Es un cuatro de agosto tan costumbrista y caluroso como cualquier otro. Pero ayer, mientras unos cuantos compañeros tratamos de recoger algo de sonido del acto de Ofrenda Floral a Santa María de África, una imagen me hace abandonar momentáneamente la labor y volver veinte años atrás en el tiempo. No está con el obispo Zornoza ni con el resto de sacerdotes, capellanes y diáconos que asumen la parte religiosa del acto. José María Béjar Sánchez reza sólo, tras la imagen de la Patrona de Ceuta, en las puertas de la Iglesia que durante tantos años dirigió.
Me acerco a el y me quedo mirándolo unos segundos hasta que me reconoce y nos abrazamos. Tiene el mismo aspecto que la última vez que nos vimos, hace más de una década, y constato que su mítica dureza de oído se ha transformado ya en audífono.
Nunca fue un hombre con habilidades sociales. Al contrario. Y precisamente ese carácter seco y cortante, ese enfrentamiento con buena parte de la jerarquía cofrade -y política- de la Ciudad fue su talón de Aquiles en los peores momentos de su sacerdocio en África: cuando la Iglesia patronal se le llenó de feligreses de piel morena, los mismos que protagonizaron los disturbios del Angulo en 1995.
Béjar fue insultado, repudiado y criticado por un sector de la sociedad, que no dudaba en calificarlo como el cura maldito o exhibir pancartas como "Sacad al demonio del templo de la patrona". Gente que no entendió que, de todos los que tenían algo que hacer sobre el asunto, precisamente fue el único que cumplió escrupulosamente con su cometido.A los políticos la inmigración les cogió con el pie cambiado, la sociedad ceutí no estaba preparada para esa circunstancia y el hizo lo que debía: darle de comer al hambriento y beber al sediento.
Con su hermana, Rocío, y su inseparable Afriquita, recordamos los tiempos en que los monaguillos traviesos cambiábamos vino por agua, subíamos a misa con el transistor para escuchar los partidos de Primera División o simulábamos voces de fantasma en la cripta que está bajo el altar de la Patrona. Cosas de quinceañeros.
A Béjar, que sólo se despistaba para ver torear a su paisano El Cordobés y era convencidamente de derechas, escuché calificarlo de rojo y antiespañol. A Béjar, que encima tuvo la mala suerte de ser párroco de África justo cuando la Virgen no pudo procesionar por el mal estado de la talla, le llamaron "curilla maldecido" por esto. Cuando la bomba de relojería -que había advertido previamente- que siempre forman la desesperación del que huye y la desidia de quienes gobiernan estalló en el Angulo, muchos hicieron juicios de valor y defendieron la consigna oficial. Pero al día siguiente el, el curilla maldecido, era el único que estaba repartiendo leche y mantas entre los pocos que quedaban en el actual Museo de Ceuta.
Nos despedimos. Me dice que, como cuando era el cura de África, bajará un momento a la feria y se volverá a su Córdoba natal donde sigue ejerciendo como capellán de un hospital y colaborando en dos o tres parroquias. Nos volvemos a abrazar mientras la ofrenda sigue su curso. Emplazándonos a vernos de nuevo, tal vez, el próximo cuatro de agosto. Que ironía, don José: a los pies de la Patrona.
Excelente. Un placer leerte. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, amigo. Un fuerte abrazo
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