acerqué, por primera vez, a la mayor de mis pasiones.
De Ceuta a Cádiz; de Cádiz a Ceuta. De la Caleta a la Ribera, del tango del anticuario a los boquerones y las sardinas. De Martínez Ares a Valeriano Hoyos. De la Viña a O'Donnell. Del Lobe a Javi Téllez. Del Polígono a la calle Avefría. De cualquier bar a la peña de Los Majaras, al ladito de la casa de una parte entrañable de mi familia.
En fin: que me convertí en un majara más. Y que me alegré sinceramente cada vez que, desde la distancia, veía como El Puerto alcanzaba una final. Y también lamento que un tío con tanto arte como para llamarse Antonio y que le digan Pedro se haya retirado sin un primero que lucir.
Este año, la comparsa de El Puerto presenta un tipo revolucionario. No por el decorado, ni por el vestuario, sino porque representa el personaje más difícil y grande de la historia.
Se que poner una comparsa representando a Jesús de Nazaret ha herido muchas sensibilidades. Nada que no se esperase; el nazareno es el personaje central de Occidente, y es difícil no pisar algún callo cuando se le menciona.
Pero el Jesús que representan Los Majaras es el que yo me imagino. Ofendido con que, en su nombre, se ocultaran bestias tras las sotanas para reventar la infancia de un niño. Dolido porque El, que predicó humildad, no puede soportar que el templo siga lleno de mercaderes.Triste porque su vida y su muerte no cambiaron nada 2000 años después.
No creo que naciera de una Virgen, que resucitar al tercer día o que no compartiera lecho con María de Magdala. Digo esto con el más sincero y enorme respeto a quien si lo crea y sin el menor ánimo de abrir un debate: tan enorme fue aquel hombre de Judea que cualquier versión que queramos de el es verídica y compatible con la del resto. Pero de una cosa estoy seguro: me quedo más con la idea que nos presenta la comparsa o con aquel al que cantara Carlos Mejía Godoy en su misa campesina que con aquello que un día trataron de inculcarme.
Porque contra banqueros y gobernantes, siempre ponemos la otra mejilla y subimos al Calvario. Porque llevamos a cuestas cruces y todos soportamos la lengua del fariseo. Porque vemos como cada día se salva a Barrabás y se deja caer a los buenos. Y porque nuestras calles siguen llenas de Lázaros y Magdalenas. Porque mucha gente de mi generación lleva clavadas las espinas de la droga en la frente y porque la humanidad sangra hambre por los costados. Y porque no quiso tronos, sino un simple borrico. Por eso, me quedo con su imagen más humana y su denominación más sencilla. Simplemente, llámenle Jesús
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