No me voy a andar por las ramas. Paco Sanz y el padre de Nadia son dos auténticos hijos de puta. Han usado la buena voluntad de gente para lucrarse y llevar una vida de auténtico lujo cimentada sobre la mentira. Sobre el miedo y la esperanza de miles de enfermos de cáncer. De miles de familias con enfermedades raras que nunca acudieron a la plataforma solidaria o no gozaron del eco mediático y ahora se ven, injustamente, bajo el punto de mira.. Siento por ellos el mismo desprecio que por Lance Armstrong, que nos cautivó a todos con su historia de superación y dejó en añicos el símbolo que el mismo había construido. No para el ciclismo; el tejano era el ángel al que se encomendaban en las plantas de oncología de medio mundo.
A este tipo de personajes les reconozco la capacidad de llegar demasiado lejos, engañando a demasiada gente. Desde el parado o mileurista hasta el famoso. En las últimas horas, he percibido una sensación común entre todos los que han tenido la desgracia de cruzarse con el tal Sanz: nos hubiera podido engañar a cualquiera. Famosos solidarios -doy fe de la bonhomía de Juan Ramón Lucas, Carlos Alsina, Sandra Ibarra o Santi Rodríguez- o trabajadores anónimos como una chica valenciana que quiso volcarse especialmente con el por su paisanaje y solo pide que la vida castigue alguna vez al personaje en la proporción en que la ha defraudado a ella. A ninguno los tengo por tontos. Al contrario.
Pero ¿Sanz es el único culpable?. No. El personaje surge en una sociedad con gente supuestamente formada que cree que por compartir la foto de un chico etíope con los ojos a punto de reventar y el estómago hinchado alguien va a donar un dolar. Gente que comparte, sin molestarse en perder dos minutos más, fotos y montajes de niños desaparecidos o de salvajadas contra animales. ¿O soy el único al que le ha llegado que una tal Sonia gestiona una protectora en la que se sacrifica a un montón de gatos mientras se cobra por mantenerlos?. Sonia es como Dios: omnipresente, puesto que su protectora está en Toledo, Murcia, El Ferrol o Ceuta, indiferentemente. Nos hemos creído que por compartir no se que articulado del Tratado de Roma ¿? las fotos de Facebook que subimos no van a ser manipuladas o usadas para fines espurios. Y si, todos hemos caído alguna vez en estas trampas.
Una sociedad que ha confundido la ayuda con la limosna. Reventamos teléfonos para comprarle una silla de ruedas o hacerle una rampa de acceso a su vivienda a cualquier chaval impedido de algún lugar. Bien, pero ¿nos hemos preguntado hasta que punto hemos decaído como país y se han reído nuestros gobernantes de nosotros como para que algo tan justo y elemental tenga carácter de hazaña social?. Un "toñimorenismo" que nos ha envuelto a todos. Principalmente a medios de comunicación: ¿cómo vamos a exigir pruebas de veracidad a un padre desesperado, como vamos a renunciar a una información que está ofreciendo todo el mundo y revolucionando cualquier red social?. ¿Cómo vamos a perder dos horas mirando algunas páginas o correos, con la de cosas qué hay qué hacer? ¿ Cómo resistirnos a ofrecer una foto tierna, un vídeo impactante o un audio sobrecogedor? Tengo el amargo e íntimo convencimiento de que no será el último caso que tengamos que digerir como el ricino. Y de que Paco Sanz o el padre de Nadia -malditos mil veces en mil vidas que vivieran- no son los únicos culpables. No. En el fondo, por mucho que nos duela, todos lo somos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario