A Jesús Melgar le nacieron donde reside la de Gibraltar, intentó abrirse camino como DJ en ese norte y en aquellos años donde si eras del sur y no cantabas flamenco te miran igual de raro que un boticario a Lance Armstrong y lució palmito y estrenos periodísticos entre cuevas y oasis. No se fue al desierto en principio -eso vendría mas tarde-, sino que simplemente cruzó el charco: en la Ceuta que fue, de finales de los 70 y mediados de los 80, entre La Cueva de Serafín Becerra y El Oasis de Ramón Pouso, que andarán sirviendo copas y harera en algún lugar de por ahí arriba.
Jesús Melgar descubrió que la radio era lo mejor que se podía hacer de madrugada con la ropa puesta; al fin se fue al desierto, el de verdad, cuando el mundo descubría a Sadam Hussein y se ha dedicado a mil y una cosas: desde editar un periódico en la Feria de Sevilla a recopilar martilleantes canciones con las que rellenar una Webería diaria o enseñarnos al mejor Reguera pasando por escaparse menos de lo que nos gustaría a algunos en la búsqueda de un atardecer en San Antonio por estos lares. Sin olvidar su enorme contribución a la versatilidad lingüística: conversar con el es estar buscando permanentemente sinónimos: decir cebolla, calzones, Minessotta, cinco, capote o marrano en su presencia es acabar con cara de póker. Y hasta aquí, como mi admirada Mayra, puedo leer….
Se que ahora tiene un nuevo amor: es una Harley Davidson de la que lleva años hablándome y de la que no me pidan les de más referencia, puesto que como vendedor de vehículos servidor tendría tanto futuro como un caracol en un espejo. Y siempre le animo a que cruce el charco con su nueva "nena" para que disfrutemos de el. Y entonces, aparece la frase clave "Cuando baje a Algeciras, a ver si me escapo".
Porque Jesús Melgar es, ante todo, algecireño, de crianza y vocación. Siempre hay una anécdota, una curiosidad, un dato, una fecha que, por una cosa o la otra, acaba teniendo algún reflejo en Algeciras.
Haber nacido en una ciudad sin metro y ser periodista te convierte, sin quererlo ni evitarlo, en una suerte de embajador de ese lugar en cada sitio que pisas. Créanme si les digo que se de lo que hablo. Y, como la patria se hace fuera de las fronteras, les doy fe de que Melgar es algecireñismo puro y duro, por los cuatro costados: siempre con la Bahía, Isla Verde o La Menacha en la boca. Y se que se escapa hasta el mirador del Estrecho, ve esto y quiere volver, pero en vez de un barco coge un bache por la Plaza Alta o el Secano –ahora habría cantado bingo- y nos deja para otra ocasión. Desde el respeto a este lado del Estrecho, permítame, alcalde Landaluce, que apoye humildemente su reconocimiento de Hijo Adoptivo de la Ciudad de Algeciras.