domingo, 15 de febrero de 2015

¡¡¡ Ay, febrero !!!....

El de anoche no entrará en la historia del carnaval por ser el concurso más pasional qué se recuerde. Un público frío, con muchas ausencias -empezando por la clase política, excepción hecha de Mabel Deu y Rocío Salcedo- y qué tardo en caldearse. En cuanto a las agrupaciones, obviamente me alegro por el triunfo de Los pequeños Nicolás. Para mi, febrero es igual a O'Donnell, a chavales que queríamos comernos el mundo en aquellas interminables verbenas o en esos ensayos en un cuartillito a la espalda de Santiago Apostol. Veo, ciertamente, mejoras en los grupos femeninos y la comparsa Los qué se vienen parriba cumple y gana. Me gustó el cuarteto y  en cuanto a las agrupaciones foráneas, bienvenidas y hasta el próximo año. Independientemente de los chistes excesivamente bordes de alguna de ellas, espero qué cuando vuelva a haber suficientes grupos de Ceuta no se les cierre de nuevo las puertas. Gracias por venir y hasta la próxima. 
Visto lo visto, uno podría caer en los brazos del derrotismo. O plantear y repetir soluciones de las qué anoche se hablaban. De entrada, el concurso no puede volver a ser el coto sin vallado que fue en algún momento en el 7 Colinas: aquellas escenas de gente entrando con termos de café y bocadillos en el público y tipos de pie sobre los asientos no se deben volver a repetir. Dicho esto, no es de recibo qué tengamos que enseñar la entrada, el DNI o la credencial cada cinco minutos. 
Si: echo de menos aquel Instituto. Esas noches donde sabías qué el mejor tiempo de espera al jurado era en la cafetería, entre guitarras, chistes y golpes de nudillos. Esa era la verdadera magia del carnaval. Creo que cometemos un error olvidando el auditorio del IES y centrándolo todo en el Revellín. Sea un tenor de prestigio o una función escolar de fin de curso.
Lo de las entradas vuelve a ser lo mismo de siempre: gente que sólo escucha a los suyos, y así nos va. De todos modos, no estuvo mal lo de la venta de internet, puesto qué ahora sabemos qué no funciona. Antes era, simplemente, especular. 
Urge, como diría Luis Aragonés, una sentada. No ahora en la barra de algún bar, sino dentro de unos meses y con tranquilidad. El carnaval de Ceuta no puede empecinarse en ir paralelo al Falla ni durar mes y medio entre concursos previos, ensayos generales, mejillonás, concursos, cabalgatas y actos de final. Jueves  tarde concurso infantil, pregón; viernes concurso de agrupaciones, sábado cabalgata y domingo entierro de la caballa. Una semana después de la final gaditana. No es tan difícil. Cómo tampoco desprendernos de ciertos complejos: anoche se escuchó un "CAI" entre el público. Ignoraba qué estuviésemos viendo un partido de baloncesto y que el equipo de Joaquín Martín tuviese aficionados tan pasionales en Ceuta...
De lo qué si me alegré es de la elección de los tres homenajeados. En Javi Salas y José Manuel Martínez no sólo tengo a buenos carnavaleros, sino también a amigos. Y del otro ¿qué decir?. En un rincón del alma, guardo aquellos cafés improvisados con  Demis Roussos poniendo el fondo músical a conversaciones sobre Barbate, El Puerto de Santa María, la guitarra cordobesa o las obras de Paco Alba. Y ese café siempre acababa a las tantas de la noche, tras horas y horas de magisterio carnavalesco . El carnaval es tan insondable, a veces tan absurdo e injusto, qué a mi me dio el honor de un pregón y a Jerónimo Romero sólo una Caballla de oro....

viernes, 6 de febrero de 2015

Un país de cine

Mañana, el cine español volverá a celebrar la gala de los Goya. Ese evento en el qué habitualmente se critica al ministro de Cultura de turno, se fuerzan algunos chistes e incluso se entregan premios. Cómo homenaje -sincero, modesto- a un cine qué ha dejado momentos de grandes quilates, ofrezco aquí algunos de los que para mí son títulos imprescindibles del cine español

1) Bienvenido, Mr. Marshall (Luis García Berlanga, 1953)
No hay mejor metáfora de España: esa aldea que sobrevive con más ilusión qué medios, esperando siempre impresionar a un mundo que cuando recurre a ella lo hace de paso. En Villar del Río están el cura, el alcalde, la autoridad y el intelectual al qué nadie escucha. Cuentan que la promoción de la película estuvo a punto de generar un conflicto entre la España franquista y Estados Unidos: Eisenhower afeó a Franco qué dieran por hecho la entrada en el Plan Marshall al ver los carteles de la película por todo Madrid. Y al final, los americanos pasaron de largo y el españolito medio se quedó con sus ilusiones, su pobreza y un sueño listo para desempolvar en algún otro momento.

2) Muerte de un ciclista (Juan Antonio Bardem, 1955)
Un romance tórrido y furtivo es la base de la primera película internacional de nuestro país. Cargado de pildorazos a la línea de flotación del franquismo más oscuro. Bardem muestra mujeres conduciendo, miseria, hipocresía: enseña a una clase dominante acomodada sobre el sufrimiento del resto y envuelve una revuelta estudiantil en un diálogo que bien podría reconocerse en un mitin de Podemos. "La guerra es cómoda: sirve para echarle la culpa de todo", dice un convincente Alberto Closas. Como el "Espanya ens roba", "la casta" o "la herencia recibida" de nuestros días.  Es por ello por lo que se le perdonan fallos técnicos garrafales, como qué se vean a los operarios de sonido en plena faena durante algunos pasajes de la cinta. Nunca entenderé cómo -afortunadamente- la censura de la época la calificó tan sólo de "potencialmente peligrosa" en vez de prohibirla directamente.
                                         
3) La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014)
La gran película española del siglo XXI. Con una cadencia y una factura técnica qué recuerdan por momentos al mejor Clint Eastwood, este "Alcasser marismeño" retrata a la perfección esa Andalucía rural donde la escuela era un buen lugar para qué las mozas esperasen el momento de la boda. Ese avispero de frustraciones y promesas qué fue el campo andaluz pre Felipe. Ese encuentro entre dos Españas encarnadas por Raúl Arévalo y un magistral Javier Gutiérrez. Imprescindible.

4) Los Santos Inocentes (Mario Camus, 1984)
¿Quien dijo qué un buen libro no podía dar origen a una buena película?. La magistral obra de Miguel Delibes retrata una España pasada -al menos, en el envoltorio- y nos deja magistrales interpretaciones. No recurriré al tópico derrotista, pero si esta película hubiera sido norteamericana, probablemente Paco Rabal habría logrado el Oscar por interpretar a un tipo tan brutal, sin dobleces y noble como el entrañable Azarías.

5) Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999)
Barcelona sirve como inmejorable escenario a una colección de almas rotas, sueños deshechos y personajes incompletos. Una película con la que Hollywood paga su deuda con el director manchego y vuelve a poner en el centro de los focos a una inmensa Cecilia Roth. Y si: hay gente así, ¡vaya qué si la hay! paseando por nuestras calles. Merece la pena verse sólo por el monólogo de Antonia San Juan, "Agrado"  para la eternidad

Ya lo se: me dejo muchos títulos por el camino. Qué me atropelle una vaquilla, me secuestre un fauno, me corte el cuello un verdugo, me manden con todos a la cárcel o me arrastren mar adentro con pan negro como única comida si no lo tengo presente. Simplemente, como decía Aute: más cine, por favor.