A aquel Mundial llegaba Xavi Hernández entre algodones. Le llegó el momento de asumir plenos galones a Andrés Iniesta; un chico de pueblo que sacrificó su infancia plácida y anónima en La Mancha para ser jugador del F.C. Barcelona. Poco a poco, aquel jugador pálido y sin carisma empezó a crecer. Fue Stamford Bridge. Fue Johannesburgo. Fue la Eurocopa de 2012. Y tantas lecciones de fútbol.
Del primer pase de la fase de grupos, solo destacan algunos nombres propios. A su pesar, el portero albanés Berisha. El golazo de Payet. La envidiable madurez de Bastian Schweinsteiger. Y el. Andrés Iniesta. El hombre que nunca será Balón de Oro.
Pases medidos hasta el decisivo gol, Tres o cuatro defensas junto a el: si se zafa, es que ha hecho otra genialidad, si no lo hace consigue que España ataque siempre en superioridad. Por no hablar de que asume la responsabilidad de disparar justo cuando el resto recuerda ser alérgico a la pólvora.
Iniesta no será Balón de Oro. No vende camisetas, no tiene página web y le cuesta horrores hacer anuncios. Si España gana la Euro 16, pesará más el doblete de Messi -como si Andrés jugara en el PSV- o el penalti decisivo en la tanda de Milán de Cristiano Ronaldo. Uno más de la lista que forman Raúl, Xavi, Busquets, Casillas, Steven Gerrard, Paolo Maldini, Oliver Kahn, Andrea Pirlo o Roberto Carlos. La de jugadores marginados por un premio que cada vez es menos de fútbol y más de multinacionales y vedettes. Lo de ser el jugador europeo más decisivo desde Zidane, si eso, para otro día
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