Ocurre que, cuando el calendario avanza la gesta, el equipo que la espera acaba mordiendo el polvo. Le ha pasado a Brasil en los dos mundiales que organizó, al Madrid en el Centenariazo o a la Benfica cada vez que ha querido que Bela Guttman yazca en el más profundo de los olvidos. Y hoy al Barça: un equipo que soñaba con una noche mágica de fútbol para homenajear al principal cerebro de su era dorada.
Antes de El Flaco y a la par que el técnico capaz de macular la hegemonía blanca en el Viejo Continente, el fútbol conoció a su primer entrenador mediático. Se llamaba Helenio Herrera. Al margen de un buen puñado de frases imprescindibles en cualquier anecdotario futbolístico, fue el inventor de un sistema tan poco simpático como eficaz: intensificar en defensa, presionar y aprovechar las ocasiones al contragolpe.
En el homenaje a Johan Cruyff, se impuso Helenio. El Barça calcó alguno de los males de su eterno rival: confiarse al detalle de genialidad de alguna de sus estrellas. Es fácil, ciertamente, cuando alineas a Iniesta y Messi; cuando el centro del campo lo domina Sergio Busquets, la auténtica clave de bóveda de esta máquina perfecta. Pero ocurre que el Barça, precisamente hoy, no se encontró a si mismo. Cómo Nick Carraway en El Gran Gastby, se centró en la lejana luz verde, pero sin percatarse de la niebla alrededor.
Zinedine Zidane, por contra, tuvo su mejor noche desde que se sienta en el banquillo blanco. El francés dirige a un equipo que es la antítesis de su era como futbolista, pero tremendamente eficaz cuando el partido consistió en bailar al filo de la navaja. El triunfo de hoy se presenta como un salvavidas por si las cosas le van mal en el Viejo Continente de cara a una hipotética renovación. Apareció el mejor Pepe -seguro para los suyos, desconcertante para el rival-, Bale supo ser el incordio que debe suponer para cualquier defensa y hasta el ególatra Cristiano Ronaldo se mostró generoso y esforzado. El partido de Marcelo y Carvajal siembra más dudas sobre el fichaje de Danilo y Keylor Navas se reivindicó como un dignísimo heredero del mejor Casillas.
La expulsión de Sergio Ramos llegó tarde, pero espoleó al Madrid. En el capítulo arbitral, empate: el de Camas debió irse antes a la ducha, pero el gol de Bale fue anulado injustamente. No hay liga; el Barça es lo suficientemente maduro como para salir de esto reforzado. Pero el Madrid confía, desde hoy, en su peculiar cita con la épica: Europa, que en los últimos años conquista justo cuando peor le van las cosas en el ámbito doméstico.
Con diez se juega mejor, dijo el padre del Catenaccio. Esa verdad, la del fútbol físico, de lucha en el barro y ratoneo, se impuso en el homenaje a la mayor leyenda del barcelonismo. La épica que, una vez más, se atraganta al mezclarse con el almanaque.
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