Posiblemente uno de los políticos más inteligentes de este país, Alfredo Pérez Rubalcaba pasará sin embargo a la historia como el hombre bajo cuyo mandato se finiquitó la hegemonia del PSOE. Su precampaña, hasta el momento, resulta errática: llega prometiendo soluciones a la crisis -fue vicepresidente del Gobierno hasta hace tres meses- y tras que un compañero suyo perpetrase el mayor atentado contra los derechos de los trabajadores de la historia de la Democracia. Ave, Valeriano Gómez. Los que no tendrán un contrato fijo en su puta vida te saludan, podrían decir miles de veinteañeros.
Rubalcaba es, en efecto, hábil, agil y capaz. Pero ya era ministro cuando muchos no habíamos terminado la EGB que el mismo se cargó siendo responsable de Educación para dejarnos esa caja de los truenos abierta que es la LOGSE. Consecuencias: pongo un ejemplo, que además es real. "Quedé con fulanito en que lo habisáramos", me escribió una vez cierta persona con una licenciatura en Ciencias de la Información. Por tanto, destinada a trabajar con el idioma. Por supuesto, esta persona cree que Fernán Caballero es un machista reconcentrado.
Como el borracho de la canción de Billy Joel, Rubalcaba se aferra al piano, aun consciente de que el sino es su derrota, pero esperanzado en que podrá al menos endulzarla, sacarse un ojo para que el rival quede ciego y no dejar indiferente a nadie. Pero como en Sin City, de mi admirado Frank Miller, el viejo sabe que debe morir para que viva la niña.
La niña, en teoría, es Carme Chacón. Pero a la ministra de Defensa le va a hacer falta mucho temple, pero mucho, para gestionar en la oposición a un PSOE en las peores horas de su historia democrática. Por tanto, apunten otros nombres, como el de un inquieto Guillermo Fernández Vara, o "el que ha de venir", según el club Bildeberg, Bernardino León, para pilotar el PSOE en la oposición y el Gobierno de España a partir, en buena lógica, de 2019.
Pero como en "El hombre del piano", Rubalcaba tendrá siempre guardada una última partitura. La noche, dice la canción, huele a derrota y miel. Pero al final, el viejo pianista vencido por la vida, sonríe; canta como un cisne y alza los brazos triunfantes. ¿Está a tiempo de una partitura mágica?. Hasta el rabo, dice el tópico, todo es toro. Y en el piano, hasta la última tecla, todo es música...
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