Pedro Sánchez es audaz, pero le falta el punto justo de retorcimiento necesario para la política de altura. De ahí que, tras concatenar los peores resultados electorales de la historia del PSOE, tal vez debió optar por la abstención o por una serie de condiciones hechas públicas al día después del último triunfo de los populares. El "no es no" hubiera tenido sentido solo después de un eventual rechazo de Rajoy a requisitos tales como la derogación de la Ley Wert, la subida del salario mínimo interprofesional o una reforma constitucional en la línea del federalismo. Incluso dar libertad de voto en la abstención: la única manera de satisfacer a todas las partes, consolidarse como líder del partido y obligar a retratarse a los díscolos en San Jerónimo
De ahí que parezca lógica su salida, más tras las purgas de Madrid y Galicia contra adversarios internos. Le hemos visto desbordado y errático, con demasiadas prisas por ser presidente del Gobierno ignorando que aún es joven y que tiene margen de maniobra por delante.
Ahora bien: Sánchez fue elegido por la militancia, y solo el o la militancia debe poner el final a su tiempo como secretario general del PSOE. La imagen de 17 miembros de su Ejecutiva dimitiendo horas después de que Felipe González dijera sentirse engañado por su enésimo delfín, la presentación tejeriana de Verónica Pérez y la felicidad indisimulada como nexo en las caras de Susana Díaz o Soraya Sáenz de Santamaría tampoco dejan en muy buen lugar a sus detractores. De estos, solo uno -Eduardo Madina- puede presentarse con cierta legitimidad para relevar a quien le venciera en 2014. La imagen de conspiranoica, de troyano genovés puede erosionar a una presidenta de la Junta que solo optará al cargo si lo tiene garantizado. ¿Qué pasaría si, en una confrontación abierta a las bases, Díaz saliese derrotada ante Sánchez?. La trianera no quiere vencer a otra candidatura, sino entrar en loor de multitudes sin desgaste como De Gaulle en París.
Y al fondo, Felipe González. Un ex presidente del Gobierno, casi octogenario, que anda muy lejos del papel de abuelo sabio y hombre de consenso. Más que a Ramón Rubial, el antaño Isidoro recuerda a Osvaldo Altobello. Lo malo de los auténticos jarrones chinos es que nadie sabe donde colocarlos. Lo bueno es que permanecen en silencio.