miércoles, 2 de noviembre de 2011

LA BANALIZACION DEL MAL

Sea porque el escaqueo hispano debiera ser, como arraigada costumbre de ancestrales orígenes, Patrimonio Inmaterial de la humanidad, sea porque nos falta cultura o sensibilidad; sea por lo que fuere. El caso es que, en los últimos años asistimos de contínuo a una preocupante banalización de la enfermedad y del mal. Ya no es que sólo pongamos cara de que nos preocupan los niños negritos en el telemaratón de turno y el resto del año nos olvidemos de ellos como de los chubasqueros en agosto. No. Y ya de por sí, analizándolo friamente, quizá seamos más crueles con nuestros navideños ataques de solidaridad que con el olvido cotidiano.
El caso es que hoy estar “depre” es algo habitual. “Me voy al médico, a ver si me receta una baja por depresión, que ahora viene un puente e irme un par de días me sentarán fenomenal para mejorarme. Total, si mi jefe me ve no me puede decir nada; para depresivos, lo mejor es la diversión”. Es una frase más repetida, dolorosamente, de lo que nos creemos. Y de lo que nuestra corrección política está dispuesta a soportar.
Hemos banalizado el mal: a muchos editores de informativos o jefes de cierre de periódicos les pone el titular de “Esquizofrénico mata a su padre y se pasea por el pueblo con la cabeza del difunto”. Dos puntos más de audiencia en el informativo de las nueve; no se cuantos más ejemplares vendidos al día siguiente, por supuesto con la foto de la viuda henchida de dolor de rodillas junto al cuerpo cubierto por una sábana junto a un charco de sangre mientras un cariacontecido forense da órdenes a una pareja de recios guardias civiles. Pero ¿el esquizofrénico sabía que lo era?. ¿Y su familia? ¿Y se tomaba el tratamiento? ¿Y si no se lo tomaba, por qué?.
Hace un par de años, una mujer comprometida con su trabajo me propuso una sección radiofónica. Coincidíamos Ana Belén Núñez y servidor en que para que la gente perdiera el miedo a los esquizofrénicos, a los bipolares, había que sacarlos del armario. Les confieso que ver a esa cuadrilla de Gente Corriente –así se llama el invento, por si les quieren escuchar a ellos cada dos viernes- es recibir grandes vibraciones en positivo. En este mes de la salud mental, tengo la sensación de que los locos no dan miedo. Si tienen la oportunidad, hablen con alguno de ellos, oíganles. Es gratificante. Y terminarán asqueados de la gente que simula una “depre” para irse a la nieve o a ver un concierto. Es decir: de los que hablan de la enfermedad con la misma ligereza que del Joventut-Estudiantes del sábado o de los solidarios del 15 de diciembre. Porque el resto del año nos importa una auténtica mierda que en Nigeria cristianos y musulmanes anden a hachazo limpio o que en el Cuerno de Africa caigan negros –personas como usted y como yo, oiga- a diario por culpa del hambre. Admitiéndolo quizá demos el primer paso para que el mal, ya sea el hambre o la dolencia, se tome en serio y no sea una banalidad. O sea: para combatirlo.

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