He caído en la cuenta de que, en este mes de incienso y procesiones, habrías cumplido tu centenario. Curioso, tu que presumías de haber nacido con la Unión Soviética que tanto idealizaste a lo largo de tu vida. Hasta el punto de que sólo recuerdo ver en tu rostro, duro y cuarteado, la pena reflejada en dos ocasiones. Cuando se arriaba la bandera roja del Kremlin y cuando enviudaste tras una injusta y larga agonía de aquella venerable vieja de cabellos blancos.
¡Cómo ha cambiado esto, cabezota!. Te fuiste hace casi dos décadas sin hacer más ruido de la cuenta, pero dejando un hueco que aún palpo a diario. Si siguieras aquí, te gustaría saber que eres bisabuelo por partida múltiple, que muchos de tus nietos hemos pasado ya por el altar o el Juzgado. Algunos hemos heredado, por convicción, aquello que tu decías de no creer en Dios sino en Cristo.
Mal que bien, las cosas marchan correctamente. Pero el mundo se ha vuelto definitivamente loco. A veces, agradezco que no estés viendo en qué se ha convertido aquello con lo que tanto soñaste. Qué tu compañero Isidoro es un auténtico Ejecutivo de multinacionales -fuiste un visionario: lo admito, pero no te me vengas arriba, que te conozco- mientras que de la mina y de las ayudas a los parados salieron cohortes de sinvergüenzas que mancillaron tu sindicato. El Galgo Terrible de Neruda y Victor Jara que tan machaconamente cantiñeabas sigue cabalgando impertérrito. Fíjate que hasta un negro ha presidido los Estados Unidos, ha ido a Cuba y ahora los dos países son amigos. Por cierto, te supongo enterado de la muerte de Fidel Castro. Ahora murmurarías algo entre dientes si te chinchara diciendo que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista.
Lo que un día era nuestro Barrio de las Latas es ahora un gigantesco edificio, con parking y varios negocios. Con el caño de agua fresca que salía de las paredes, no han podido, sin embargo. Por cierto ¿Te acuerdas de aquella explanada que fue un inmenso charco de aguas estancas mientras la construían?. Si, esa en la que teniendo cuatro o cinco años me fui a navegar con una tabla y me puse perdido de barro. Se acumulan comercios, supermercados: multinacionales. Se que a estas últimas las odiabas a muerte, pero es lo que hay.
Las películas futuristas se han hecho realidad. Ahora se puede hablar a través de un ordenador. Llevamos teléfonos colgados de la cintura, el correo ya no llega en barco sino dándole a un botón. Ya te lo explicaré algún día.
Como te decía antes, siento comunicarte que ni España ni el mundo son mejores. Vuelven a emigrar los jóvenes, la locura florece como en aquellos años cuarenta cuyo recuerdo te amargaba. Ha vuelto a haber racionamientos de comida, la luz eléctrica es un lujo para muchas casas y hay gente desalojada de sus hogares. Si, aquí, en tu España. La gente dice matarse por religión; las nuevas generaciones hablamos de la Guerra Civil -la que te obligaron a luchar en el bando contrario al qué querías- pero no lo hacemos con sosiego, sino con un odio que nunca te vi o disimulaste bastante bien. El italiano, como le llamabas, dejó el trono en manos de su hijo, que a su vez se casó con una chica que salía por la tele. Tal cual. Hay gente sin estudios dirigiendo Gobiernos y universitarios sirviendo copas. Ya no hay peseta y Don Antonio tiene una estatua en la Gran Vía. Tus compañeros de la estiba traen al Gobierno de cabeza. Y aunque se que odiabas el fútbol, hemos ganado el Mundial. Te hubiera caído bien, por cierto, el muchacho que metió el gol: es un hombre del campo, hijo de una familia de albañiles.
Tu anillo lo tengo a buen recaudo, no te preocupes, como los libros de Julio Verne y el de las maravillas del mundo que con tanto cariño me legaste. Perdí -me odio cuando lo recuerdo- aquella moneda de 1934, pero el trozo de bandera tricolor que escondiste durante cuarenta años lo tengo en sitio preferente en mi casa Y, más o menos, así va la vida. Cien años después de que nacieras, cien años después de aquel país que tanto admiraste. Todo era, como puedes ver, una gran mentira, una contínua derrota, una reinvención constante, una frustración cíclica, pero eso no viene a cuento ahora.
Cuídate. Te quiero.