martes, 10 de abril de 2012

Famosos

Coincido con ella en un avión. Me sorprende verla embutida, aún en el aparato y en pleno vuelo, tras unas gafas de sol y con un moño a la martirio. Está sentada en mi misma fila y sólo nos separa el pasillo. Tardo en reconocerla: dos chicas que le piden un autógrafo me ponen sobre la pista de que se trata de alguien famoso. Ella firma, sin quitarse la máscara modelo Ray Ban y de patillas rojas que le proporciona algo de anonimato, sonríe y sigue a lo suyo.
Lo suyo es dormir. A fe que la veo cansada, no se si dolorida o molesta. La imagen que tengo suya es de perfil, así que sólo un tatuaje en su mano me pone sobre su identidad. Se ha tatuado la palabra tras la que se esconde su primer éxito, el que la saca del mismo anonimato que momentaneamente recupera.
El fan suyo que llevo dentro me pide levantarme, sacar mi cámara y pedirle una foto. Pero noto que no tiene un buen día. Y pienso en la vida de gente como ella: de escenario en escenario, de avión en avión, de estudio en estudio. De impertinencia en impertinencia. Y caigo en la cuenta de que, además de famosos y grandes artistas, son también personas. No son insensibles al dolor, al mareo, al cansancio. No, no debe ser fácil su vida.
La vuelvo a ver al recoger las maletas. Estamos los dos sólos por unos minutos: ella con sus gafas de sol bajo techo y sin ventanas. Yo con mi cámara de fotos en el bolsillo y sin nada que perder. La miro. Nota que se quien es. Trastea con su teléfono móvil. Cojo mi maleta y me voy. Se que hay muchos que han vendido cada minuto de su vida, se que gracias al afan de protagonismo de muchos artistas (o pseudo artistas) podemos conocer mediante twitter cada gesto, hasta el más íntimo y escatológico. Pero me da que, como mi ilustre compañera de viaje, las hay que quieren vivir de su trabajo y punto. El primer tipo (cambiandomeeltampax# o #apuntodeafeitarme) que se las apañe cuando les vengan mal dadas. Pero el segundo grupo, el de los currantes del escenario que buscan con su trabajo el pan y tener cerrado el dormitorio, me merece todo el respeto.
¿Qué quien es?. Ella no quiso enseñar sus ojos, descubrirse. Y yo guardaré su nombre mientras su voz suena, poderosa, en los altavoces de mi ordenador.

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