A veces, una de las peores cosas frente a las que puede luchar un enfermo, es contra el estigma de su propio mal. Aunque sea por causas naturales o biológicas: todos, más tarde o más temprano, seremos otra hoja más arrastrada por el viento. Pero hay enfermedades que suscitan el morbo, el marujeo, el libertinaje para mentes generalmente poco ocupadas y con grandes dosis de aburrimiento. Nada hay que guste más al ser humano que ver caer a su semejante. Algo tan consustancial a la vida como la muerte, la enfermedad o la derrota da alas al mediocre: "ahí va fulanito, con mejor trabajo y sueldo que yo, con una mujer más guapa que la mía y unos niños encantadores. Pero yo tengo salud, gracias a Dios". Doy fe de que he oído esa frase aterradora en más de una ocasión.
Antes, la gente no enfermaba ni moría de cáncer. Tenía "una cosa mala" o una "maldita enfermedad". Aunque sus síntomas fueran conocidos por todos; la familia y el enfermo, celosos de que la intimidad del paciente es fragil como un vaso de plástico, trataban siempre de ocultar lo evidente. No sólo por el morbo; es descorazonador, como trabajador, conocer historias de personas que han visto cerradas las puertas de un empleo porque no era rentable tener a un empleado de salud delicada.
Esto pasa en el mundo de los anónimos. Pero hubo un tiempo en que los famosos, los rostros perfectos e invencibles que nos acompañan a través de la televisión, empezaron a dar el paso adelante. A decir la verdad sin tapujos. A derribar, a golpe de comparacencia de prensa, murallas de aislamiento en torno a enfermos de cáncer, SIDA, bipolaridad o alzheimer. Fueron personas reputadas en sus trabajos; los que nos firmaban el autógrafo también enfermaban como el vecino de la despampanante mujer y los críos encantadores.
Un paso de proporciones impagables, en la lucha contra el alzheimer, de hombres como Ronald Reagan, Adolfo Suárez o Pasqual Maragall. De las historias que el último viernes de cada mes nos cuenta nuestra "Gente corriente" en Ceuta en la Onda -por si les interesa, esta semana a las 13.10- sobre bipolares, obsesivos y esquizofrénicos. Es decir, sobre Ford Coppola, Isaac Newton o Albert Einstein. ¿Estos también son locos?, cabría preguntarse. De la valentía de Freddy Mercury, Rock Hudson o Earvin "Magic" Johnson: el SIDA dejó de ser una cosa de putas, maricones y drogatas de esquina cuando la gente del papel rosa enfermó de lo mismo.
Y el cáncer. La maldita enfermedad: Luciano Pavarotti, Rocío Jurado, Miki Roqué, Carmen Cerdeira; María San Gil, Utxue Barcos o Esperanza Aguirre. Josep Carreras o Eric Abidal. Y ahora, Francesc "Tito" Vilanova. El hombre tranquilo. El continuador sosegado -quien sabe si realmente arquitecto- de la obra más perfecta que ha conocido el fútbol mundial desde aquel Milan de Arrigo Sacchi.
Tito ha recaído. Y no lo ha ocultado, pese a sus -lógicos- miedos en torno a sus hijos; a como lo llevarán y asumirán; como serán respetados. Tito, alguien a quien no conozco personalmente pero que parece un tipo centrado y normal, pasará mañana por el quiríofano. Y yo, "merengón" que nunca se sintió tan culé como hoy, espero que sea para bien. Porque por edad lo merece. Y porque su ejemplo, de triunfador sobre el cáncer y campeón de la vida, puede arrancar aplausos en todas las plantas de oncología del mundo.Y nunca viene mal a tantos enfermos abatidos un espejo en el que mirarse.
Anims y Força, Tito.