La conocí a finales de los 90. Yo era un pipiolo imberbe que quería comerse el mundo. Terminaba mis estudios como administrativo, pero había descubierto mi verdadera vocación: dedicarme a escribir. Quería cambiarlo todo; a veces me asusto de la poca pasión por las cosas que me queda de esa época de adolescente soñador. Supongo que, como decía Otto Von Bismarck, hay dos cosas que la ciudadanía nunca debe saber como se hacen: las salchichas y las leyes. Y llevo catorce años entrando en la cocina.
Ella había llegado a Ceuta porque su entonces pareja sentimental jugaba en el equipo blanco. Aquel fue un año feliz: ascendimos a Segunda B, pero nació una amistad de estas que marcan época. De las que nunca se olvidan porque amanecen en el momento en que lo descubrimos todo.
Hoy hemos hablado, probablemente tras un par de lustros sin hacerlo. Hemos recordado a compañeros y buenos momentos: aquellos improvisados bailes de tango que nos marcábamos en la redacción de El Pueblo en las pausas de esas interminables jornadas de trabajo, aquellas "excursiones" al Mentidero para tomar café o la oferta que descubrimos en una heladería cercana una primavera del 99.
Se que con el tiempo su pareja y ella decidieron seguir caminos separados. Con los dos mantengo amistad. Pero ella, tan intuitiva como siempre, me adivinó de entrada "por lo que la llamaba".
Llevaba tiempo sin saber de ella. Y a fe que se me cayó el alma a los pies cuando la volví a ver, cuando su recuerdo salió de la pantalla de mi ordenador para darme una bofetada sin previo aviso. En fechas recientes, en el seno de su familia -vasca, muy vasca- abrieron la tumba de Rebeca, nacida meses antes que yo y fallecida a los siete días de nacer. Y como intuían, la tumba esta vacía. Y nunca hubo nada más que un sudario.
Nadie sabe que pasó con Rebeca. Pero su hermana, la que ha armado el revuelo mediático y que ha llevado el caso a la primera plana ya he dicho que es vasca, muy vasca. Y por tanto, terca, muy terca, como dice el tópico. Y además tiene carácter. Por tanto, estoy convencido de que encontrará la verdad y que podrán ponerle cara a los hijos de puta -sin perdón- que trafican con la vida de seres recien nacidos, otorgando falsos partes de defunción como único salvoconducto de su puerca verdad. Si te parece, amiga, yo voy enfriando el champán. Algún día, brindando por tu triunfo y el de tu familia -que será, a fin de cuentas, el de la verdad- volveremos a cantar Con la Frente Marchita.
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