Porque pocos cantos me emocionaron como aquel homenaje, tan sentido y pasional como educado, de Hampdem Park a las víctimas del 11 M. Porque nunca nadie desafió tantas veces las leyes de la velocidad sobre un terreno de juego como Lionel Messi. Porque ningún arquitecto es tan perfecto como Xavi Hernández y porque nunca el talento es tan valiente y oportuno como cuando aparece Andrés Iniesta. Que dicho sea de paso, fue capaz el solo, y en un segundo mágico, de desterrar todos los complejos de si mismo que este país arrastra históricamente.
Porque nunca la danza de un hombre fue tan perfecta como la de aquel marsellés llamado Zinedine Zidane. Porque hacer una cosa y mirar para otro lado siempre fue de cobardes salvo cuando lo hacía Michael Laudrup, que era de genios. Porque, como Lola Flores, Raul González Blanco no sabe hacer nada, pero no se lo pierdan. Porque nunca la lucha fue tan hermosa en el barro que por un balón cuando llueve. Porque no hay una curva que invite a soñar como la de Anfield ni santoral mas laico que San Mamés, San Siro y San Genaro.
Porque no hay mas lucha de clases que un derbi, que es más pasional cuanto más cerca vive el rival. Porque Argentina ya no llora por Evita: lo hace por River. Por la finta perfecta, por el disparo sobre el pitido del arbitro, por la bufanda de nuestro equipo, por el café y el transistor, por el ascenso que se nos resiste, porque tiraba de la mano de mi padre como mi padre tiró de la de mi abuelo para ir al Estadio, en el que con el tiempo aprendí a colarme y del que siempre renegué, pero para encontrar una excusa que me convenciera de ir cada quince días. Porque hemos aprendido geografía: Villareal, Rubin, Almendralejo, Eindhoven, Eibar, Mönchengladbach, Leverkusen. Por el canto a la libertad de Sócrates, por la dignidad del Dinamo de Kiev en el partido que ganó la muerte, por el eterno debate entre Pelé y el Diego. Porque lo juega el rico y el pobre, el gordo y el flaco, el viejo y el joven, el negro y el blanco. Por que se juega en cualquier sitio: tres pasos entre piedra y piedra eran una portería, y los niños de mi barrio creíamos emular a nuestros ídolos. Por las horas y horas de conversación con el amigo, el hermano, o el primero que es como si fuera el segundo. Por el gustito de ganar un derbi o un título. Porque volvemos a ser niños cuando nos soñamos rematando a puerta para asombro de millones de personas para despertarnos un segundo después y envidiar al héroe de turno.
Por todo esto y por mucho más, me gusta el fútbol.
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