Pocos creian -yo no, desde luego- que el cabeza de cartel del Partido Popular para 2012 sería Mariano Rajoy. En un pais donde se es presidente con 40 años o no muchos más, intentar una tercera vez el asalto a La Moncloa casi con las velas del 60 sobre la próxima tarta no parecía un negocio rentable. Pero en aquel marzo de 2008, Rajoy presentaba un ascenso en votos y escaños del PP como salvavidas para seguir aferrado a un barco que no terminaba de hundirse. Un Congreso de Valencia en el que Esperanza Aguirre, Gustavo De Arístegui o Juan Costa amagaron con cortar la hierba bajo los pies del gallego dejó a este investido de liderato, pero herido de provisionalidad.
Entonces, Leman Brothers quebró. Y entonces el paro empezó a subir. Y entonces a Rodríguez Zapatero se le cayó la flor de donde la espalda pierde su casto nombre. Y vimos, impertérritos, como el SPEE aumentaba su clientela mientras el presidente del Gobierno dejaba traslucir una peligrosa tendencia a pegarse tiros en el pie porque le gustaba soplar el cañón humeante de la pistola y ver las chispitas brillantes del fuego. Y la gente empezó a castigar al PSOE. Y Rajoy gobernó Galicia y completó el íntimo y casi húmedo sueño de Mayor Oreja: que el PP abriese, al fin, la puerta de Ajuria Enea. A cada derrrota del PSOE, Mariano "El Breve" tenía más cerca un sueño en el que quizá el azar había creido más que el mismo. Mayo, con el PP arrasando en territorios adversos como La Mancha o Sevilla, fue la confirmación del cambio.
Rajoy será, previsiblemente, el próximo presidente del Gobierno. Como ciudadano espero que sea mejor presidente que candidato: dubitativo, ausente. Nunca salió al ataque para ganar el partido; se limitó a pinchar las ruedas del autobus rival para tratar de que no llegase al campo y vencer por incomparecencia. Promete, lógico, que será el presidente que acabe con la crisis.
Su mandato puede ser largo hasta que el quiera o corto como un suspiro. Me explico. El PP puede atesorar, si Javier Arenas gana la Junta, el mayor poder jamás conocido por un partido en democracia. Sólo se le resistirían una Cataluña en la que empieza a dejar de ser un "outsider" y un País Vasco en el que Patxi López respira con el aire de Antonio Basagoiti. Enfrente, el PSOE vela armas para una travesía en el desierto con media botella de agua, y con la sombra de una fuerte confrontación interna acechando. No parece lo mejor para tratar de mermar la previsible mayoría absoluta del PP.
En contra: vender que "ya sacamos a España una vez de la crisis, y lo volveremos a hacer". Subyace una idea de que tratarán de aplicar las recetas del 96. Imposible: no hay moneda que re/devaluar según convenga ni empresas -Repsol, Endesa, Trasmediterránea, etc- con las que soltar lastre para correr más rápido. Lo único que se puede vender a buen saldo es la sanidad o las escuelas. Y ahí estaría el PP traspasando una línea roja demasiado sensible. La contestación social puede ser enorme: lo hace la "terrorífica derecha", no la pobre izquierda por "presión de los mercados". ¿Captan?. Y máxime cuando, a diferencia de 1996, Rajoy no controlará la Educación o la Sanidad. Está en manos de las autonomías.
Tendrá la clave si es capaz de atemperar los ánimos más "neocons" dentro de su propio partido y poner las cosas en manos de los más sensatos de la clase. Y ahí deberá demostrar capacidad de consenso, casi de torero, de liderato. Aunque para ello deba hacer algo en lo que, hasta el momento, no se le conocen registros: actuar.
Entonces, Leman Brothers quebró. Y entonces el paro empezó a subir. Y entonces a Rodríguez Zapatero se le cayó la flor de donde la espalda pierde su casto nombre. Y vimos, impertérritos, como el SPEE aumentaba su clientela mientras el presidente del Gobierno dejaba traslucir una peligrosa tendencia a pegarse tiros en el pie porque le gustaba soplar el cañón humeante de la pistola y ver las chispitas brillantes del fuego. Y la gente empezó a castigar al PSOE. Y Rajoy gobernó Galicia y completó el íntimo y casi húmedo sueño de Mayor Oreja: que el PP abriese, al fin, la puerta de Ajuria Enea. A cada derrrota del PSOE, Mariano "El Breve" tenía más cerca un sueño en el que quizá el azar había creido más que el mismo. Mayo, con el PP arrasando en territorios adversos como La Mancha o Sevilla, fue la confirmación del cambio.
Rajoy será, previsiblemente, el próximo presidente del Gobierno. Como ciudadano espero que sea mejor presidente que candidato: dubitativo, ausente. Nunca salió al ataque para ganar el partido; se limitó a pinchar las ruedas del autobus rival para tratar de que no llegase al campo y vencer por incomparecencia. Promete, lógico, que será el presidente que acabe con la crisis.
Su mandato puede ser largo hasta que el quiera o corto como un suspiro. Me explico. El PP puede atesorar, si Javier Arenas gana la Junta, el mayor poder jamás conocido por un partido en democracia. Sólo se le resistirían una Cataluña en la que empieza a dejar de ser un "outsider" y un País Vasco en el que Patxi López respira con el aire de Antonio Basagoiti. Enfrente, el PSOE vela armas para una travesía en el desierto con media botella de agua, y con la sombra de una fuerte confrontación interna acechando. No parece lo mejor para tratar de mermar la previsible mayoría absoluta del PP.
En contra: vender que "ya sacamos a España una vez de la crisis, y lo volveremos a hacer". Subyace una idea de que tratarán de aplicar las recetas del 96. Imposible: no hay moneda que re/devaluar según convenga ni empresas -Repsol, Endesa, Trasmediterránea, etc- con las que soltar lastre para correr más rápido. Lo único que se puede vender a buen saldo es la sanidad o las escuelas. Y ahí estaría el PP traspasando una línea roja demasiado sensible. La contestación social puede ser enorme: lo hace la "terrorífica derecha", no la pobre izquierda por "presión de los mercados". ¿Captan?. Y máxime cuando, a diferencia de 1996, Rajoy no controlará la Educación o la Sanidad. Está en manos de las autonomías.
Tendrá la clave si es capaz de atemperar los ánimos más "neocons" dentro de su propio partido y poner las cosas en manos de los más sensatos de la clase. Y ahí deberá demostrar capacidad de consenso, casi de torero, de liderato. Aunque para ello deba hacer algo en lo que, hasta el momento, no se le conocen registros: actuar.